Desde la consulta del Absurdólogo de Guardia, hoy tenemos que informar de un acontecimiento de vital importancia, un punto de inflexión en la crisis del Caribe. Justo cuando la tensión entre Estados Unidos y Venezuela amenazaba con desbordarse, justo cuando los buques de guerra y las milicias se miraban de reojo con cara de pocos amigos, ha aparecido la caballería. Ha llegado la Organización de las Naciones Unidas.
Y, ¿qué ha hecho la ONU para solucionar este entuerto? ¿Ha enviado a sus Cascos Azules? ¿Ha impuesto un bloqueo naval a la testosterona de ambos bandos? No, amigos, ha hecho algo mucho más poderoso. Ha emitido un comunicado.
Sí, un comunicado. Un documento de Word cuidadosamente redactado por un señor con un nombre impronunciable en un despacho de Nueva York. En él, la ONU «insta a las partes a la máxima contención», «pide un diálogo constructivo» y «expresa su profunda preocupación». ¡Profunda preocupación! ¡Ahí es nada! Me imagino a los almirantes de la flota estadounidense y a los comandantes de la milicia venezolana leyendo el comunicado y diciendo: «¡Caramba! ¡La ONU está profundamente preocupada! ¡Rápido, recojan todo, que les vamos a dar un disgusto!».
La ONU, en el teatro de la geopolítica, se ha reservado el papel más enternecedor: el del coro griego. No participa en la trama, no puede cambiar el destino de los héroes, pero de vez en cuando sale al escenario, se rasga las vestiduras y canta una canción muy triste sobre lo mal que está todo y lo mucho que vamos a sufrir. Y luego se va hasta el siguiente acto.
Su capacidad de intervención es la de un profesor sustituto en una clase de 4º de la ESO a última hora del viernes. Puede pedir por favor que los niños dejen de tirarse sillas a la cabeza, pero sabe perfectamente que no le van a hacer ni puñetero caso. ¿Por qué? Por el pequeño detalle del Consejo de Seguridad. Ese club VIP donde cinco países (EE. UU., Rusia, China, Francia y Reino Unido) tienen una carta mágica llamada «derecho a veto».
Y aquí viene la cumbre de la absurdología. La ONU le pide «contención» a Estados Unidos, uno de los pocos países que, si no le gusta lo que la ONU decide, puede levantar la mano y decir: «VETO». Y la decisión se va a la papelera de reciclaje. Es una obra de teatro maravillosa. Es como si tu jefe, que es el que te paga una miseria, te dijera públicamente: «Te insto encarecidamente a que me pidas un aumento de sueldo». Para la foto queda de lujo, como un gesto de apertura y diálogo. Pero ambos sabéis perfectamente que, en cuanto se apaguen los focos, te va a decir que no hay presupuesto.
No seamos crueles. La ONU hace cosas importantes. Sus agencias humanitarias salvan vidas, vacunan a niños y dan de comer a millones de personas. Pero su brazo político, el que se supone que tiene que parar las guerras y resolver los conflictos, tiene la misma fuerza que un abanico en medio de un huracán.
Así que mientras los barcos siguen navegando y los milicianos siguen desfilando, podemos estar tranquilos. La ONU ya ha cumplido con su parte. Ha mostrado su «profunda preocupación». Ha puesto su tuit. Ha rellenado su formulario. Ahora, puede volver a sus asuntos importantes, como decidir de qué color serán los nuevos folletos sobre los Objetivos de Desarrollo Sostenible. Y el mundo, por su parte, puede seguir ignorándola, como ha hecho siempre.