Desde la consulta del Absurdólogo de Guardia, hoy tenemos que hablar de la familia. De esos lazos de sangre (y de presupuesto) que nos unen y que nos obligan a tomar decisiones difíciles. Imaginen la escena. Una reunión familiar, de esas serias. Papá Estado, con cara de preocupación, se ha sentado en el sofá con el abuelo Correos.
«Abuelo, te queremos mucho, de verdad», le dice Papá Estado con voz temblorosa. «Pero es que no podemos seguir así. Nos ha llegado otra factura tuya. Un descubierto de más de mil millones en los últimos cinco años. ¡Mil millones! Abuelo, ¿en qué te gastas el dinero?».
El abuelo Correos, un anciano entrañable con su uniforme amarillo y su gorra ladeada, no parece muy preocupado. Saca de su cartera de cuero un álbum de sellos y se lo enseña con orgullo. «Mira qué colección. Este es el sello conmemorativo del brócoli de Calahorra. Una preciosidad. Y este, el de la Ruta del Cántaro de Moveros. Una joya».
Y en ese preciso instante, Papá Estado suspira, se rasca el bolsillo y, como siempre, le da al abuelo otra paga extra. Doscientos millones de euros. Para que vaya tirando.
Esta, amigos, es la crónica de la «sangría» de Correos. Nuestra querida empresa pública postal se ha convertido en ese familiar entrañable pero completamente inútil al que hay que seguir pasándole dinero porque «es de la familia». Es un pozo sin fondo, un agujero negro fiscal que se alimenta de nuestra nostalgia y de nuestros impuestos.
¿Y en qué se nos va el dinero? La pregunta es pertinente. Pues resulta que, en el año 2025, el negocio de «llevar un papel de un sitio a otro, muy despacio» no es tan rentable como parecía. Ha aparecido un invento diabólico llamado «correo electrónico» que ha resultado ser un competidor feroz. Y luego están esos otros sobrinos listillos, los Amazon, los Glovo, los SEUR, que con sus drones, sus patinetes y sus trabajadores a los que les pagan con un cuenco de arroz, te entregan un paquete en tres horas. Mientras, el abuelo Correos sigue con su carrito que hace «ñic-ñic» y con su costumbre de dejarte el «aviso de llegada» para que bajes tú a la oficina a recoger el paquete.
Además, el abuelo ha tenido algunas «inversiones visionarias». Como comprar aerolíneas de carga que luego no vuelan, o intentar competir en la logística internacional con la misma agilidad que un diplodocus en una carrera de obstáculos. El resultado: un agujero en las cuentas que ríete tú del Gran Cañón del Colorado.
El Plan de Rescate (La Paga Extra del Abuelo).
Y ahora, la SEPI (la Sociedad Estatal de Papá Estado) le inyecta otros 200 millones. El dinero, nos dicen, servirá para «garantizar la prestación del servicio público universal» y para «acelerar el plan de modernización».
Traduzcamos esto al cristiano. «Garantizar el servicio público universal» significa que el abuelo podrá seguir llevando las cartas del banco a esa aldea de tres habitantes en los Picos de Europa, aunque el viaje cueste más que el contenido de la carta. Y «acelerar el plan de modernización» significa que, con suerte, le comprarán al abuelo un smartphone para que pueda ignorar los WhatsApps con la misma eficacia con la que ahora ignora las cartas. El resto del dinero, me temo, será para cubrir los puros que se ha fumado en los últimos años.
Un Brindis por la Nostalgia (que nos Cuesta un Potosí).
No me malinterpreten. Todos queremos al abuelo Correos. Es parte de nuestra historia. Es el recuerdo de la carta de la mili, de la postal de verano, de la emoción de recibir un paquete. Pero quizá ha llegado el momento de tener una conversación seria con él. De explicarle que el mundo ha cambiado, que ya no estamos en 1980.
Pero esa conversación es difícil. Es más fácil seguir dándole dinero, mantenerlo con vida artificialmente, y que siga con sus sellos y sus carritos.
Así que la próxima vez que vaya a una oficina de Correos y haga una cola de media hora para enviar una carta que tardará una semana en llegar, no se enfade. Sonría. Piense que está participando en una gran obra de caridad nacional. Está contribuyendo a mantener viva una memoria. Una memoria muy, muy cara.