Crónicas de lo Incomprensible: Lingüistas Intentan Descifrar el Idioma de la Generación Z.

Caricatura satírica de un lingüista intentando descifrar el lenguaje de la Generación Z como si fuera un jeroglífico egipcio.

«Aquí, en la árida sabana de un centro comercial, observamos a un grupo de Homo sapiens, subespecie Generatio Z. Son criaturas fascinantes, gregarias, cuya principal actividad consiste en mirar fijamente pequeñas pantallas luminiscentes. Pero hoy no nos interesa su comportamiento, sino su lenguaje. Un dialecto enigmático, en constante evolución, que tiene a nuestra comunidad científica completamente desconcertada.

Acérquense. Silencio. El macho alfa del grupo, reconocible por sus zapatillas de un color fosforito que podría provocar ataques epilépticos, acaba de emitir un sonido gutural. Ha señalado a un amigo y ha pronunciado la palabra: ‘goat'».

(Pausa dramática)

«G.O.A.T. Es un acrónimo. Significa ‘Greatest Of All Time’, el mejor de todos los tiempos. Es una señal de máximo respeto, un reconocimiento tribal de un logro significativo, que en este caso parece haber sido pasarse un nivel del Candy Crush. Fascinante.

Pero debemos ser cautos. Nuestro equipo de campo, formado por lingüistas de 50 años con doctorados en filología semítica, ha aprendido por las malas que este ecosistema verbal es un campo de minas. La semana pasada, el término de alabanza hegemónico era ‘basado’. Un individuo ‘basado’ era alguien que decía lo que pensaba sin filtros, un adalid de la autenticidad. Sin embargo, nuestro becario intentó usarlo ayer en una conversación y fue recibido con un silencio sepulcral y una mirada de desprecio. ‘Eso es súper cringe, bro’, le espetó una hembra del grupo.

‘Cringe’. Esa es otra de sus vocalizaciones clave. Describe una sensación de vergüenza ajena tan intensa que provoca una contracción física. Y usar una palabra de la semana pasada, al parecer, da mucho ‘cringe’. La evolución del lenguaje, aquí, no se mide en siglos. Se mide en horas.

Los académicos lo llaman ‘sociolecto efímero’. Yo lo llamo ‘un dolor de cabeza’. Es un idioma diseñado para ser incomprensible para cualquiera que tenga que pagar una hipoteca. Es un mecanismo de defensa, una muralla invisible que separa su mundo del nuestro. Cada nueva palabra es un ladrillo más en ese muro. ‘Shippear’ (querer que dos personas sean pareja). ‘NPC’ (alguien sin opinión propia, como un personaje no jugable de un videojuego). ‘Random’ (aleatorio, pero aplicado a absolutamente todo).

El esfuerzo de nuestros lingüistas es heroico, pero inútil. Es como intentar clavar una gelatina en la pared. Dedican meses a analizar el contexto sintáctico del término ‘de locos’. Publican un paper de 200 páginas en una prestigiosa revista académica. Y para cuando sale publicado, la Generación Z ya no dice ‘de locos’. Ahora dicen ‘god’. O ‘nashe’. O un sonido que parece el de un módem conectándose a internet en 1998.

El problema es que intentamos analizar su lenguaje con nuestras herramientas, las de un mundo estático, analógico. Y su idioma no es estático. Es un ente vivo, un meme líquido que muta con cada nuevo vídeo viral de TikTok, con cada nuevo streamer de moda. No tiene reglas fijas. Su única regla es que, si un adulto empieza a entenderlo, es hora de cambiarlo.

Así que, desde esta humilde tribuna, un consejo para mis colegas académicos: dejen de intentarlo. Es una batalla perdida. Nunca podremos descifrar su código, porque el código está diseñado, precisamente, para que no podamos. Es su territorio, su seña de identidad.

Y a los padres, tíos y abuelos que nos escuchan: no se esfuercen. No intenten decir ‘qué basado’ en la cena de Navidad. Les saldrá mal. Limítense a asentir, a sonreír con cara de interesante y, si quieren conectar, usen el único lenguaje que ha sido universal desde el principio de los tiempos: ofrézcanles un billete de 20 euros. Verán qué rápido les entienden».

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