¿Quieres ser Catedrático? En Andalucía, Ahora Puedes (Incluso sin la ESO).

Caricatura satírica de un profesor impostor con barba postiza dando una clase absurda en una universidad andaluza.

Desde la consulta del Absurdólogo de Guardia, hoy tenemos una noticia que devuelve la esperanza a todos aquellos que un día soñaron con una carrera académica pero se quedaron en el camino porque la raíz cuadrada les parecía un acto de esoterismo. Amigos, el sueño es posible. Se ha descubierto una trama en las universidades andaluzas que demuestra que, para ser profesor titular, a veces no necesitas un doctorado cum laude. A veces, solo necesitas ser un buen actor.

La noticia es de una belleza picaresca que haría llorar de orgullo a Lázaro de Tormes. Al parecer, varias personas han estado suplantando la identidad de profesores universitarios. No estamos hablando de un chaval que le hace el examen a un amigo. Hablamos de un entramado profesional. Individuos que, imagino, se presentaban en el aula con su chaqueta de pana, sus gafas de intelectual y una seguridad en sí mismos arrolladora, dispuestos a impartir una clase magistral sobre la Metafísica del Tractor o la Termodinámica del Gazpacho.

Y lo mejor es que, durante un tiempo, ha colado.

Esto abre un nuevo y excitante paradigma en el mundo de la educación superior. ¡La meritocracia ha muerto! ¡Viva la «caradurocracia»! Se acabó eso de pasarse diez años como becario precario, escribiendo una tesis doctoral que solo se van a leer tu madre y el tribunal (y tu madre por encima). ¿Para qué? Si puedes saltarte todo ese rollo y pasar directamente a la parte divertida: la plaza fija, el sueldo a fin de mes y el poder de suspender a alumnos por poner tu nombre sin el «Don» delante.

Me imagino el manual del perfecto «catedrático impostor»:

Lección 1: La Apariencia. Fundamental. Necesitas una chaqueta de tweed con coderas, aunque sea agosto en Sevilla. Unas gafas de pasta, preferiblemente con un poco de celo en la patilla. Y un peinado que sugiera que tu cabeza está tan llena de conocimiento que no le queda tiempo para frivolidades como el peine.

Lección 2: El Discurso. La clave es ser ininteligible. Usa palabras como «paradigma», «epistemología», «hermenéutica» y «sinergia». Da igual que no sepas lo que significan. De hecho, es mejor. Si los alumnos te entienden, es que lo estás haciendo mal. El objetivo no es enseñar, es crear una sensación de admiración y, a la vez, de ligera inferioridad intelectual.

Lección 3: La Evasiva. Cuando un alumno te haga una pregunta para la que no tienes ni puta idea de la respuesta (es decir, el 99% de las veces), tienes dos opciones. La clásica: «Esa es una pregunta excelente, pero se aleja del corpus teórico que estamos analizando hoy. La abordaremos en el seminario de posgrado (al que, por supuesto, no estás invitado)». O la agresiva: «¿Usted ha leído a Foucault? Pues léalo y luego hablamos». Nunca falla.

Esta noticia, más allá del chiste, es una radiografía perfecta de un sistema a veces tan anquilosado y burocrático que es vulnerable al más simple de los trucos. Un sistema donde a veces importa más el sello y el formulario que la persona que hay detrás. Si tienes el carnet falso correcto, las puertas del Olimpo académico se te abren de par en par.

Y, por otro lado, es un homenaje a nuestra tradición más sagrada: la picaresca. En un país donde hemos inventado el «timo de la estampita» y el «falso revisor del gas», la suplantación de un catedrático era el siguiente paso lógico. Es la evolución natural. Del Lazarillo hemos pasado al Licenciado de pega.

Así que, si usted tiene un sueño frustrado, si siempre quiso impartir conocimiento pero la vida le llevó por otros derroteros, no se desanime. Quizá su oportunidad esté a la vuelta de la esquina. Imprímase unas tarjetas de visita, ensaye una mirada intensa y trascendente frente al espejo y láncese a la aventura. El saber, al parecer, ya no ocupa lugar. Lo que ocupa es una plaza que, con un poco de suerte y mucha cara dura, puede ser suya.

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