Desde la consulta del Absurdólogo de Guardia, hoy tenemos que hablar de progreso. De evolución. De cómo hemos avanzado como sociedad hasta alcanzar cimas de debate democrático que nuestros antepasados ni siquiera podrían haber soñado. Hemos llegado, amigos, a la cúspide de la civilización. Un lugar donde, si discrepas con la decisión de un cargo electo, ya no necesitas recurrir a métodos arcaicos como el diálogo, la protesta o las urnas. Ahora tenemos una solución mucho más directa, mucho más eficaz: le envenenas al perro.
La historia ha ocurrido en Paterna del Campo, un pueblo de Huelva. El alcalde, del PSOE, se ha encontrado a su perro muerto. Envenenado. ¿El motivo de esta barbarie? Una decisión administrativa. El ayuntamiento, siguiendo una normativa de la Junta de Andalucía (gobernada por el PP, para más inri), no autorizó un festejo taurino. Y alguien, un demócrata de toda la vida, un pilar de nuestra sociedad, decidió que la mejor forma de expresar su malestar no era presentando un recurso, sino metiendo veneno en un trozo de salchicha.
Es una obra maestra de la lógica política moderna. Analicemos el proceso mental, que debe ser fascinante:
Paso 1: La Afrenta. «El alcalde, ese rojo, me ha quitado los toros».
Paso 2: El Análisis Político. «Es un ataque a nuestras tradiciones. A nuestra libertad. A la España que madruga».
Paso 3: La Estrategia de Respuesta. «¿Una manifestación? ¿Una recogida de firmas? No, eso es de flojos. Hay que mandar un mensaje contundente. Algo que le duela».
Paso 4: La Ejecución. «Ya sé. El perro. El perro no tiene la culpa de nada, es un ser indefenso y su muerte le causará un dolor personal inmenso. Es perfecto».
Hemos pasado del «y tú más» al «te mato al perro». La política española ha evolucionado. Hemos saltado varias pantallas del juego de la crispación y hemos llegado al nivel final, donde el jefe es un psicópata con un bote de estricnina.
Y lo más sublime de toda esta tragedia es la ironía que se esconde detrás. El alcalde socialista estaba, en realidad, aplicando una norma dictada por el gobierno del PP en la Junta de Andalucía. ¡Es una genialidad! El nivel de fanatismo es tal que ya ni siquiera importa quién tiene la culpa real. Tú ves a un alcalde de un color que no es el tuyo, y le atizas. Da igual que esté haciendo exactamente lo que le mandan los tuyos. La lógica ha muerto, la ideología es un zombi que se alimenta de vísceras.
Este acto bárbaro no nace en un vacío. Es la cosecha de lo que se siembra cada día desde los atriles del Congreso, desde las tertulias de la televisión y desde las trincheras de Twitter. Es el resultado de años de llamar al adversario «traidor», «ilegítimo», «enemigo de la patria». Es la consecuencia de deshumanizar al que piensa diferente hasta el punto de que atacar a lo que más quiere, su familia, su mascota, se convierte en una opción válida.
El veneno no lo pusieron solo en ese trozo de carne. El veneno lo inoculan cada día los que, desde sus cómodos despachos, alimentan el odio y la polarización. Ellos son los autores intelectuales. El desgraciado que ha matado al perro es solo el último eslabón, el tonto útil, el brazo ejecutor de una miseria moral que nos está devorando a todos.
Así que, la próxima vez que escuchen a un político llamar «rata» o «golpista» a otro, piensen en este perro. Porque él es la primera víctima no humana de la crispación. Es el canario en la mina de nuestra democracia. Y el canario, amigos, acaba de morir asfixiado.