Jaque Mate al Sistema: un Neonazi se Declara Mujer para Ir a una Cárcel Femenina y la Lógica Pide la Baja por Estrés.

Caricatura satírica de un neonazi con tatuajes y un lazo rosa pidiendo entrar en una cárcel de mujeres, criticando la ley trans alemana.

Desde la consulta del Absurdólogo de Guardia, hoy tenemos que hablar de estrategia. De genialidad. De una de esas jugadas maestras que trascienden el tablero de ajedrez y se instalan directamente en el Olimpo de la picaresca. Ha ocurrido en Alemania, esa tierra de gente seria y coches fiables. Un conocido ultraderechista, un caballero con un amor desmedido por la esvástica y un historial de delitos de odio más largo que un día sin pan, ha sido condenado a ir a la cárcel. Y justo antes de entrar, ha hecho un movimiento digno de un Gran Maestro: ha iniciado su transición de género y ha solicitado cumplir su condena en una prisión de mujeres.

Silencio. Dejen que la genialidad de la jugada decante. Es, sencillamente, sublime.

Este hombre, cuyo ideario político probablemente considera la homosexualidad una desviación y el feminismo un complot judeomasónico, ha cogido una de las leyes más progresistas y LGTBIQ+-friendly de Alemania, una ley diseñada para proteger a una de las minorías más vulnerables y estigmatizadas, y la ha usado como un escudo. Como un salvoconducto. Como un «sal de la cárcel gratis» del Monopoly ideológico.

Es como si un lobo, condenado por comerse a las ovejas, se declarara vegano en el juicio para exigir cumplir su condena en un prado comiendo hierba. Es como si el capitán de un barco petrolero, tras provocar un vertido, se declarara ecologista para que le conmutaran la pena por abrazar árboles. Es la cumbre de la jeta. El Everest de la cara dura.

Y aquí es donde el sistema, con toda su buena fe y sus leyes garantistas, implosiona. ¿Qué haces? Si le dices que no, estás, teóricamente, negando su identidad de género, lo cual te convierte en un «tránsfobo» a ojos de la ley que tú mismo has creado. Si le dices que sí, estás metiendo a un neonazi condenado por delitos de odio en una prisión llena de mujeres. Es la «paradoja del progre»: un bucle lógico del que es imposible salir sin quedar mal con alguien.

Este tipo, este genio del mal, ha entendido las reglas del juego mejor que los que las escribieron. Ha visto un agujero en el sistema y se ha colado por él con la elegancia de un contorsionista. Y, de paso, ha logrado su objetivo secundario: reventar el debate desde dentro, dejando a la izquierda y a los colectivos LGTBIQ+ en una posición imposible, obligados a defender lo indefendible o a contradecir sus propios principios.

La situación es tan absurda que ya me la estoy aplicando a mí mismo. Si a mí me detienen por algo, siguiendo el ejemplo, pienso declararme farola. Exigiré que me instalen en una plaza concurrida, con vistas al bar, y que me garanticen mi derecho a ser parte del mobiliario urbano. Y que se atreva un juez a negarme mi identidad lumínica. ¡Farolófobo!

Más allá de la broma, este caso es una lección de humildad para todos, especialmente para los legisladores. Nos demuestra que las leyes, por muy bienintencionadas que sean, si se escriben desde un despacho sin tener en cuenta la infinita capacidad del ser humano para la picaresca y la maldad, están condenadas a ser utilizadas de las formas más retorcidas.

La realidad es compleja, sucia y está llena de gente dispuesta a explotar cualquier grieta para su propio beneficio. Y si legislas pensando que todo el mundo es bueno y va a usar las normas con honestidad, estás perdido. Porque siempre aparecerá un listo, un cínico, un neonazi con un plan, que cogerá tu ley llena de arcoíris y la convertirá en un arma. Y entonces, amigo mío, estarás jodido.

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