Desde la consulta del Absurdólogo de Guardia, hoy tenemos que hablar de velocidad. De eficiencia. De la increíble maquinaria, perfectamente engrasada, que es nuestra Administración Pública. Y para ilustrarlo, nada mejor que una noticia que nos llega directamente desde las páginas del Boletín Oficial del Estado, ese best-seller diario que leen con devoción nuestros políticos y opositores.
Resulta que el BOE, en un alarde de actualidad digno de un telégrafo, ha publicado esta semana el cese del presidente de la Confederación Hidrográfica del Segura. ¿El motivo? Su gestión durante la catastrófica DANA que asoló la Vega Baja. Todo muy lógico, si no fuera por un pequeño, minúsculo, insignificante detalle: el hombre dimitió hace cinco meses.
¡Cinco meses! ¡Bravo! ¡Es un nuevo récord olímpico en la modalidad de «reacción tardía»! Es la demostración de que la burocracia española no opera en el mismo continuo espacio-tiempo que el resto de los mortales. Mientras nosotros vivimos en la era de la inmediatez y la fibra óptica, nuestra administración sigue funcionando con la velocidad de un caracol con reuma subiendo una cuesta de caramelo.
La escena es digna de una película de Berlanga. Me imagino el expediente de cese, viajando lentamente de mesa en mesa, de ministerio en ministerio. Acumulando sellos, firmas y grapas. Pasando por el subdirector adjunto, por el jefe de servicio, por el comité de asuntos sin importancia… un viaje épico de cinco meses para notificar algo que ya sabía hasta el apuntador. El hombre en cuestión probablemente ya se ha reciclado, ha montado un chiringuito en la playa o se ha hecho monje budista, y un día, mientras medita, le llega la notificación: «Que sepas que estás cesado».
Esto no es una anécdota, es un síntoma. Es el reflejo de un sistema tan pesado, tan lento y tan obsesionado con el procedimiento que se olvida del propósito. La forma por encima del fondo. El sello por encima del sentido común. Es la razón por la cual las ayudas de los incendios llegan cuando el monte ya ha vuelto a crecer, las licencias de obra se conceden cuando el solicitante ya se ha jubilado y, en este caso, se despide a un fantasma.
Y lo mejor de todo es la solemnidad con la que se publica. Con su número de referencia, su fecha y su lenguaje rimbombante. Como si fuera un acto de una importancia capital. El Estado, con toda su pompa y circunstancia, comunicándole al universo algo que ya era más viejo que el hilo negro.
Así que, desde aquí, un aplauso para la maquinaria del BOE. Gracias por recordarnos que, en un mundo de prisas y estrés, todavía hay instituciones que se toman las cosas con calma. Con mucha, mucha calma. Y un consejo para el próximo que dimita: no te preocupes por la carta de despido. Probablemente le llegará antes a tus bisnietos que a ti.