Desde la consulta del Absurdólogo de Guardia, hoy tenemos que emitir un comunicado de guerra. Olviden las tensiones geopolíticas, olviden las batallas parlamentarias. La verdadera guerra, la que nos afecta a todos en lo más profundo de nuestra alma, se está librando en silencio en los campos de Andalucía. Un enemigo invisible, implacable y con un nombre que suena a villano de James Bond, el Mildiú, ha lanzado una ofensiva total contra el pilar fundamental de nuestra civilización occidental: el vino.
Esto no es una plaga, amigos. Esto es un ataque terrorista. Un acto de yihadismo fúngico contra nuestra alegría de vivir, contra nuestras tapas, contra nuestras sobremesas. El Mildiú, ese cabrón microscópico, ha decidido que ya está bien de tanta felicidad y ha venido a amargarnos la existencia.
Para que entiendan la gravedad de la situación, hemos desplegado a un corresponsal en la zona cero, un viñedo en la provincia de Cádiz, donde hemos podido hablar con un veterano de esta guerra, el viticultor Paco «El Siete Vidas».
«Es peor que la filoxera», nos dice Paco mientras mira sus viñas con la misma cara que se le quedaría a un abuelo viendo cómo le derriban la casa del pueblo. «Esto no avisa. Llega con la humedad, con el calor… como una mala sombra. Un día tienes las uvas preciosas, gorditas, soñando con convertirse en un buen Fino. Y al día siguiente, las ves cubiertas de ese polvillo blanco, como si les hubiera nevado ceniza. Están muertas. Condenadas».
La estrategia del enemigo es diabólica. Aprovecha el caos de nuestro nuevo clima, este invento del cambio climático que nos regala lluvias torrenciales en junio y olas de calor infernales en julio. Es el caldo de cultivo perfecto para que el hongo se ponga las botas. Mientras nosotros discutimos si el coche debe ser eléctrico o de gasolina, este bicho se está montando una fiesta en nuestras viñas.
Los viticultores, nuestros valientes soldados en esta guerra, luchan con lo que tienen. Con sus sulfatos, con sus conocimientos ancestrales, con su fe. Pero es una batalla desigual. Es como luchar contra un fantasma con un tirachinas. Las pérdidas son catastróficas. Hablan de un 40% de la producción a la basura. Un 80% de pérdidas económicas. Traducido al lenguaje que todos entendemos: prepárense para que el vino de la casa en el bar de la esquina suba de precio. Prepárense para que su botella de Rioja favorita cueste lo mismo que un perfume francés.
Esto es un ataque directo a nuestra identidad. ¿Qué es España sin vino? ¿Qué es una comida familiar sin una botella en el centro de la mesa? ¿Qué es una tapa de queso sin algo con lo que empujarla? Es un futuro desolador. Un futuro de agua con gas y tristeza.
Y mientras nuestros viticultores luchan en las trincheras, nuestros líderes, me imagino, crearán un «comité para el estudio del impacto del mildiú en la balanza comercial». Encargarán un informe. Harán una rueda de prensa. Y para cuando quieran actuar, lo único que quedará en nuestros campos será un recuerdo y un montón de uvas secas.
Así que esta noche, cuando se sirvan una copa de vino, no lo hagan como un acto cotidiano. Háganlo como un acto de resistencia. Brinden por Paco «El Siete Vidas» y por todos los que luchan en esta guerra silenciosa. Brinden por las abejas, por los agricultores, por todos los héroes anónimos que se enfrentan a las consecuencias de un desastre que hemos creado entre todos.
Beban. Beban como si fuera la última copa. Porque, al ritmo que vamos, cualquier día podría serlo.