El Almirante Abascal, desde el Puente de Mando de Twitter, Ordena «Confiscar y Hundir» el Navío Pirata de Open Arms.

Caricatura satírica de Santiago Abascal vestido de pirata, ordenando hundir el barco de la ONG Open Arms.

Desde la cofa del vigía del Absurdólogo de Guardia, hoy tenemos que informar de una épica batalla naval que se está librando en aguas jurisdiccionales de las Islas Canarias. ¡Tiemblen, bucaneros! ¡Escóndanse, filibusteros! Porque un nuevo y temible almirante ha surgido para imponer la ley en los mares: el Almirante Santiago Abascal.

Desde el puente de mando de su cuenta de X (antes Twitter), nuestro valiente almirante oteó el horizonte. Y allí, atracado tranquilamente en el puerto de Tenerife, avistó a su archienemigo: el infame navío Open Arms. No era un barco de rescate, no. A los ojos del almirante, era un barco pirata, un buque «negrero» al servicio de las malvadas mafias del tráfico de personas. Y sin dudarlo un instante, sin necesidad de engorrosos trámites como un juicio o la presunción de inocencia, dio la orden más temida de los siete mares: «¡Confisquen y HUNDAN!».

¡Qué momento! ¡Qué gallardía! ¡Qué sencillez! Es la política de la simplicidad. La diplomacia del cañonazo. Hemos pasado de los complejos debates parlamentarios sobre política migratoria a una solución mucho más directa y, por qué no decirlo, mucho más cinematográfica. Es el guion de la próxima entrega de Piratas del Caribe, pero protagonizada por Jack Sparrow con barba y chaleco acolchado.

La estrategia es de una lógica aplastante. ¿Hay barcos que rescatan a gente en el mar? ¡Húndelos! Es como solucionar el problema de los incendios forestales prohibiendo los camiones de bomberos. Si no hay rescate, no hay rescatados. Y si no hay rescatados, no hay problema. ¡Jaque mate, progres!

Y, por supuesto, la respuesta no se ha hecho esperar. Desde las islas, el gobernador local, Fernando Clavijo, ha calificado al almirante de «fascista». Y así, amigos, se completa el círculo de la política española moderna. Uno dice una barbaridad. El otro le contesta con un insulto. Y mientras ellos se enzarzan en su duelo de pistolas al amanecer, el problema de fondo, ese drama humano de gente que se juega la vida en una patera, sigue ahí, flotando a la deriva.

Lo más fascinante de todo es cómo hemos llegado hasta aquí. Hemos convertido la política en una competición de a ver quién la dice más gorda. Ya no se trata de proponer soluciones viables a problemas complejos. Se trata de lanzar un tuit incendiario, un eslogan de tres palabras que sea fácil de corear y que te garantice un titular en el periódico de mañana. «Confiscar y hundir» es una frase perfecta. Es corta, es contundente y se entiende hasta con resaca.

No importa que sea una propuesta ilegal, inmoral y, probablemente, imposible de llevar a cabo. Eso son detalles menores para los estrategas de la nueva política. Lo importante es el mensaje. El gesto. La demostración de «mano dura».

Así que mientras el Almirante Abascal sigue patrullando las procelosas aguas de las redes sociales en busca de nuevos barcos que hundir con sus tuits de 140 caracteres, el resto de nosotros nos quedamos mirando, con una mezcla de horror y fascinación. Porque esto ya no es política. Es un espectáculo. Un reality show donde los concursantes compiten por ser el más bruto, el más insensible, el más simple.

Y lo peor es que, a veces, ganan.

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