Desde la consulta del Absurdólogo de Guardia, hoy tenemos que informar de una crisis de Estado, de una fractura ideológica que amenaza los cimientos de nuestro Gobierno de coalición. Olviden la economía, olviden la política exterior. El tema que ha dividido al Consejo de Ministros en dos bandos irreconciliables es la pregunta filosófica más importante de nuestro tiempo: ¿Qué coño hacemos con el OnlyFans?
La escena en la Moncloa debe haber sido digna de un guion de Berlanga. Imaginen la reunión, como si fuera la junta de una comunidad de vecinos particularmente mal avenida:
Presidente de la Comunidad (Pedro Sánchez): «Bien, pasamos al punto 4 del día: ‘Propuestas para la dignificación de las plataformas digitales’. Vecino del PSOE, tiene usted la palabra».
Vecino del PSOE (un ministro con gesto grave): «Presidente, esto es intolerable. Esa plataforma, el OnlyFans, es la nueva Sodoma y Gomorra digital. Es un nido de proxenetas 2.0. ¡Hay que prohibirlo! ¡Hay que perseguirlo! ¡Hay que ponerle un impuesto a la lujuria!».
Presidente: «Anotado. Vecina de Sumar, su turno».
Vecina de Sumar (Yolanda Díaz, con una sonrisa y un Powerpoint): «Vamos a ver. No seamos simplistas. No podemos meterlo todo en el mismo saco. Hay mujeres ahí que son emprendedoras, autónomas del erotismo, influencers de la sensualidad. Si lo prohibimos todo, lo único que conseguiremos es precarizar a un colectivo vulnerable y mandarlo a la economía sumergida. Propongo crear una ‘Mesa de Diálogo para la Regulación del Contenido Erótico-Festivo'».
Presidente: «Entendido. ¿Llegamos a un acuerdo o dejamos que las chavalas sigan enseñando las tetas en paz mientras nos aclaramos?».
Y en esa gloriosa encrucijada nos encontramos. El Gobierno de España, el mismo que tiene que gestionar una deuda pública del tamaño de Júpiter y una crisis de sequía que amenaza con convertirnos en un desierto, está enzarzado en un debate metafísico sobre la naturaleza del trabajo sexual en la era digital.
Para el ala socialista, con su visión más clásica y abolicionista, OnlyFans es, simplemente, el burdel del siglo XXI. Un lugar donde la explotación se disfraza de «empoderamiento» y donde, en el fondo, sigue habiendo un chulo (aunque ahora se llame «algoritmo»).
Para Sumar, con su visión más… bueno, más de Sumar, la cosa es más compleja. Ven matices. Ven a mujeres que, libremente, deciden monetizar su cuerpo como una forma de autoempleo. Y prohibirlo, dicen, sería como intentar ponerle puertas al campo (un campo, en este caso, bastante explícito).
Y mientras ellos discuten, mientras se tiran a la cabeza estudios sociológicos y tratados feministas, ¿qué está pasando en el mundo real? Pues que las creadoras de contenido de OnlyFans siguen facturando. Siguen subiendo fotos, grabando vídeos y cobrando sus suscripciones, completamente ajenas a que su medio de vida se ha convertido en el último campo de batalla de la izquierda española.
Esto, amigos, es la crónica de un divorcio anunciado: el divorcio entre el Boletín Oficial del Estado y la vida real. La política tradicional, con sus leyes del siglo XX y sus esquemas mentales de la Guerra Fría, intenta legislar sobre una realidad que va a la velocidad de la fibra óptica. Intentan meter en una misma ley a una prostituta de carretera y a una influencer que gana 50.000 euros al mes vendiendo fotos de sus pies. Y, claro, el sistema hace cortocircuito.
No tengo ni idea de quién tiene razón. Probablemente, como siempre, la tengan un poco los dos. Pero lo que es seguro es que, mientras nuestros líderes se aclaran, el negocio sigue. Porque internet, amigos, es como el agua: siempre encuentra una grieta por la que colarse. Y si prohíben el OnlyFans, al día siguiente habrá un «OnlyPrimos» o un «PatreonCaliente».
Así que, desde aquí, un consejo para el Gobierno: menos debates existenciales y más bajar al barro. Y si no, que hagan lo que se hace en todas las juntas de vecinos cuando no hay acuerdo: que lo dejen para la próxima reunión. Total, para entonces, ya habrá salido otra plataforma de la que no habrán oído hablar en su vida.