Desde la consulta del Absurdólogo de Guardia, hoy tenemos que hablar de deporte. De valores. De esa cosa tan bonita llamada «espíritu olímpico». Y lo vamos a hacer analizando la última y más brillante lección de ética que nos ha regalado la organización de la Vuelta Ciclista a España. Una lección que podría resumirse en: «Si a un matón le molesta tu cara, quizá lo más fácil es que te vayas a otro colegio».
La historia es de una cobardía tan pura, tan destilada, que roza la perfección. Unos manifestantes, en su legítimo (o no, ese es otro debate) derecho a la protesta, deciden que la mejor forma de solucionar el conflicto de Oriente Medio es bloquear a un grupo de ciclistas en una etapa de la Vuelta. El objetivo: el equipo Israel-Premier Tech.
Hasta aquí, todo es, tristemente, parte del paisaje habitual. La novedad, la genialidad, la pirueta moral que nos ha dejado sin aliento, es la reacción del director técnico de La Vuelta. ¿Ha salido a condenar el boicot? ¿Ha garantizado que pondrá todos los medios para proteger la seguridad de TODOS los participantes? No, amigos. Ha hecho algo mucho mejor. Ha sugerido, con la boca pequeña y mirando al suelo, que la presencia del equipo israelí «no facilita la seguridad». Y que, bueno, ya que la organización no los puede expulsar, a lo mejor, si no es mucha molestia, podrían considerar la posibilidad de irse ellos solitos.
¡Es una obra maestra! Es la equidistancia inmoral elevada a la categoría de arte. Es la lógica del director de colegio de los años 50. Imaginen la escena:
Director: «A ver, Jaimito. Me dice el matón de la clase, Manolo ‘El Bestia’, que le molesta tu cara de empollón. Y cada vez que te ve, te roba el bocadillo».
Jaimito: «¡Pero si yo no hago nada, señor director!».
Director: «Ya, Jaimito, ya. Si yo te entiendo. Pero tienes que comprender que tu presencia aquí, con esas gafas y esos libros, no facilita la convivencia en el patio. Manolo se pone muy nervioso. Y claro, si te sigue robando el bocadillo, los demás padres se van a quejar de la seguridad del centro. Así que, en aras de la paz y la concordia, ¿has pensado en la posibilidad de cambiarte de colegio? Sería un gesto muy maduro por tu parte. Piénsalo».
¡Eso es exactamente lo que ha hecho La Vuelta! En lugar de plantarse y decirle a los que bloquean la carrera: «Señores, esto es una competición deportiva, no un foro de la ONU. Si quieren protestar, tienen miles de sitios. Pero dejen a los ciclistas en paz», han optado por la vía del cobarde. Le han pasado la pelota (y toda la presión) a la víctima.
No están diciendo «vamos a proteger vuestro derecho a competir». Están diciendo «vuestro derecho a competir nos está complicando la vida».
Es un mensaje devastador. Porque le estás diciendo a cualquier grupo de presión, sea cual sea su ideología, que la violencia y el boicot funcionan. Que si gritas lo suficiente, si molestas lo suficiente, si eres lo suficientemente coñazo, al final la organización no se enfrentará a ti. Se enfrentará a tu víctima. Le pedirá que se aparte, que no provoque, que desaparezca.
Y así es como, poco a poco, se degrada todo. El deporte deja de ser un espacio de competición neutral y se convierte en otra trinchera de la guerra cultural. Y los valores de esfuerzo, compañerismo y juego limpio se van por el desagüe, sustituidos por el cálculo político y el miedo a que te monten un pollo.
La organización de La Vuelta, con su brillante solución, no ha solucionado nada. Simplemente, ha invitado a que, en la próxima edición, cualquier colectivo con una queja decida que la mejor forma de hacerse oír es parar una etapa. ¿Que no te gusta la política agraria común? ¡Bloquea al equipo francés! ¿Que tienes una disputa con Noruega por la pesca del bacalao? ¡No dejes pasar al equipo noruego! ¡El Tour de Francia va a parecer una asamblea de la ONU sobre ruedas!
Así que, desde aquí, un aplauso para la organización de La Vuelta. Han conseguido lo imposible: que en una carrera de ciclistas, los que queden retratados como los más cobardes no sean los que se quedan atrás en el puerto de montaña, sino los que van en el coche oficial, con el aire acondicionado puesto, pidiéndole a la víctima que por favor, no moleste al matón.