Desde la consulta del Absurdólogo de Guardia, hoy tenemos que informarles de un drama que amenaza con fracturar la paz social de nuestra institución más sagrada. No, no hablamos del Congreso. Hablamos de un lugar mucho más civilizado: el instituto. Concretamente, el Instituto de Educación Secundaria «Tribunal Supremo».
Hemos conseguido en exclusiva el guion de la última escena de la serie de moda entre los amantes del derecho y el cotilleo: «Al Salir de la Audiencia».
ESCENA 7, TEMPORADA 28
INT. PASILLO DEL INSTITUTO «SUPREMO» – DÍA
Un pasillo largo, con taquillas y bustos de señores muy serios. Un grupo de JUECES POPULARES, la pandilla más cool y conservadora del instituto, cuchichea en un rincón. Llevan sus togas impecables y sus puñetas perfectamente almidonadas.
JUEZA 1 (Verónica, la líder, con gesto de asco):
Tía, te lo juro, es que me lo ha dicho Borja, el del Constitucional. Me han dicho que el Fiscal General, el nuevo este, el Álvaro, el que va en la pandilla de los del Gobierno… va a ir a la fiesta de apertura de curso con el Rey.
JUEZ 2 (Cayetano, con el pelo engominado):
¿Qué me dices? ¡No puede ser! ¡Pero si es un pringado! ¡Con lo mal que nos cae! ¡Va a arruinar el ambiente! ¡Y va a salir en todas las fotos del anuario al lado de Felipe, que es el más guapo!
JUEZA 1:
Totalmente. Es que, tía, es una falta de respeto. O sea, para el propio Felipe. Para su imagen. No pueden verle con gente así. Desmerece, ¿sabes?
JUEZ 3 (Javier, que no se entera de mucho):
¿Pero por qué no puede ir?
JUEZA 1: (Le mira con condescendencia)
A ver, Javi, te lo explico. Su figura está «contaminada». Está «politizado». No es de los nuestros. Si va él, nos está quitando nuestro sitio en la foto. ¿Entiendes? Tenemos que hacer algo.
JUEZ 2:
¡Ya lo tengo! ¡Hacemos un comunicado! Diremos que pedimos que no vaya por «respeto a la Corona» y por la «solemnidad del acto». Sonará súper institucional y nadie se dará cuenta de que, en realidad, es porque no le soportamos.
JUEZA 1:
¡Eres un genio, Caye!
(Justo en ese momento, el FISCAL GENERAL DEL ESTADO, Álvaro, pasa por el pasillo. Lleva una toga un poco menos planchada y unos apuntes bajo el brazo. Al pasar, el grupo de los JUECES POPULARES se calla y le lanza una mirada de odio colectivo. Álvaro suspira y sigue su camino).
(Suena el timbre, estridente. FIN DE LA ESCENA).
Y esta, amigos, es la gloriosa realidad de nuestra cúpula judicial. Hemos convertido la separación de poderes en un drama de instituto. Una telenovela donde las altas instituciones del Estado se comportan como bandas rivales que se pelean por ver quién se sienta en la mesa de los populares en la cafetería.
El Rey, en esta historia, es el quarterback del equipo, el chico guapo y popular al que todos quieren arrimarse para salir en la foto del anuario. Y las asociaciones de jueces y fiscales son las animadoras y los del club de ajedrez, peleándose por ver quién tiene derecho a ir con él al baile de fin de curso.
Y todo, por supuesto, envuelto en un lenguaje pomposo y grandilocuente que da risa. No dicen «no queremos a este tío porque es del equipo contrario». No. Dicen que su presencia «desmerece la solemnidad del acto» y que actúan por «respeto a la Corona». Es como si el matón de la clase le dice al empollón «te robo el bocadillo por respeto a una dieta equilibrada».
Es una guerra de poder. Una lucha por el control del relato. Una batalla por demostrar quién es más «independiente» y quién está más «politizado», cuando la triste realidad es que todos, en mayor o menor medida, tienen el carnet de su equipo guardado en el bolsillo interior de la toga.
Y mientras ellos juegan a este «Juego de Tronas», con sus comunicados, sus vetos y sus piques personales, la justicia de verdad, la del ciudadano de a pie, sigue a lo suyo: lenta, colapsada y con una falta de medios que sonrojaría a un país del tercer mundo.
Quizá, si dedicaran la mitad del tiempo que invierten en estas peleas de gallos a lo que de verdad importa, no tendríamos los juzgados atascados con expedientes que se mueren de viejos. Pero claro, eso no sale en los periódicos. Lo que sale es la pelea por la foto. Y en la política, como en el instituto, la popularidad lo es todo.