Desde la consulta del Absurdólogo de Guardia, hoy tenemos que hablar de delincuencia. De crimen. Del hampa. Pero olviden todo lo que han visto en las películas. Olviden el glamour de Ocean’s Eleven, la épica de El Padrino o la elegancia de los ladrones de guante blanco. El crimen, amigos, ya no es lo que era. El crimen se ha vuelto cutre.
Imaginen la escena, en blanco y negro. Años 30. Unos tipos con sombrero de ala ancha y gabardina bajan de un Ford V8. Sacan sus metralletas Thompson. Entran en un banco al grito de «¡Esto es un atraco!». Salen con sacos llenos de dinero. Huyen en un coche que chirría las ruedas. Hay estilo, hay tensión, hay una cierta… grandeza.
Ahora, avancemos rápidamente a 2025. La Guardia Civil ha desarticulado una «peligrosa banda organizada». ¿Su especialidad? ¿Atracos a joyerías? ¿Tráfico de armas? No. Su especialidad era robar tubos de escape.
Paren un momento a saborear la frase. «Una banda especializada en robar tubos de escape». Es una frase que transpira derrota. Es la prueba definitiva de que hasta la delincuencia ha entrado en precariedad. Ya no aspiran a robar el Banco de España. Aspiran a robarle el catalizador a tu Toyota Prius de 2008.
EL ‘MASTERMIND’ DE LA CHATARRA
El líder de esta banda no es un Padrino. No es un Moriarty. Es, probablemente, un tipo llamado José Antonio, un «emprendedor» del sector metalúrgico que, en lugar de montar una empresa, ha decidido que es más fácil obtener la materia prima directamente de la fuente: el parking del Mercadona.
Su plan maestro no se traza en una sala oscura con mapas y planos. Se traza con el Google Maps, buscando barrios con muchos coches aparcados en la calle. Su equipo de «especialistas» no son expertos en desactivar alarmas, son tipos que saben manejar una sierra radial portátil sin cortarse un pie.
LA CRÓNICA DEL GOLPE (A LAS 3 DE LA MAÑANA)
El «golpe» ya no tiene la épica de un atraco. Imaginen la escena. Son las tres de la madrugada en un barrio obrero cualquiera. Silencio. De una furgoneta sin distintivos bajan dos tipos. No llevan máscaras de Dalí, llevan pasamontañas que pican. Se deslizan, no hacia la puerta de un banco, sino por el suelo, hasta llegar a su objetivo: tu coche.
Se meten debajo. El espacio es reducido, huele a aceite y a perro mojado. Uno saca la sierra. Y entonces, el silencio de la noche se rompe con un sonido que es la banda sonora de este nuevo crimen: un ¡ÑIIIIIIIIII-CLANG! metálico y desgarrador que despierta a media calle. En 30 segundos, la operación ha terminado. Se llevan su botín: un trozo de metal sucio y grasiento. Y huyen, dejando tu coche herido de muerte.
LA VÍCTIMA: USTED Y SU COCHE-TRACTOR
Y entonces, llegas tú. Pobre e inocente mortal. A las ocho de la mañana. Con prisa por llevar a los niños al cole. Metes la llave en el contacto, giras, y el motor de tu silencioso coche híbrido ruge con la potencia de un tractor de la posguerra. ¡BRRRRRRRRUUUUUMMMMM!
El susto es monumental. Piensas que el motor ha explotado. Que te has equivocado y te has subido al coche de Mad Max. Lllamas a la grúa, aterrado. Y en el taller, el mecánico, con esa media sonrisa del que ya se sabe la historia, te da el diagnóstico: «Te han robado el catalizador».
Y tú, que hasta ese momento no sabías ni que tu coche tenía un «catalizador», te enfrentas a una factura de 800, 1.000 o hasta 2.000 euros. Y a una pregunta existencial: ¿quién coño roba un tubo de escape?
LA RAZÓN DE SER: EL TESORO ESCONDIDO EN TU TUBO DE ESCAPE
Pues la respuesta, amigos, es la que explica toda esta locura. Dentro de ese trozo de metal aparentemente inútil, hay un tesoro. Un tesoro en forma de metales preciosos: platino, paladio y rodio. Metales cuyos precios se han disparado por las nubes gracias, irónicamente, a la transición ecológica y a la demanda de la industria tecnológica.
Estos delincuentes no son simples chatarreros. Son los mineros urbanos del siglo XXI. Son los yonquis de la tabla periódica. No buscan oro, buscan rodio. Y han descubierto que la mayor mina a cielo abierto del mundo no está en Sudáfrica, está en los bajos de los coches de tu barrio.
Son los parásitos de nuestra sociedad de consumo. El último eslabón de una cadena que empieza en tu coche, pasa por un taller clandestino, una fundición ilegal y acaba, probablemente, en un mercado internacional de materias primas. Son la cara B y grasienta de la economía global.
Así que la próxima vez que escuchen un ruido de sierra a las tres de la mañana, no piensen que es su vecino el manitas. Podrían ser los nuevos Al Capone. Unos Al Capone un poco más cutres, más sucios y con unas aspiraciones mucho, mucho más bajas. El hampa ha muerto. Larga vida a la chatarra.