Desde la consulta del Absurdólogo de Guardia, a menudo caemos en el error de pensar que nuestros problemas son únicos. Que nuestra particular mezcla de chapuza, corrupción y picaresca es una denominación de origen, un producto exclusivamente ibérico. Pero esta semana, queridos lectores, la actualidad internacional nos ha regalado una lección de humildad. Nos ha demostrado que la estupidez no entiende de fronteras. El mundo entero es, en realidad, un gran pueblo lleno de vecinos ruidosos, administradores incompetentes y listillos que intentan escaquearse de pagar la comunidad.
Capítulo 1: El Archivo de la Discordia (o «Buscando a Begoña»).
Empecemos en casa, en el epicentro de nuestro drama nacional. El juez, en un nuevo y emocionante capítulo del culebrón «Los Secretos de la Moncloa», ha pedido todos los correos electrónicos de Begoña Gómez desde 2018. ¡Todos!
La imagen es de una belleza burocrática sublime. Imaginen a un equipo de informáticos de la Moncloa, con cara de pánico, enfrentándose a un servidor que probablemente tiene más correos acumulados que la biblioteca de Alejandría. La tarea no es buscar una aguja en un pajar. Es buscar una aguja específica en un pajar del tamaño de Castilla-La Mancha.
La respuesta oficial, me imagino, será un dechado de colaboración. «Por supuesto, su Señoría. Estamos en ello. Hemos creado un ‘comité para la búsqueda proactiva de emails’. De momento, hemos encontrado una suscripción al AS y trescientas ofertas de Vinted. La búsqueda, calculamos, podría concluir justo a tiempo para el próximo alineamiento de Júpiter con Saturno». Es el «vuelva usted mañana» en su versión digital. Y mientras, la sospecha, como la mala hierba, sigue creciendo.
Capítulo 2: La Paradoja del Manifestante (o «Te Pego por la Paz»).
Viajemos ahora a Alemania, esa tierra de gente lógica y ordenada. Unos manifestantes pacifistas, en un acto para pedir, lógicamente, la paz mundial, han acabado a palos con la policía.
Paren un momento a saborear la ironía. «Nos manifestamos violentamente en contra de la violencia». Es una contradicción tan perfecta que roza la genialidad. Es como un vegano que se come un chuletón para protestar contra la industria cárnica.
Esta noticia demuestra una ley universal: no hay nada que una más a la gente que una buena causa, y no hay nada que los separe más rápido que decidir cómo defenderla. En el fragor de la batalla por la paz, a veces se te olvida que la paz consistía, precisamente, en no liarte a hostias con el que tienes al lado.
Y de Alemania saltamos a Londres, donde la lógica también se ha ido de fin de semana. La policía ha detenido a varios señores por manifestarse contra la inmigración ilegal. ¿El problema? Que el gobierno conservador británico lleva años prometiendo, precisamente, acabar con la inmigración ilegal.
Es una obra de arte. El Gobierno crea un clima de opinión, alimenta un discurso y, cuando sus votantes más entusiastas se toman el discurso al pie de la letra y salen a la calle a pedir que se cumpla, ¡los detiene! Es como si un entrenador de fútbol le dice a sus jugadores que sean agresivos y, cuando hacen una falta, los expulsa del equipo. Es la prueba de que, en política, una cosa es lo que se dice para ganar votos y otra muy distinta lo que se hace para no parecer un salvaje.
Y para cerrar este tour de la coherencia, viajemos a Indonesia. Allí, tras masivas protestas, el Presidente ha cedido y ha recortado los privilegios que se habían auto-concedido los políticos. ¡Un momento! ¿Un político que cede ante la presión popular y renuncia a sus privilegios? Esta noticia debe de ser un error. O eso, o los políticos indonesios no han recibido el manual de instrucciones que usan los nuestros.
Capítulo 3: El Arte de la Fuga (y el Debate sobre Rotondas).
La picaresca, como decíamos, es un lenguaje universal. Y el ex Primer Ministro de Tailandia, Thaksin Shinawatra, es un maestro. Justo el día en que un tribunal tenía que decidir si lo mandaba de vuelta a la cárcel, el hombre ha decidido que tenía un viaje de negocios inaplazable. A la Conchinchina, concretamente. Se ha fugado.
Es la versión de élite del «ahora no me viene bien, ya si eso me paso otro día». Mientras aquí discutimos sobre si un político debe dimitir por un escándalo, en Tailandia directamente cogen un jet privado y se van de gira mundial. Hay que reconocer que tienen más estilo.
Y mientras en Tailandia se fugan los primeros ministros, ¿cuál es el nivel del debate en nuestra querida España? Pues esta semana, la noticia que ha paralizado un pleno municipal en un pueblo de cuyo nombre no quiero acordarme ha sido… el nombre de una rotonda.
Sí, amigos. Pelea a gritos. Insultos. Amenazas de romper la coalición de gobierno. Todo por decidir si la rotonda se llama «Plaza de los Emigrantes Ilustres» o «Glorieta del Tractorista Anónimo». Y mientras ellos se desgañitan por un trozo de asfalto con geranios, la sanidad sigue con listas de espera, la educación se cae a trozos y los jóvenes emigran (pero no de forma ilustre). Es reconfortante saber que el futuro de nuestro país está en manos de gente con un sentido de la prioridad tan afinado.
Conclusión: El Mundo es un Gran Pueblo (con los Mismos Tontos).
Y esta, queridos lectores, es la lección de la semana. Da igual que miremos a un juzgado de Madrid, a un parlamento en Londres, a un palacio presidencial en Tailandia o a una rotonda en un pueblo de la meseta. En todas partes cuecen habas. En todas partes, la picaresca, la incompetencia y el surrealismo campan a sus anchas.
Quizá la globalización no consistía en compartir cultura y comercio. Quizá consistía, simplemente, en darnos cuenta de que todos, en el fondo, somos del mismo pueblo. Y que, lamentablemente, en todos los pueblos hay un tonto. O varios. Y suelen acabar de concejal de urbanismo.