Desde la consulta del Absurdólogo de Guardia, a menudo nos centramos en las grandes maquinarias del poder: la geopolítica, la economía, la tecnología. Pero a veces, las historias más reveladoras, las que de verdad definen el alma de nuestra época, se encuentran en los márgenes. En los sucesos. En las crónicas de sociedad. Son pequeñas píldoras de realidad que nos muestran, sin filtros, la gloriosa y trágica comedia que es el ser humano.
Capítulo 1: La Supervivencia y su Letra Pequeña (Made in USA).
Empecemos nuestro viaje en la salvaje Alaska. Una mujer, en una historia digna de una película de supervivencia, sobrevive al ataque de un oso. ¡Un oso! Es una proeza, un canto a la resistencia humana. Te la imaginas, herida, exhausta, pero victoriosa, envuelta en una manta térmica y pensando: «Lo he logrado. He vencido a la naturaleza».
Y justo en ese momento, cuando se siente en la cima del mundo, llega un depredador mucho más temible que el oso. Un depredador implacable, sin garras ni dientes, pero con un poder de destrucción infinitamente mayor: la factura del hospital.
¡Bienvenidos a los Estados Unidos de América! El único país del mundo donde sobrevivir a una catástrofe es solo la primera parte del problema. La segunda, y a menudo la más dura, es sobrevivir a la cuenta. La historia de esta mujer es la metáfora perfecta del sueño americano en el siglo XXI: puedes vencer a un oso pardo de 300 kilos, pero no puedes vencer al sistema sanitario.
Me imagino la factura desglosada:
- Uso de camilla de emergencia (tarifa de fin de semana): 2.000$
- Tirita (modelo premium, hipoalergénica): 150$
- Anestesia (inhalada, no de garrafón): 15.000$
- «Tasa de supervivencia inesperada»: 5.000$
Al final, la pobre mujer, después de mirar la factura, probablemente deseará que el oso hubiera terminado el trabajo. Es una comedia tan negra que roza lo sublime.
Capítulo 2: El Debate de las Ideas (a Puñetazo Limpio).
Dejemos los bosques de Alaska y viajemos a un entorno igual de salvaje: el Senado de México. Esta semana, sus señorías, en un debate sobre… bueno, da igual sobre qué, han decidido que el lenguaje parlamentario era demasiado limitado para expresar la profundidad de sus argumentos. Y han pasado a un método de comunicación mucho más directo y universal: los puñetazos.
¡Qué maravilla! ¡El nivel del debate político sigue subiendo! Hemos pasado de los insultos a las manos. Es la evolución lógica. Pronto veremos a los portavoces de los partidos resolviendo las enmiendas a la totalidad en un combate de pressing catch.
La imagen de dos senadores, dos «padres de la patria», soltándose mandobles como si estuvieran en la cola de un bar a las 4 de la mañana, es la prueba de que la crispación política ya no es una metáfora. Es un deporte de contacto. Y lo más triste es que, probablemente, esa sesión del Senado tuvo más audiencia que cualquier debate serio sobre el futuro del país.
Y este refinamiento del debate no es exclusivo de México. En Marruecos, por ejemplo, una feminista ha sido condenada a dos años de cárcel. ¿Su crimen? ¿Un acto violento? No. Su crimen fue decir que «Alá es lesbiana». Dos años de cárcel. Por una frase. Mientras, en México, te lías a puñetazos en el Senado y, como mucho, acabas en un meme. Cada país, está claro, tiene su propia y peculiar escala de valores sobre lo que es verdaderamente «ofensivo».
Capítulo 3: La Vida, la Muerte y el Vaticano.
En un tono más solemne, pero no por ello menos absurdo, el Papa Francisco ha pedido a los fieles que recen por él. Una petición que, en un hombre de su edad y con sus achaques, ha desatado las alarmas. El Vaticano, en un alarde de transparencia que ya quisiéramos en nuestros gobiernos, ha salido rápidamente a calmar las aguas. Su comunicado oficial: «El Papa está bien».
Para los que no estén familiarizados con el lenguaje vaticano, «está bien» es el código universal para «empiecen a preparar la fumata blanca, por si acaso». Es el «no te preocupes, cariño, solo es un resfriado» que precede a una pulmonía. Es una lección de comunicación de crisis. Nunca digas la verdad, solo di algo que suene tranquilizador hasta que la verdad sea innegable.
Mientras tanto, en Hortaleza (Madrid), la tragedia se ha manifestado en su forma más cruda. Un menor de un centro de acogida ha violado a una niña. Y en una espiral de violencia que demuestra que el «ojo por ojo» sigue siendo una filosofía muy popular, dos encapuchados han respondido entrando en el centro y agrediendo a otros menores. Es el resumen de todos nuestros fracasos como sociedad en una sola noticia: un sistema de protección de menores que no protege, una justicia que no llega y unos ciudadanos que, ante la impotencia, deciden convertirse en la misma bestia que denuncian. Es el infierno en un barrio de Madrid.
Capítulo 4: El Amor en los Tiempos de Instagram.
Y para aligerar un poco tanta densidad, terminemos con un drama que ha sacudido los cimientos de la Generación Z: Lamine Yamal y Nicki Nicole están en crisis. ¿Cómo lo sabemos? ¿Un comunicado? ¿Una exclusiva? No. Lo sabemos porque han borrado sus fotos juntos de Instagram.
Es el divorcio del siglo XXI. El equivalente a cuando tus abuelos devolvían las cartas de amor. Borrar las fotos es la declaración de guerra definitiva. Es el «ya no existes en mi universo digital curado y perfectamente editado».
Es fascinante y, a la vez, un poco triste. Hemos creado un mundo donde las relaciones no son reales hasta que no se publican, y no se acaban hasta que no se borran. El amor se ha convertido en «contenido». Y la ruptura, en una purga de la galería.
Y esta, amigos, es la foto de nuestra vida moderna. Un lugar donde puedes sobrevivir a un oso pero no a una factura, donde los políticos se pegan, donde los papas se despiden con eufemismos, donde la violencia engendra más violencia y donde el amor se mide en píxeles.
Un mundo, en definitiva, que es a la vez una tragedia insoportable y un meme a punto de hacerse viral. Y nosotros, en medio, intentando sobrevivir. O, al menos, intentando que no se nos acaben los datos del móvil.