Desde la consulta del Absurdólogo de Guardia, hoy tenemos que abrir el diván a una de las grandes neurosis de nuestro tiempo. Un trauma silencioso que afecta a millones de personas. Una herida narcisista que nos deja mirando el móvil con la misma cara de idiota que se te queda cuando esa persona con la que tuviste una cita increíble, de repente, deja de existir. Hoy, amigos, hablamos del ghosting laboral.
Hemos importado, con un éxito abrumador, las peores y más cobardes prácticas de Tinder al mundo de los Recursos Humanos. Antes, en esa lejana época conocida como «hace diez años», cuando una empresa te rechazaba, al menos tenía la decencia de mandarte una carta. Un folio impersonal, escrito por una plantilla de Word, que decía algo así como «Agradecemos enormemente su interés, pero hemos decidido continuar con otro candidato que se ajusta mejor a nuestras necesidades (es decir, el sobrino del jefe)». Era frío, sí. Pero era un cierre. Era un punto y final.
Ahora, la respuesta estándar es el vacío. El silencio. El eco de tu propia esperanza rebotando en la nada. Tu candidatura no es rechazada. Simplemente, es absorbida por un agujero negro burocrático. Dejas de existir en su universo.
Para ilustrar este drama moderno, hemos conseguido en exclusiva la última de las 200 cartas que un joven candidato desesperado ha enviado a una de las empresas que le «ghostearon».
Asunto: RE: RE: RE: RE: Proceso de selección para «Junior Synergy Rockstar»
A la atención de: Querido (o no) departamento de Recursos Humanos de «Consultores Globales de la Nada S.L.»
Hola, soy yo otra vez. El candidato del martes a las 11. Sí, ese. El que llevaba la corbata un poco torcida y que, en un alarde de sinceridad estúpida, dijo que su mayor debilidad era «ser demasiado perfeccionista».
Han pasado tres semanas desde nuestra última entrevista. ¿La recuerdas? Fue mágica. Cruzamos miradas a través de la mesa de reuniones. Me preguntaste dónde me veía en cinco años y yo no te dije «en tu puesto», que es lo que de verdad pensaba. Te dije que me veía «aportando valor y creciendo con la compañía». ¡Hubo química! ¡Sentí la conexión! Me dijisteis la frase más bonita que se le puede decir a un candidato: «Ya te llamaremos».
Y desde entonces, nada.
Al principio, pensé que erais tímidos. «Estarán deliberando», me dije. «Un talento como el mío requiere un análisis sosegado». A la semana, empecé a preocuparme. «¿Se habrá perdido mi número? ¿Habrá apuntado mal mi email?». Llegué a pensar en presentarme en vuestra oficina con un ramo de flores y un pendrive con mi portfolio, pero mis amigos me dijeron que eso era de acosador.
Ahora, en la tercera semana, he entrado en la fase de la aceptación. No, no la aceptación de que no me habéis cogido. La aceptación de que sois unos maleducados.
Solo te escribo esta carta, que sé que probablemente acabará en la misma papelera de reciclaje digital que mi currículum, para pedirte una cosa. No pido el puesto. Ya he asumido que se lo habéis dado al sobrino del jefe, ese que en LinkedIn pone que es «apasionado del blockchain» y cuya única experiencia laboral es haber vendido pulseras en un festival.
Solo pido cierre emocional.
Un simple «no» habría bastado. Un email automático, de esos que empiezan con «Estimado/a candidato/a», también. Incluso un emoji de una caca. Algo. Cualquier cosa es mejor que este silencio, que este limbo en el que me habéis dejado. Me habéis convertido en el gato de Schrödinger del mercado laboral: para vosotros, estoy a la vez contratado y no contratado, hasta que alguien se digne a abrir la caja de mi candidatura.
¿Sabéis lo que es peor? Que esta deshumanización, esta cobardía, la disfrazáis de «eficiencia». «No tenemos tiempo para contestar a todos», diréis. ¡Pero sí tuvisteis tiempo para hacerme pasar tres entrevistas, un test psicotécnico y pedirme que preparara una presentación en Powerpoint sobre «el futuro de la sinergia en entornos disruptivos»! Me habéis hecho trabajar gratis durante una semana, solo para luego tratarme como a un fantasma.
Así que, desde aquí, mi más sincera enhorabuena. Habéis conseguido que buscar trabajo ya no sea solo un proceso frustrante y agotador. Ahora, también es una experiencia profundamente humillante.
No espero respuesta. De hecho, si me respondierais ahora, me asustaría. Sería como recibir un WhatsApp de un ex de hace cinco años.
Atentamente,
El Candidato del Martes a las 11.
(Que, por cierto, ya tiene otra entrevista. Y esta vez, cuando me pregunten por mi mayor debilidad, diré que es «no aguantar a los fantasmas»).