Desde la consulta del Absurdólogo de Guardia, bienvenidos al último y más emocionante capítulo del gran culebrón de la legislatura: «Reducción de Jornada: una Historia de Amor y Chantaje». Hoy, el Gobierno, en el papel del amante apasionado pero un poco tóxico, ha decidido poner a prueba el amor de sus socios y la lealtad de sus enemigos. ¿Cómo? Forzando una votación que sabe que, probablemente, no va a ganar.
No se confundan. Esto no es un acto de valentía legislativa. Es una obra de teatro. Es una emboscada parlamentaria con la elegancia de una trampa para osos. La estrategia, anunciada con el eufemismo «que se retraten todos», es una joya de la picaresca política.
La Escena: El Ultimátum
Imaginen la escena en los pasillos del Congreso. El Gobierno, con la ley de las 37,5 horas bajo el brazo como si fuera un ramo de rosas, se acerca a los demás partidos. Pero no va a negociar. Va a dar un ultimátum.
«Queridos socios (y no tan socios)», parece decirles. «Ha llegado el momento de que demostréis de qué lado estáis. Aquí tenéis esta maravillosa ley, este regalo para los trabajadores de España. No es una propuesta, es una prueba de amor. O votáis que sí, demostrando que amáis al pueblo, o votáis que no, retratándoos ante toda España como unos malvados capitalistas sin corazón que quieren que la gente muera en la oficina. Elegid».
Los Atrapados: El PP y los Socios Desconcertados
La trampa es perfecta, y ha pillado a todos con el pie cambiado.
- El Partido Popular: Está en un aprieto delicioso. Si votan ‘NO’, el Gobierno tendrá la foto perfecta para la próxima campaña electoral: «¡Ven! ¡El PP vota en contra de que trabajes menos!». Serán los ogros del cuento, los enemigos del progreso. Pero si votan ‘SÍ’, le regalan al Gobierno su victoria legislativa más simbólica. Están buscando desesperadamente una tercera vía, una abstención con cara de «no estoy en contra pero tampoco a favor», que es el equivalente parlamentario a encogerse de hombros.
- El PNV y otros ex-socios: Están indignados. Ellos querían negociar, querían su trocito de la tarta, su enmienda transaccional, su competencia transferida. Pero el Gobierno les ha quitado la silla y les ha dicho que o comen del plato principal o se quedan sin cenar. Se sienten utilizados, ninguneados. Son el amigo al que invitas a una fiesta solo para que sujete las bebidas.
El Personaje Olvidado: El Trabajador
Y mientras ellos juegan a su particular ‘Juego de Tronos’ parlamentario, ¿dónde queda el protagonista de esta historia? ¿El trabajador? Ah, el trabajador. Ese ser mitológico en cuyo nombre se libran todas las batallas.
El trabajador es el «MacGuffin» de esta película. Es la excusa. El cebo. El cartel de «DERECHOS» que cuelga sobre la trampa. Porque al Gobierno, en este preciso instante, le importa menos que la ley se apruebe que el hecho de que el PP vote en contra. La derrota parlamentaria, si viene acompañada de una victoria propagandística, es un negocio redondo.
Es la política del relato. No importa la realidad, importa la foto. No importa si la gente va a trabajar media hora menos, importa poder decir en el próximo mitin que «nosotros lo intentamos, pero los malos no nos dejaron».
Así que no se dejen engañar. La votación de la jornada laboral no va sobre la jornada laboral. Va sobre poder. Sobre propaganda. Sobre arrinconar al rival y fabricar un enemigo. Y mientras tanto, el trabajador medio, ese por el que teóricamente se está librando esta batalla épica, sigue echando más horas que un reloj, mirando este espectáculo con la misma cara de tonto que se te queda cuando te prometen una subida de sueldo y te acaban regalando una taza con el logo de la empresa.
Porque en la política moderna, a veces, lo importante no es ganar la partida. Es asegurarse de que, cuando pierdas, puedas decir que la culpa fue del otro.