Buenos días, feligreses del absurdo. Siéntense, pónganse cómodos. Hoy, en nuestra homilía dominical, no vamos a hablar de las noticias de ayer. Vamos a hablar del veneno más dulce y, a la vez, más paralizante de nuestro tiempo. Una droga que se ha infiltrado en cada rincón de nuestra cultura, de nuestra política y de nuestra alma. Hoy vamos a hablar de la tiranía de la nostalgia.
«Antes todo era mejor». ¿Cuántas veces han oído esa frase? ¿Cuántas veces la han pensado, aunque sea en un susurro? Es el mantra de nuestra era. Un mantra reconfortante, cálido como una manta en invierno. Y, como todas las mantas, si te tapas con ella hasta la cabeza, te acabas asfixiando.
La Industria de la Memoria Selectiva
La nostalgia ha dejado de ser un sentimiento para convertirse en una de las industrias más rentables del planeta. Miren a su alrededor. El cine se ha convertido en un ejercicio de necrofilia cultural. Ya no se crean nuevos universos, se exprimen los cadáveres de los antiguos. Remakes, reboots, secuelas tardías… Hollywood ha descubierto que es más seguro y rentable venderte por décima vez la misma historia que te gustó a los doce años que arriesgarse a contarte una nueva. Nos venden nuestra propia infancia en cómodos plazos, y nosotros pagamos gustosamente por el chute de melancolía.
La música sigue el mismo patrón. Las listas de éxitos están dominadas por versiones de canciones de los 80 o por artistas que imitan descaradamente el sonido de décadas pasadas. Los festivales de verano parecen reuniones de viejas glorias. No creamos nuevos himnos, nos limitamos a hacer un karaoke con los que ya teníamos. Es un bucle temporal del que es imposible escapar. El problema de esta tiranía de la nostalgia es que nos condena a un presente sin identidad propia.
El Pasado como Arma Política: «Make [Inserte País Aquí] Great Again»
Pero donde la tiranía de la nostalgia se vuelve verdaderamente peligrosa es en la política. El eslogan «Make America Great Again» de Trump es, probablemente, la frase más influyente del siglo XXI. Y es una obra maestra del marketing nostálgico. No promete un futuro, promete un pasado. Un pasado, por supuesto, que nunca existió. Un pasado idealizado, convenientemente editado, donde no había problemas, todos eran felices y tu país era el mejor del mundo.
Y esa fórmula se ha replicado hasta la saciedad. En cada país, ha surgido un líder que te promete volver a una edad de oro imaginaria. Te venden la nostalgia como un programa electoral. Y funciona. Funciona porque apela a una emoción muy poderosa: el miedo al presente.
Cuando el presente es un caos de crisis económicas, incertidumbre laboral y pandemias, y el futuro parece un capítulo de Black Mirror, la idea de volver a un «pasado seguro» es irresistible. Es el refugio perfecto. El problema es que ese refugio es una mentira. La tiranía de la nostalgia nos vende un pasado sin sus partes malas: sin su racismo, sin su machismo, sin su pobreza, sin sus enfermedades. Nos vende el tráiler, no la película completa.
Como ya hemos analizado en [El Archivo del Disparate], tropezamos una y otra vez con las mismas piedras. Y lo hacemos, en gran parte, porque hemos idealizado el camino que nos llevó a ellas.
La Enfermedad: ¿Por qué nos Aferramos al Ayer?
¿Por qué nos hemos vuelto adictos a la nostalgia? Porque es fácil. Afrontar los problemas del presente (el cambio climático, la precariedad, la desigualdad) es difícil. Requiere esfuerzo, ideas nuevas, sacrificio. Requiere aceptar que el mundo es un lugar complejo y jodido.
La nostalgia, en cambio, es un analgésico. Es una droga que nos adormece. Nos permite evadirnos a un lugar donde las respuestas eran simples y los problemas, ajenos. Es más cómodo ver un remake de Los Cazafantasmas que pensar en cómo vamos a pagar las pensiones en 2050. Es más fácil votar a alguien que te promete volver a la «España de siempre» que enfrentarse al reto de construir una nueva.
El gran peligro de esta tiranía de la nostalgia es que nos está paralizando. Nos ha convencido de que las mejores ideas ya se han tenido. De que los mejores días ya se han vivido. Y una sociedad que cree que su mejor versión está en el pasado es una sociedad sin futuro. Es una sociedad que ha dimitido.
Para más contexto sobre cómo esta mentalidad afecta a nuestra economía, pueden leer el análisis de agencias como [Reuters] sobre el estancamiento europeo.
La Cura: El Incómodo Arte de Mirar Hacia Delante
No hay una cura fácil para esta adicción. Requiere un acto de valentía individual y colectiva. Requiere que dejemos de usar el pasado como un refugio y empecemos a usarlo como lo que es: una lección. Requiere que exijamos a nuestros creadores nuevas historias, y a nuestros políticos, nuevas ideas.
Requiere, en definitiva, que aceptemos que «antes» no era mejor. Era, simplemente, antes. Y que el único tiempo sobre el que tenemos algún poder, por pequeño que sea, no es el ayer, sino el mañana.
La próxima vez que sientan la tentación de decir «antes todo era mejor», párense un segundo. Y pregúntense si no estarán, sin darse cuenta, poniendo otro ladrillo en el muro que nos impide avanzar.
Que tengan un domingo reflexivo.