Buenas noches, y bienvenidos al último descenso a los infiernos de la semana. Justo cuando pensaban que ya lo habían visto todo, que el cinismo político había alcanzado su techo, el Gobierno de España ha decidido coger ese techo, hacerlo añicos y bailar sobre sus escombros al ritmo de una banda sonora de Alejandro Amenábar.
La noticia es tan insultantemente descarada que cuesta creer que no sea una parodia. Pero lo es. Es real. Pedro Sánchez ha «preestrenado» los detalles de su nueva reforma laboral en un sarao en el Palacio de la Moncloa con la flor y nata del cine español.
Paren un segundo. Vuelvan a leerlo. Una reforma que afectará a la vida de 20 millones de trabajadores, que definirá las relaciones laborales de la próxima década, que debería ser el fruto de una negociación agónica con sindicatos y empresarios, se ha presentado, en primicia, entre canapés y copas de vino, a un grupo de actores, directores y productores. El primer borrador de tus derechos laborales lo ha visto antes Javier Bardem que el secretario general de UGT.
Esto no es un error de comunicación. Esto es una declaración de principios. Es la culminación del gobierno-espectáculo, la apoteosis de la política entendida como un ejercicio de marketing. Es la confesión de que, para este Gobierno, la realidad no importa. Lo único que importa es el relato. Y qué mejor manera de construir un relato que presentarlo en un pase privado con la gente que, profesionalmente, se dedica a fabricar ficciones.
La Escena: Un Guion de Berlanga en la Moncloa
La escena en los jardines de la Moncloa debió de ser una obra de arte del surrealismo. Imaginen a Pedro Sánchez, con su mejor sonrisa de teletienda, explicando los intríngulis de la ultraactividad de los convenios a un Penélope Cruz que asiente con interés, mientras probablemente piensa en qué modelito se va a poner para los Goya. Imaginen a Yolanda Díaz detallando la nueva regulación de los contratos fijos-discontinuos a un Mario Casas que intenta disimular que no ha entendido ni una palabra.
¿Y mientras tanto, dónde estaban los agentes sociales? ¿Dónde estaban los representantes de los trabajadores y los empresarios, esos señores aburridos que, teóricamente, son los protagonistas de esta película?
Ah, los agentes sociales. Esos «actores secundarios». Estaban en sus casas, como el resto de nosotros, esperando a enterarse por la prensa de lo que el presidente de su Gobierno había decidido contarle a la farándula. Estaban siendo ninguneados, despreciados, reducidos a la categoría de figurantes en su propia negociación.
La presentación de la reforma laboral a Amenábar y su círculo no es una anécdota. Es una metáfora perfecta. Es la demostración de que a este Gobierno le importa más la opinión de un director de cine progre que la de un sindicalista de la SEAT. Le interesa más la foto con un actor de moda que el acuerdo con el presidente de la CEOE. Porque la foto vende. El acuerdo, en cambio, exige trabajo, cesiones y enfrentarse a problemas reales. Y eso, amigos, es mucho más aburrido.
El Mensaje: Vuestra Realidad nos Importa una Mierda
Con este acto, el Gobierno nos ha enviado un mensaje de una claridad meridiana. Nos ha dicho: «La política ya no se hace en los despachos de negociación. Se hace en los eventos de networking.»
Nos ha dicho: «Vuestros problemas, los de los trabajadores y los empresarios, son un coñazo. Son grises. Son complejos. Preferimos tratar con gente guapa, gente que sale en la tele, gente que nos aplaude y nos dice lo progresistas que somos mientras se come un canapé de salmón.»
Y, sobre todo, nos ha dicho: «Esta reforma laboral no es para vosotros. Es para nosotros. Es una herramienta de propaganda. Un producto que tenemos que vender. Y por eso, antes de lanzarlo al mercado de los pringados (vosotros), hacemos un pase de prensa con los influencers para que nos ayuden a promocionarlo».
Es una falta de respeto tan monumental que casi provoca admiración. Es la soberbia de quien se sabe dueño del relato y desprecia a los personajes que lo habitan. La reforma laboral de Sánchez con Amenábar pasará a la historia como el día en que la política española dejó de disimular y admitió, abiertamente, que todo es una puta película. Y que nosotros, los ciudadanos, ni siquiera estamos invitados al estreno.
Buenas noches. Mañana, cuando se levanten para ir a trabajar, recuerden que los detalles de su contrato, de su despido, de su futuro, fueron discutidos anoche en un cóctel. Y brinden. Brinden por el cine español. Y por la tragicomedia de país que nos ha tocado vivir.