Buenas tardes, feligreses del absurdo. Acomódense y prepárense para una lección magistral de derecho laboral impartida por nuestro amado Gobierno de izquierdas. La lección de hoy se titula: «El Derecho a Huelga: ese privilegio molesto que te permitimos ejercer, siempre y cuando no se note». El escenario de esta clase práctica ha sido, cómo no, el aeropuerto de Barajas, ese microcosmos donde todas las miserias de nuestro país convergen en forma de colas y maletas perdidas.
La Crónica: una Huelga (en Teoría)
La historia empieza como tantas otras. Los trabajadores de los controles de seguridad, hartos de sus condiciones precarias, sus sueldos de miseria y la presión de tener que evitar que se cuele un terrorista mientras un guiri se queja de que tiene que quitarse los zapatos, convocan una huelga. Un acto legítimo. Un derecho constitucional. Un coñazo para los viajeros, sí, pero la única herramienta que tiene el débil para presionar al fuerte.
Y aquí es donde entra en escena nuestro Gobierno, el «más progresista de la historia», el adalid de la clase obrera, el campeón de los derechos de los trabajadores. ¿Qué ha hecho este Gobierno, faro de la izquierda europea, para mediar en el conflicto? ¿Ha presionado a la empresa de seguridad? ¿Ha escuchado a los trabajadores? No. Ha hecho algo mucho más sencillo y, por qué no decirlo, mucho más de derechas: ha reventado la huelga imponiendo unos servicios mínimos del 100%.
Paren un momento a paladear la belleza de la contradicción. Servicios mínimos. Del cien por cien. Es una joya de la oximoronología. Es como declarar una «guerra pacífica» o una «fiesta aburrida». Es la anulación de un derecho por la vía de los hechos. Te están diciendo, con la firma del BOE en la mano: «Sí, sí, usted tiene todo el derecho del mundo a hacer huelga. Pero, por favor, hágalo desde su puesto de trabajo, cumpliendo su jornada laboral completa. No vaya a ser que moleste a alguien».
El Resultado: Caos y la Hipocresía al Desnudo
El resultado de esta genialidad ha sido, por supuesto, el caos. Porque aunque obligues a la gente a estar en su puesto, un trabajador en huelga, quemado y ninguneado, no trabaja con la misma alegría que un siervo feliz. La huelga «a la japonesa» (trabajar más lento y con más celo del habitual) ha provocado aglomeraciones, colas kilométricas y una tensión que se cortaba con un cuchillo de plástico de los que te dan con el menú del avión.
Pero el caos en Barajas es solo el síntoma. La verdadera enfermedad es la hipocresía. La monumental, estratosférica y sonrojante hipocresía de un Gobierno que se envuelve en la bandera del obrerismo mientras aplica las políticas más antisindicales que se recuerdan.
Esta es la izquierda del Powerpoint. La izquierda que defiende al «trabajador» como concepto abstracto, pero al que le jode soberanamente que el trabajador de carne y hueso le monte una huelga en el aeropuerto justo cuando empieza el puente. Porque los derechos de los trabajadores son sagrados… hasta que entran en conflicto con el derecho de un pijo a no perder su vuelo a Ibiza.
¿Se imaginan qué habría pasado si esta misma decisión la hubiera tomado un gobierno del PP? Tendríamos a todo el arco parlamentario de la izquierda gritando «¡FACHAS!», «¡ATAQUE A LOS DERECHOS FUNDAMENTALES!», «¡REPRESIÓN SINDICAL!». Tendríamos a los sindicatos convocando una huelga general. Pero como lo ha hecho el Gobierno «amigo», la reacción es un murmullo incómodo, un mirar para otro lado.
Es la misma doble vara de medir que ya analizamos en [nuestro artículo sobre las protestas «pacíficas» en La Vuelta]. Si la huelga es de un sector que me apoya, es un derecho sagrado. Si es de un sector que me molesta (controladores aéreos, médicos, transportistas), son unos «privilegiados» y unos «chantajistas».
La Pregunta que Flota en el Aire: ¿Ya Han Arreglado el Falcon?
Y mientras miles de ciudadanos de a pie sufrían las colas en Barajas, una pregunta flotaba en el aire cargado del aeropuerto: ¿Y el Falcon qué tal? ¿También tiene colas? ¿También sufre los servicios mínimos?
Porque esa es la madre de todas las ofensas. La élite política, esa que te exige sacrificios, que te anula tus derechos y que te pide paciencia, vive en un universo paralelo. Un universo sin colas, sin esperas, sin huelgas que les afecten. Un universo donde el transporte público es un avión privado pagado con tu dinero.
La decisión de imponer unos servicios mínimos del 100% en la huelga de seguridad de Barajas no es una simple medida administrativa. Es una declaración de intenciones. Es un mensaje muy claro del Gobierno a la clase trabajadora: «Vuestros derechos terminan donde empieza nuestra comodidad».
Así que la próxima vez que oigan a un ministro hablar de «proteger a los trabajadores» o de «ampliar los derechos laborales», recuerden la imagen de esos huelguistas en Barajas, obligados a trabajar por decreto. Porque en la política moderna, como ya sabemos, las palabras no significan nada. Lo único que importa son los hechos. Y el hecho, hoy, es que el Gobierno «más progresista de la historia» ha reinventado el derecho a huelga. Y lo ha convertido en una farsa.
Disfruten de su vuelo. Si es que consiguen llegar a la puerta de embarque.