Desde la consulta del Absurdólogo de Guardia, buenas tardes. Traemos una de esas noticias que el sistema nos vende como una victoria, como un triunfo de la justicia. Y, en cierto modo, lo es. Pero es una victoria con un regusto a ceniza, un triunfo que nos deja más preguntas que respuestas. Los cinco acusados de la violación grupal conocida como «La Manada de Castelldefels» han reconocido los hechos. Han admitido su culpa. Y han pactado con la fiscalía unas penas de cárcel que suman más de 30 años.
¡Albricias! ¡El sistema funciona! ¡Los malos han confesado y van a la cárcel!
Pero, un momento. Rasquemos un poco en el barniz de este «éxito». ¿Qué nos está diciendo realmente esta noticia?
El Triunfo de la «Conformidad»: Cuando Admitir lo Obvio Tiene Premio
Lo que ha ocurrido aquí se llama «acuerdo de conformidad». Es una herramienta procesal muy útil. Y, a la vez, profundamente deprimente. Consiste en que el acusado, que hasta ayer se declaraba más inocente que Bambi, de repente ve las orejas al lobo (una posible condena mucho mayor) y decide que, oye, quizá sí que fue culpable, después de todo. A cambio de este repentino ataque de honestidad, la fiscalía le ofrece una rebaja en la pena.
Es la justicia como un mercadillo. Un regateo. «¿Cuánto me echas si admito que soy un monstruo?».
Por un lado, y esto es innegable y fundamental, este pacto le ahorra a la víctima el calvario de tener que revivir la agresión en un juicio. Le ahorra tener que enfrentarse a sus agresores, a sus abogados, a preguntas impertinentes. Y solo por eso, el acuerdo ya es una forma de victoria. Es una victoria para la víctima.
Pero, ¿es una victoria para el concepto de «justicia»?
La confesión de la Manada de Castelldefels no nace del arrepentimiento. Nace del cálculo. Del miedo. De la estrategia. Durante años, mientras la instrucción avanzaba, su postura era la de siempre: la negación. Y solo ahora, a las puertas de un juicio donde las pruebas, al parecer, eran abrumadoras, deciden que es más rentable admitir la culpa.
Y el sistema, en su infinita «eficiencia», premia esta confesión tardía. Les da una medalla en forma de años de cárcel que se ahorran. Es una lógica un tanto perversa. No se premia la verdad, se premia el pragmatismo.
Años de Sufrimiento, una Mañana de Firmas
Pensemos en el cronograma. Años de investigación policial. Años de instrucción judicial. Años de sufrimiento y espera para la víctima. Y todo ese calvario se resuelve, no en una sala de vistas donde se imparte justicia de forma solemne, sino en un despacho, con un apretón de manos entre abogados y fiscales.
No estamos criticando la herramienta del pacto, que es legal y a menudo necesaria para desatascar un sistema judicial que, como ya hemos visto en [nuestro análisis de su modernización fallida], se mueve a la velocidad de un caracol con reuma.
Estamos criticando el panorama general que nos revela. Un panorama donde la justicia no es rápida, ni siempre ejemplar. Un panorama donde, a menudo, la verdad judicial no es una cuestión de hechos, sino de negociación.
El caso de la Manada de Castelldefels, como antes el de su infame predecesora, nos obliga a mirarnos al espejo como sociedad. Nos obliga a preguntarnos por qué la violencia sexual sigue siendo una epidemia. Y nos obliga a cuestionar un sistema judicial que, a veces, parece más interesado en la eficiencia de los acuerdos que en la contundencia de las sentencias.
Así que sí, celebremos que cinco culpables van a entrar en la cárcel. Es una buena noticia. Pero no nos engañemos. No es una victoria épica. Es el final agridulce de una historia terrible. Un final que nos deja con la extraña sensación de que, aunque se ha hecho justicia, algo, en el fondo, sigue profundamente roto.