Buenas noches, y bienvenidos al último acto de esta tragicomedia. Justo cuando la semana agoniza, el Presidente del Gobierno, en un gesto de magnanimidad que pasará a los anales de la propaganda, ha decidido hacer un regalo a uno de los colectivos más castigados del país. Ha anunciado una futura ley para la reducción de horas lectivas para profesores.
¡Aleluya! ¡Los sindicatos lloran de emoción! ¡Los docentes ven una luz al final del túnel! ¡El Gobierno «progresista» vuelve a demostrar su compromiso con la educación! Un momento… ¿O no?
Porque detrás de este titular reluciente, de este caramelo envuelto en papel de seda, se esconde una de las maniobras más cínicas y tramposas de la legislatura. Y esta noche, en nuestro diván de autopsias, vamos a desenvolver el caramelo. Y vamos a ver el veneno que lleva dentro.
No es un Regalo, es una Devolución (y con Intereses)
Lo primero que hay que entender de la prometida reducción de horas lectivas para profesores es que no es un regalo. Es la devolución de algo que fue robado. La jornada de 18 horas en Secundaria y 23 en Primaria no es una innovación revolucionaria. Era la norma. Era lo que había antes de que, en 2012, el Gobierno del PP, con la excusa de la crisis, metiera la tijera y aumentara la jornada lectiva como parte de sus recortes de austeridad.
Lo que Sánchez nos vende ahora como un «avance histórico» es, simple y llanamente, volver a la casilla de salida de hace más de una década. Y lo hace con una lentitud exasperante. Es como si un ladrón te roba la cartera, se gasta la mitad de tu dinero y, diez años después, te devuelve la cartera vacía diciéndote: «Mira qué generoso soy». Y lo peor es que, probablemente, tengamos que darle las gracias.
El Mágico Mundo del «Sin Presupuesto Asignado»
La segunda parte del truco de magia es aún mejor. Reducir las horas de clase de cada profesor significa que, para cubrir esas horas, se necesita contratar a más profesores. A miles de ellos. Según los cálculos de los sindicatos, harían falta entre 50.000 y 70.000 docentes más en todo el país. Y eso, amigos, cuesta dinero. Mucho dinero. Unos 1.000 millones de euros anuales, según las estimaciones.
¿Ha anunciado el Presidente una partida presupuestaria extraordinaria para financiar esta medida? ¿Ha detallado de dónde va a salir ese dinero? No. Por supuesto que no. Ha hecho el anuncio, se ha puesto la medalla y le ha pasado la patata caliente a las Comunidades Autónomas, que son las que tienen que pagar la fiesta.
Es una jugada maestra del «invita la casa (pero pagas tú)». El Gobierno se lleva el titular y el aplauso. Y las autonomías se quedan con el marrón de tener que encontrar el dinero para contratar a miles de profesores o, lo que es más probable, de tener que hacer malabares, recortando de otros sitios, para cumplir una ley para la que no tienen financiación. Es una medida que, como denuncian medios como [El Mundo], nace sin una memoria económica clara.
La Aspirina para un Cáncer Llamado «Informe PISA»
Y aquí llegamos al corazón del engaño. Esta medida se anuncia justo una semana después de que conociéramos el [desastroso resultado del Informe PISA España], la prueba de que nuestro sistema educativo es un enfermo en estado terminal. Nuestros jóvenes no entienden lo que leen, no saben resolver problemas matemáticos básicos y su capacidad de concentración es nula.
¿Y cuál es la respuesta del Gobierno a esta catástrofe nacional? ¿Un plan de choque para mejorar la calidad de la enseñanza? ¿Una reforma para acabar con la burocracia que asfixia a los docentes? ¿Una inversión masiva en recursos, en tecnología, en apoyo a los alumnos con dificultades?
No. La respuesta es decirle a los profesores que van a trabajar dos horas menos de clase.
Es la metáfora perfecta. El edificio de nuestra educación se está cayendo a pedazos, tiene aluminosis en los cimientos, las paredes están llenas de grietas y el tejado tiene goteras. Y la solución del Gobierno no es llamar a un arquitecto. Es regalarle al conserje un reloj nuevo para que se sienta un poco mejor.
La reducción de horas lectivas para profesores es una medida que ataca un síntoma (el innegable agotamiento del profesorado), pero que ignora por completo la enfermedad. Los profesores no solo están quemados por las horas de clase. Están quemados por la burocracia absurda, por las ratios inhumanas, por los cambios legislativos constantes, por la falta de autoridad y por la frustración de intentar enseñar a una generación a la que el sistema ha abandonado. Darles dos horas libres a la semana sin solucionar nada de lo demás es como darle una aspirina a un paciente con un cáncer terminal.
El Verdadero Motivo: el Olor a Elecciones
Entonces, si no es una medida para mejorar la educación, ¿qué es? Es simple. Es un acto de campaña. Es clientelismo. Es un caramelo lanzado a un colectivo de casi un millón de funcionarios públicos y a sus sindicatos. Es una forma de comprar paz social y, de paso, unos cuantos cientos de miles de votos.
La reducción de horas lectivas para profesores no es una reforma educativa. Es una transacción política. Y en esa transacción, los grandes olvidados, como siempre, son los alumnos. Los mismos que seguirán en aulas masificadas, con programas educativos absurdos y con un futuro más negro que el sobaco de un grillo.
Así que no se dejen engañar. Cuando escuchen al Gobierno vanagloriarse de este «logro histórico», recuerden lo que hay detrás. Recuerden la falta de presupuesto, la indiferencia ante el fracaso escolar y, sobre todo, recuerden que, en política, los regalos nunca son gratis. Y este, me temo, lo vamos a pagar muy caro.
Buenas noches. Y que el futuro de la educación de este país no les quite el sueño. Aunque, sinceramente, debería.