Obituario de un Sueño Imperial: la Factura del Brexit ya está Aquí y Cuesta un 4% del PIB (para Siempre).

Caricatura del funeral del Brexit y su factura al PIB, mostrando a Boris Johnson y Nigel Farage en un cementerio, como sátira del informe.

Buenas tardes, feligreses del absurdo, y bienvenidos a esta solemne ceremonia. Hoy, en nuestro Atlas del Disparate, no vamos a analizar una noticia. Vamos a redactar una esquela. Un obituario. Porque esta semana, en el Reino Unido, algo ha muerto definitivamente. No ha muerto una persona, sino algo mucho más grande y, a la vez, mucho más frágil: una fantasía.


EN MEMORIA DEL SUEÑO DEL BREXIT

(2016 – 2025)

Amado por los tabloides, idolatrado por los populistas y votado en un día de niebla mental colectiva, el Sueño del Brexit falleció esta semana a la edad de 9 años, tras un largo y doloroso contacto con la cruda y aburrida realidad.

Nació en una campaña electoral memorable, fruto del apasionado romance entre la nostalgia imperial y la mentira descarada. Sus padres intelectuales, Boris Johnson y Nigel Farage, lo presentaron al mundo como un mesías. Un salvador que iba a liberar al Reino Unido de las cadenas de la malvada burocracia de Bruselas, que iba a devolver la soberanía al pueblo y que, por supuesto, iba a destinar los 350 millones de libras semanales que (supuestamente) se enviaban a la UE a financiar el sistema de salud (spoiler: no lo hizo).

Durante su corta pero intensa vida, el Sueño del Brexit fue un torbellino. Provocó dimisiones, elecciones anticipadas, colas kilométricas de camiones en Dover y una escasez de mano de obra tan severa que los británicos descubrieron, con horror, que las verduras no se recogen solas por arte de magia.

Pero él seguía adelante, impertérrito, envuelto en la Union Jack, prometiendo un futuro glorioso de acuerdos comerciales con países lejanos y pasaportes de un elegante color azul.

La enfermedad que finalmente ha acabado con él ha sido diagnosticada esta semana por la Oficina de Presupuesto del Reino Unido, los médicos forenses de la economía. La causa de la muerte: un severo e irreversible golpe de realidad. El informe, cuyas conclusiones recogen medios como [El Mundo], es la lápida definitiva. Confirma que la gloriosa aventura de la soberanía, la heroica gesta de «recuperar el control», tiene una etiqueta con un precio. La factura del Brexit al PIB es de un 4%.

No un 4% un año. Un 4% permanente.

Es la crónica de un país que, para demostrar que sus armas funcionaban, se disparó en el pie. Y ahora, mientras cojea, intenta convencer al mundo de que caminar así es mucho más «soberano».

Al Sueño del Brexit le sobreviven:

  • Una inflación más persistente que un vendedor de enciclopedias.
  • Una escasez de trabajadores en sectores clave como la sanidad y la hostelería.
  • Una burocracia en las fronteras que hace que la de Bruselas parezca un trámite de cinco minutos.
  • Un acuerdo comercial con Irlanda del Norte que nadie entiende, pero que a todos enfada.
  • Y, por supuesto, un pasaporte azul muy, muy bonito.

El funeral se celebrará en la intimidad de cada hogar británico, cada vez que un ciudadano mire su nómina y se dé cuenta de que es un 4% más pobre de lo que podría haber sido.

No se enviarán flores. Por favor, en su lugar, envíen economistas competentes, fontaneros polacos y un poco de sentido común.

Descanse en paz. O, al menos, que deje descansar en paz a los demás.

El Bisturí del Absurdólogo: El ‘Te lo Dije’ más Caro de la Historia

Detrás de este obituario se esconde la mayor tragedia del populismo: que las consecuencias siempre llegan. Tardan, pero llegan. Y nunca las pagan los que causaron el desastre.

La factura del Brexit al PIB es el «te lo dije» más caro de la historia moderna. Es el recordatorio de que las decisiones tomadas con las tripas y no con el cerebro, basadas en eslóganes y no en datos, tienen un coste. Y ese coste, en este caso, se mide en miles de millones de libras y en una generación de oportunidades perdidas.

Lo más irónico es que los arquitectos de esta chapuza, los Johnson y los Farage, ya están a otra cosa. Retirados en sus mansiones, escribiendo sus memorias, dando conferencias a precio de oro sobre «liderazgo y visión de futuro». Dejaron el incendio y se fueron sin mirar atrás, con los bolsillos llenos y la conciencia, por lo visto, más limpia que una patena.

Y el pueblo británico, ese que un día votó con el corazón henchido de orgullo imperial, se ha quedado solo, mirando la factura. Una factura que, como la lluvia en Manchester, les acompañará para siempre.

Es una lección que deberíamos estudiar en las escuelas. Una lección sobre los peligros de la nostalgia, la toxicidad de la mentira y la facilidad con la que se puede convencer a millones de personas para que voten en contra de sus propios intereses.

El Imperio Británico no volverá. Pero la factura del intento, esa, sí que es puntual cada mes.

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