(La escena: una sala de reuniones aséptica. MARISA, la jefa de departamento, revisa unos papeles con una sonrisa tensa. Enfrente, JAVIER, un empleado con ojeras y un tic en el ojo.)
MARISA: Bueno, Javier, hemos revisado tu evaluación de desempeño anual. Y la palabra que nos viene a la mente es… «resiliencia».
JAVIER: ¿Resiliencia?
MARISA: Sí. Una resiliencia excepcional. Vimos cómo, cuando el presupuesto de tu departamento fue recortado un 40%, no dijiste nada. Simplemente, asumiste el trabajo de los dos compañeros que despedimos. Eso es resiliencia.
JAVIER: Bueno, yo…
MARISA: Y cuando la empresa decidió eliminar la calefacción en invierno para «optimizar costes energéticos», te vimos tecleando con guantes sin una sola queja. ¡Magnífico! Y la forma en que te adaptaste a la nueva silla ergonómica…
JAVIER: Es una caja de folios.
MARISA: ¡Una solución creativa! Te adaptaste. Demostraste una resiliencia en la neolengua moderna que es, francamente, inspiradora. No vamos a subirte el sueldo, claro. Pero te nombraremos «Empleado Resiliente del Mes». Te daremos un pin.
El Bisturí del Absurdólogo: La Autopsia de una Palabra-Trampa
Bienvenidos al Glosario del Absurdo, la sección donde cogemos las palabras de moda y las colgamos de los pulgares hasta que confiesan su verdadero significado. Hoy, bajo nuestro flexo, tenemos a una superestrella, a la reina del baile de la jerga corporativa y política: la resiliencia.
Según la RAE, la resiliencia es la «capacidad de adaptación de un ser vivo frente a un agente perturbador o un estado o situación adversos». Una virtud admirable, sin duda. Es la capacidad humana de sobreponerse a la tragedia. Pero en manos de la neolengua moderna, la resiliencia ha sufrido una mutación perversa.
La Resiliencia en la Neolengua Moderna: De Virtud a Herramienta de Control
El concepto de resiliencia en la neolengua moderna ya no describe una capacidad interna para superar un trauma. Ahora es una exigencia externa para que aguantes, sin rechistar, la incompetencia, la explotación o el desastre que otros han creado. Se ha convertido en una herramienta para desviar la responsabilidad. El foco ya no está en arreglar el problema, sino en «celebrar» tu admirable capacidad para sobrevivir a él.
El Caso Corporativo: Tu Resiliencia por Mi Incompetencia
El mundo de la empresa es el ecosistema natural donde la resiliencia como neolengua ha prosperado. Es la palabra perfecta para justificar la precariedad y la sobrecarga de trabajo:
- «Este equipo ha demostrado una gran resiliencia durante la reestructuración» (Traducción: «Os hemos cargado con el trabajo de tres personas y, como no ha habido un motín, lo consideramos un éxito»).
- «Buscamos a gente proactiva y resiliente» (Traducción: «Buscamos a gente que no se queje cuando las cosas vayan mal, porque irán mal a menudo»).
Es la excusa perfecta para sustituir mejoras reales (salario, condiciones, recursos) por palmaditas en la espalda y diplomas vacíos. Es una estrategia de manipulación muy similar a la que destapamos en nuestro [análisis sobre el greenwashing de las grandes empresas]: se crea una narrativa positiva para ocultar una realidad tóxica.
El Caso Político: La Resiliencia del Ciudadano como Coartada
Los políticos también han abrazado con fervor el evangelio de la resiliencia. ¿Para qué solucionar la crisis de la sanidad pública si puedes alabar «la increíble resiliencia de nuestros sanitarios»? ¿Para qué implementar medidas efectivas contra la crisis energética si puedes felicitar a los ciudadanos por «su comportamiento resiliente durante el invierno»?
El uso de la resiliencia en la neolengua moderna política es una confesión de impotencia disfrazada de halago. Es el Estado diciéndote: «La situación es un desastre, no sabemos o no queremos arreglarla, así que te pedimos que aprietes los dientes. Pero no lo llames aguantar, llámalo ser resiliente, que queda más inspirador».
El Peligro de esta Neolengua: ¿Hemos Perdido el Derecho a Estar Hartos?
El problema de fondo de esta palabra es que estigmatiza la queja. Si no eres capaz de «adaptarte» sonriendo al desastre, no eres resiliente. Eres débil, eres negativo, eres «tóxico». Se nos niega el derecho a la frustración, a la ira o, simplemente, a decir «esto es una mierda y no pienso aguantarlo».
Esta presión para ser constantemente resilientes nos empuja hacia la pasividad. Como bien analiza el filósofo Byung-Chul Han en [sus ensayos sobre la sociedad del cansancio], nos hemos convertido en nuestros propios explotadores. La resiliencia de la neolengua moderna es el lubricante perfecto para este sistema: nos convence de que aguantar la presión es un mérito nuestro, no un fallo del sistema que nos la impone.
La verdadera resiliencia no debería ser la capacidad de aguantar un puesto de trabajo en llamas. La verdadera resiliencia debería ser la inteligencia para coger el extintor, apagar el fuego y exigirle responsabilidades al idiota que lo provocó.
Así que la próxima vez que su jefe o un político alabe su resiliencia, duden. Probablemente, les esté confesando su propia incompetencia y esperando que usted, amablemente, se haga cargo de ella. Sin pedir nada a cambio, claro.