Recibimos en la consulta una carta de un familiar anónimo que, me temo, representa el sentir silencioso de media nación cada martes y miércoles por la noche.
Estimado Absurdólogo,
Mi marido ha desaparecido. Físicamente está en el sofá, pero su alma, su mente y su capacidad de emitir monosílabos han sido abducidas por una entidad alienígena llamada «la Champions». Mis amigos dicen que nunca quedo. Mis hijos creen que su padre es el señor de la tele que grita «¡goool!». Y tienen razón. Es que hay Champions.
Anoche intenté hablarle de un tema importante (creo que la casa estaba en llamas), pero me hizo un gesto con la mano porque estaban repitiendo un fuera de juego dudoso. Doctor, ¿es el fútbol una enfermedad? ¿Hay algún centro de desintoxicación? ¿O debo aceptar que he perdido a mi marido hasta la final de mayo?
Atentamente,Una Viuda de la Champions.
Estimada Viuda de la Champions,
Comprendo su dolor, pero debo corregirle en un punto: el fútbol no es una enfermedad. Es algo mucho más potente. Es una religión de sustitución. Y la Champions League es su misa de los martes y miércoles. Su marido no está enfermo, está en estado de gracia, comulgando con sus dioses de pantalón corto.
En una sociedad que ha perdido sus grandes relatos, donde ya no creemos en casi nada, el fútbol ha venido a llenar ese vacío existencial. Nos da todo lo que una buena religión debe ofrecer:
- Un Dios (o varios): Messi, Cristiano, Mbappé… figuras a las que adorar, a las que rezar en los minutos de descuento y cuyos milagros se repiten en bucle en los informativos.
- Un Templo Sagrado: El estadio, ese lugar de peregrinación donde miles de fieles se congregan para cantar himnos y compartir su fe.
- Un Calendario Litúrgico: Con sus fiestas de guardar (los Clásicos), sus tiempos de penitencia (las pretemporadas) y su gran semana santa (la final de la Champions).
- Un Enemigo Claro (El Diablo): El equipo rival. Un ente maligno, culpable de todas las desgracias, cuyos seguidores son, por definición, seres inferiores moral e intelectualmente.
- Una Comunidad: El sentimiento de pertenencia a algo más grande que uno mismo, la tribu. El «nosotros» contra «ellos».
Su marido, por tanto, no está «viendo un partido». Está participando en un ritual sagrado que reafirma su identidad y le da un sentido a su semana. Intentar hablarle de temas mundanos, como un incendio en la cocina, durante la liturgia es el equivalente a intentar venderle un seguro de decesos al Papa en mitad de la misa del gallo. Es una falta de respeto.
Pero no se desespere. Aunque la cura es imposible (la fe no se cura, se tiene), sí existen terapias paliativas. He aquí una «Guía de Diálogo para Familias con un Creyente de la Champions»:
Regla nº1: Respete el Silencio Sagrado. Durante los 90 minutos de partido, el paciente entra en un trance místico. No intente comunicarse con él. Es inútil y peligroso. Cualquier estímulo externo será interpretado como una agresión.
Regla nº2: Aprenda el Lenguaje de los Cánticos. La comunicación es posible, pero debe usar su idioma. En lugar de decir «¿Puedes bajar la basura?», intente cantar con el ritmo del himno de su equipo: «¡La-ba-su-ra-hay-que-ba-jar, oe-oe-oe!». Hay un 5% de posibilidades de que funcione.
Regla nº3: El Descanso es Clave. El intermedio de 15 minutos es su ventana de oportunidad. Es el momento en que el fiel vuelve brevemente al mundo de los mortales para ir al baño o a por otra cerveza. Tenga sus preguntas preparadas y sea concisa. Tiene un cuarto de hora antes de que vuelva a ser abducido.
Regla nº4: Use el Refuerzo Positivo (si su equipo gana). Si su equipo ha ganado, el paciente estará en un estado de euforia. Es el momento perfecto para pedirle cosas. «¿Cariño, qué te parece si este fin de semana pintamos el salón?». Probablemente aceptará sin ni siquiera saber qué ha dicho.
Regla nº5: Evite el Contacto (si su equipo pierde). Si su equipo ha perdido, el paciente entrará en un período de duelo. Cualquier palabra, por inocente que sea, puede ser interpretada como una burla. Aléjese lentamente, no haga contacto visual y, si es posible, déjele solo con su dolor y los análisis de los tertulianos, que son sus sacerdotes del lamento.
Diagnóstico: Su marido no está secuestrado, está convertido.
Tratamiento: No hay cura, solo gestión de daños. Ármese de paciencia, use los descansos con sabiduría y recuerde: al menos, sabe dónde está dos noches por semana. Hay vicios peores.
Atentamente,
El Absurdólogo de Guardia.
