La Casa Real de Noruega se Enfrenta a su Propio ‘Juego de Tronos’, Pero con Menos Dragones y Más Fichas Policiales.

Caricatura de Marius Borg, hijo de la princesa de Noruega, jugando con fichas policiales en un palacio.

Un Historial Digno de un Capo de la Mafia

Desde la consulta del Absurdólogo de Guardia, hoy nos llega una de esas noticias que nos calientan el corazón y nos recuerdan que, en el fondo, todos somos iguales. Bueno, casi todos. Resulta que en el gélido reino de Noruega, tierra de fiordos, salmón y gente educadísima que nunca levanta la voz, hay un chaval que ha decidido importar las costumbres del Bronx de los años 80. Su nombre es Marius Borg Høiby, y su principal mérito hasta la fecha, aparte de tener un apellido que suena a marca de muebles de Ikea, es ser el hijo de la princesa heredera Mette-Marit.

El joven Marius, que no tiene título de príncipe pero sí, al parecer, un máster en liarla parda, ha sido acusado formalmente de 32 delitos. No es una errata. TREINTA Y DOS. No hablamos de robar caramelos en un quiosco o de hacer grafitis en el palacio real. La lista de presuntos «hobbies» del muchacho incluye cosas tan edificantes como cuatro violaciones, violencia de género, agresiones y maltrato. Vamos, que tiene un currículum que haría que un capo de la Yakuza le dijera: «Chaval, relájate un poco».

La Justicia «Privada» de la Sangre Azul

Esto, amigos, es una maravilla sociológica. Nos pasamos la vida oyendo hablar de la exquisita educación de la realeza, de su preparación, de su sentido del deber. Vemos documentales donde les enseñan a usar siete tenedores distintos y a saludar sin que se les canse la muñeca. Pero parece que en el temario se saltaron la lección de «Conceptos Básicos de No Ser un Delincuente». Es una pena, porque es una de las más útiles.

La reacción oficial, como siempre en estos casos, es de una elegancia exquisita. La Casa Real Noruega, con la misma templanza con la que anunciarían un nuevo sello conmemorativo del bacalao, ha dicho que no comenta asuntos de ciudadanos privados. ¡Ciudadano privado! Claro que sí. Un «ciudadano privado» cuya madre va a ser la reina del país y que ha vivido rodeado de más lujos y seguridad que el lingote de oro de Fort Knox. Yo también quiero ser un «ciudadano privado» de esos, sobre todo si algún día me da por saltarme un semáforo.

Aquí es donde la absurdología brilla con luz propia. Imaginen por un segundo que el protagonista de esta historia no se llamara Marius Borg, sino Manolo García, y viviera en Valdezarzas de Abajo. Con la mitad de esos cargos, Manolo ya tendría su propio especial en «Equipo de Investigación», su cara estaría en todos los telediarios y la gente de su pueblo cruzaría de acera al verle. Pero como Marius es «de buena familia», todo se trata con una delicadeza que enternece. La presunción de inocencia, que para el resto de los mortales es un concepto jurídico, para ellos es un escudo de adamantium forrado de terciopleo.

Una Lección Universal sobre la Gilipollez

Esta historia nos demuestra una verdad universal: el dinero y el poder no compran la clase, ni la educación, ni mucho menos la decencia. A veces, simplemente, te dan más oportunidades para ser un gilipollas a una escala mucho mayor. Te permiten sustituir las consecuencias de tus actos por un buen equipo de abogados.

Así que mientras la justicia noruega desenreda este ovillo de presuntos delitos, el resto de nosotros podemos aprender una valiosa lección. La próxima vez que vean a un miembro de la realeza saludando desde un balcón con esa sonrisa perfecta, recuerden a Marius. Detrás de cada reverencia y cada discurso sobre el servicio a la nación, puede que se esconda un «ciudadano privado» con una vida mucho más interesante (y una ficha policial mucho más larga) de lo que nos quieren hacer creer. Y eso, amigos, es más entretenido que cualquier serie de Netflix.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *