El Archivo de la Vergüenza: Incendio Torre Windsor, la Noche que el Fuego Hizo el Trabajo Sucio.

Caricatura del incendio de la Torre Windsor, mostrando la quema de documentos secretos, como sátira del rumor y la opacidad empresarial.

Buenas tardes, feligreses del absurdo. Hoy, en nuestro Archivo de la Vergüenza, vamos a abrir un expediente que, a diferencia de otros, no tiene papeles en su interior. Porque, precisamente, esos papeles, según el mito, fueron consumidos por las llamas. Vamos a revivir una noche de fuego, humo y una conspiración tan elegante que, 19 años después, todavía huele a ceniza y a misterio. Hoy recordamos el incendio de la Torre Windsor.

Acto I: La Gran Fogata de Madrid (y la Primera Pregunta Incomoda)

Madrid, 12 de febrero de 2005. La noche cae sobre la capital. De repente, una chispa. Una columna de fuego empieza a escalar, piso a piso, el emblemático rascacielos de la Torre Windsor, en pleno centro financiero de la ciudad. El espectáculo es dantesco. La torre se convierte en una antorcha gigante, una hoguera de San Juan urbana, visible desde kilómetros. Los telediarios se paralizan. La gente sale a la calle para mirar al cielo, fascinada por la belleza brutal de la destrucción.

El fuego devora el edificio durante horas. Las imágenes son espectaculares. El corazón del rascacielos se funde, el acero se retuerce, el cristal estalla. Los bomberos, héroes anónimos, luchan contra un enemigo casi invencible. Es, sin duda, uno de los incendios más impactantes de la historia reciente de Madrid.

Y entonces, cuando el fuego aún no se había extinguido, cuando el humo tóxico aún cubría el cielo de la Castellana, surge la primera pregunta incómoda. Una pregunta que se extiende como una mecha por los bares, las redacciones y los corrillos de la ciudad. Una pregunta que el Gobierno, la Policía y las empresas intentan silenciar con discursos sobre la «fortaleza de las estructuras» y la «eficacia de los equipos de extinción». La pregunta es: ¿Y los papeles?

Acto II: El Rumor, el Detective más Eficaz (y el Fuego más Conveniente)

La Torre Windsor no era un edificio cualquiera. Era el hogar de grandes empresas, de consultoras, de despachos de abogados. Lugares donde, como todo el mundo sabe, se acumulan documentos. Papeles que pueden ser importantes. Papeles que pueden ser delicados. Papeles que, a veces, es mejor que desaparezcan.

Y entonces, nació el rumor. El rumor no era sobre la causa del incendio (una chispa, un cortocircuito, una colilla mal apagada…). El rumor era sobre la conveniencia del incendio. El incendio de la Torre Windsor, se decía en voz baja, no había sido un accidente. Había sido un acto de limpieza. El fuego había hecho el trabajo sucio. Había borrado el rastro del papel.

Se habló de «información privilegiada», de «trazas de combustible», de «cámaras de seguridad que fallaron en el momento oportuno». La policía investigó. Los forenses trabajaron. Los expertos hablaron. Pero la verdad oficial, la que nunca convence a nadie, fue que había sido un simple accidente.

Pero el rumor, ese detective incansable y sin sueldo, se negó a morir. Se instaló en el subconsciente colectivo. Porque, amigos, hay fuegos que son más que fuegos. Hay incendios que, como en las películas de conspiraciones de serie B, queman más que el simple mobiliario.

Acto III: La Autopsia de un Secreto sin Cadáver

19 años después, el incendio de la Torre Windsor sigue siendo un misterio en el imaginario popular. No hay pruebas. Nunca las hubo. El fuego, al parecer, fue tan eficiente que no dejó rastro. Pero el eco de aquel rumor, el de los «documentos quemados», sigue resonando con una fuerza sorprendente.

¿Por qué? Porque conecta con un patrón, con una venerable tradición nacional que se repite una y otra vez. La de la opacidad. La de las grandes corporaciones y la política envueltas en un halo de secretismo. La de las chapuzas que se tapan con cortinas de humo.

El fuego de la Torre Windsor fue, para el imaginario colectivo, la solución definitiva al problema del papeleo incómodo. Es la fantasía oculta de cualquier directivo acorralado por una auditoría, o de cualquier político salpicado por un escándalo. «Ojalá se quemaran los archivos», piensan. Y aquel 12 de febrero de 2005, el fuego, en su infinita generosidad, se lo concedió.

Como ya hemos visto en otros expedientes de nuestro Archivo de la Vergüenza, como el [desastre del Prestige y sus «hilillos de plastilina»], la negación y la opacidad son herramientas muy poderosas para el poder. Y el fuego, a veces, es un aliado inesperado en esa estrategia.

Diagnóstico Final: El Misterio Arde, la Verdad se Esfuma

El incendio de la Torre Windsor no es solo la crónica de un suceso. Es la crónica de un miedo. El miedo a la verdad. Y la constatación de que, a veces, en España, el fuego no solo destruye. También purifica. Y borra.

Este expediente permanecerá abierto en nuestro Archivo. No porque esperemos encontrar nuevas pruebas, sino porque la historia del fuego más conveniente de Madrid es una lección sobre el poder de los rumores, sobre la fragilidad de la memoria y sobre la eterna sospecha que rodea a los poderosos.

Y ahora, con su permiso, voy a revisar mis detectores de humo. No vaya a ser que el Absurdólogo de Guardia tenga que enfrentarse a su propio «accidente» con el papeleo.

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