El Enemigo Público Número Uno: El Cartero
Desde la consulta del Absurdólogo de Guardia, hoy asistimos a una de esas propuestas que marcan un antes y un después en la historia del pensamiento político. Donald Trump, el hombre cuyo peinado desafía las leyes de la física y sus discursos las de la lógica, ha encontrado la piedra filosofal para garantizar la pureza de la democracia: quiere eliminar el voto por correo y las máquinas de votación. Es, sencillamente, una genialidad. Es como si para solucionar los problemas del tráfico, un alcalde propusiera volver a ir todos a caballo.
La argumentación es de una solidez granítica. Según el expresidente, estos sistemas son «muy imprecensos, muy caros y muy controvertidos». Básicamente, son el origen de todo mal, la serpiente en el jardín del Edén electoral, la razón por la cual, casualmente, perdió las últimas elecciones. No fue porque la mayoría de la gente votara a otro tipo, no. Fue por una conspiración masiva orquestada por carteros con aviesas intenciones y máquinas de contar papeletas con ideología de izquierdas.
Un Reconfortante Viaje a la Edad de Piedra Electoral
Es una visión fascinante. En un mundo que avanza hacia los coches autónomos y las vacaciones en Marte, Trump nos propone un reconfortante viaje al pasado. ¡A la urna de madera! ¡Al recuento manual a la luz de las velas! ¡A esperar los resultados durante tres semanas mientras un señor con manguitos va sumando los votos en una pizarra! ¿Qué podría salir mal en un país de 330 millones de habitantes?
Lo que subyace en esta propuesta es una verdad mucho más profunda y, a su manera, más honesta. Trump no está en contra del voto por correo per se. Está en contra de que vote la gente que no le vota a él. Es un secreto a voces que el voto por correo y las facilidades para votar aumentan la participación de jóvenes, minorías y gente trabajadora que no puede permitirse el lujo de hacer tres horas de cola un martes por la mañana. Y, ¡oh, casualidad!, esos son, precisamente, los colectivos que no suelen llevar una gorra roja con el lema «Make America Great Again».
Así que la estrategia no es tanto «proteger la democracia» como «filtrar a los votantes». Es como si el dueño de un restaurante, para evitar las malas críticas, en lugar de mejorar la comida, decidiera poner un portero de discoteca en la entrada que solo deja pasar a sus amigos. Es efectivo, no hay duda, pero un poco tramposo.
La Patada al Tablero de Parchís
La propuesta, por supuesto, se enfrenta a un pequeño obstáculo llamado «la Constitución de los Estados Unidos», ese librillo antiguo que insiste en que la gestión de las elecciones es cosa de cada estado, no de un señor en un despacho con ínfulas de monarca. Pero esos son detalles menores para un hombre que ha demostrado que la realidad es, en el mejor de los casos, una sugerencia.
Lo que estamos presenciando es el último acto de una obra que lleva años en cartel: el ataque a la confianza en el sistema. Si no te gusta el resultado, di que el juego está amañado. Si las encuestas no te favorecen, di que son falsas. Si pierdes, grita «¡fraude!». Es la estrategia del niño que, cuando va perdiendo al parchís, le pega una patada al tablero y esparce las fichas por todo el salón.
Así que preparémonos. Si Trump vuelve al poder, puede que las próximas elecciones americanas sean un evento digno de ver. Olvídense de los gráficos por ordenador y los analistas en platós futuristas. El futuro electoral podría ser un telediario en blanco y negro, con un presentador fumando en pipa mientras anuncia: «Tenemos los resultados de Ohio, nos acaban de llegar por paloma mensajera. Parece que el recuento se ha retrasado porque al caballo del escrutador se le ha roto una herradura». Y eso, amigos, no es hacer América grande otra vez. Es hacerla, simplemente, mucho más lenta y mucho más graciosa. Al menos, para los que miramos desde fuera.