Crónica de la Invasión: Las Cabras Reclaman Estrómboli y los Jabalíes ya Tienen las Llaves de tu Contenedor.

Caricatura satírica sobre la invasión animal, con un jabalí en una barbacoa y cabras en tumbonas en una ciudad.

Desde la consulta del Absurdólogo de Guardia, hoy traemos una noticia que confirma una de mis sospechas más antiguas: la naturaleza se ha cansado de nuestras gilipolleces y ha decidido iniciar la reconquista. Y no lo está haciendo con ejércitos de osos con armadura ni con escuadrones de águilas lanzamisiles. No. Lo está haciendo con las tropas de asalto más inesperadas y eficaces: las cabras y los jabalíes.

 

 

 

El primer frente de batalla se ha abierto en un lugar idílico: Estrómboli. Esa isla volcánica italiana donde la gente va a buscar la dolce vita y a hacerse fotos para Instagram. Pues bien, la dolce vita se ha ido al carajo. Una población de seiscientas cabras salvajes, que se han reproducido con más alegría que los conejos, ha decidido que ya está bien de aguantar a turistas en chanclas. Han bajado de la montaña y han tomado el pueblo. Se comen los jardines, se suben a los porches y miran a los humanos con esa superioridad moral que solo una cabra puede tener. Los 400 habitantes humanos están, y cito textualmente, «desesperados».

¡Desesperados! ¡Pero qué maravilla! Construyes tu casita en la ladera de un volcán, en mitad del territorio ancestral de una horda de ungulados con la mala leche de un mafioso jubilado, ¿y te sorprende que un día se presenten a reclamar el buffet libre que has plantado en tu jardín? Es como montar un bar de tapas en la puerta de un estadio de fútbol y quejarte de que la gente entra a pedir cañas.

Pero no se crean que esto es un problema exótico de una isla italiana. ¡Qué va! Esto es solo la avanzadilla. La verdadera invasión, la quinta columna del mundo animal, la tenemos aquí, en casa. Y no son cabras, son sus primos listos y con más mala leche: los jabalíes.

Desde la pandemia, cuando los humanos nos encerramos en casa a hacer pan y a ver series, el mundo exterior se convirtió en un paraíso para la fauna. Los jabalíes, que son el animal más listo y con menos vergüenza del bosque ibérico, se dieron un garbeo por nuestras ciudades desiertas. Y les gustó lo que vieron. Vieron un bufé libre gigantesco, abierto 24 horas, con unos prácticos dispensadores de comida llamados «contenedores».

Y ya no se han ido. Ahora forman parte del paisaje urbano. Familias enteras de jabalíes pasean por la Diagonal de Barcelona con la misma naturalidad que una familia de suecos. En Madrid, los ves trotando por los parques como si buscaran piso. Se saben los horarios del camión de la basura mejor que los propios basureros. He llegado a ver a un jabalí mirar a ambos lados antes de cruzar un paso de cebra. Te lo juro. Tenía más educación vial que el 50% de los conductores de patinete.

La reacción de las autoridades, como siempre, es un poema. Se crean «comités de expertos para la gestión de la fauna urbana». Se organizan ruedas de prensa. Se habla de «protocolos» y «medidas disuasorias». Traducido: no tienen ni puta idea de qué hacer. Un día proponen poner vallas, otro día poner comida en el monte (como si el jabalí, pudiendo elegir entre un kebab a medio comer del contenedor y unas bellotas mustias, fuera a elegir las bellotas), y otro día, simplemente, rezar para que no aprendan a abrir las puertas de los portales.

Y aquí está la clave de toda esta absurdología. Nos quejamos de que los animales «invaden» nuestro espacio. ¿Nuestro espacio? ¡Pero si hemos construido nuestras ciudades encima de sus casas! Hemos asfaltado sus bosques, contaminado sus ríos y ahora nos extraña que vengan a pedirnos, educadamente, su parte del pastel. No están invadiendo. Están volviendo. Son los okupas originales.

Los jabalíes y las cabras no son una plaga. Son un espejo. Son el reflejo de nuestro propio desastre. Nos muestran lo mal que hemos gestionado el territorio, lo absurdo de nuestras fronteras entre «civilización» y «naturaleza». Ellos no entienden de planes urbanísticos, pero entienden perfectamente dónde está la comida fácil. Son más listos, más pragmáticos y están mucho mejor adaptados al caos que nosotros mismos.

Así que la próxima vez que vean a una familia de jabalíes rebuscando en la basura, no se indignen. Mírenlos con respeto. Son los nuevos amos de la ciudad. Y, francamente, viendo cómo la gestionamos nosotros, no estoy seguro de que lo vayan a hacer peor.

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