El Archivo de la Vergüenza: el Día que España se Hizo Amiga de Palestina (porque no Tenía más Amigos).

Caricatura de la España de la Transición buscando amigos y reconociendo a la OLP Palestina, como sátira del pragmatismo geopolítico.

Buenas tardes, feligreses del disparate. Hoy, en nuestro viaje a las catacumbas de la hemeroteca, vamos a desempolvar una historia fascinante. Una historia que nos ayuda a entender el presente, recordándonos que la geopolítica, como las salchichas, es mejor no saber de qué está hecha.

En las últimas semanas, hemos visto a nuestro Gobierno liderar en Europa la causa palestina, con amenazas de embargos a Israel y reconocimientos de Estados. Una postura que se vende como el culmen del progresismo, un acto de pura solidaridad ideológica. Pero, ¿y si les dijera que las raíces de esta «amistad histórica» no son tan puras? ¿Y si les dijera que el primer gran abrazo de España a la causa palestina no fue un acto de la izquierda, sino un movimiento desesperado de una dictadura moribunda?

Viajemos a 1977. Franco lleva dos años criando malvas. España es un paria internacional, el apestado de Europa. Nadie nos quiere. Somos esa mezcla rara de dictadura fascista y monarquía recién restaurada que nadie sabe muy bien cómo coger. Necesitábamos amigos. Urgentemente. Necesitábamos que alguien, quien fuera, nos reconociera en el recreo del mundo.

Y en ese momento de soledad cósmica, el Gobierno de Adolfo Suárez, ese maestro del pragmatismo, tuvo una idea genial. Si nuestros vecinos ricos y democráticos (Francia, Alemania, Reino Unido) nos miraban por encima del hombro y nos hacían el vacío, ¿por qué no buscar amigos en el otro lado del patio? ¿Por qué no hacernos amigos de los que, como nosotros, eran los raritos de la clase?

Y así fue como España reconoció a la OLP Palestina.

El Pragmatismo Disfrazado de Solidaridad

El movimiento fue una obra de arte de la diplomacia del buscavidas. Al reconocer a la Organización para la Liberación de Palestina de Yasser Arafat, una organización entonces considerada «terrorista» por medio mundo occidental, España mataba varios pájaros de un tiro:

  1. Rompía el Aislamiento: De repente, España se convertía en un interlocutor válido para todo el mundo árabe y los países no alineados. Dejábamos de ser solo «la reserva espiritual de Occidente» para ser también «ese país europeo raro que habla con los palestinos». ¡Ya éramos alguien!
  2. Aseguraba el Petróleo: No seamos ingenuos. En plena crisis del petróleo de los 70, tener buenas relaciones con el mundo árabe era una póliza de seguros. Era una forma de decirle a los jeques: «Oye, que nosotros no somos como esos gringos pro-israelíes. A nosotros sí nos podéis vender gasolina barata».
  3. Marcaba un Perfil Propio: Era una forma de distanciarse de la política exterior de Estados Unidos y de las grandes potencias europeas. Un gesto de «soberanía» que quedaba de maravilla de cara a la galería, tanto interna como externa.

La decisión de que España reconociera a la OLP Palestina no nació, por tanto, de un profundo debate ideológico sobre el derecho a la autodeterminación. Nació, como casi todo en política, de la más pura y dura necesidad. Fue un acto de supervivencia. Fue la tarjeta de presentación de un país que salía de 40 años de ostracismo y que estaba dispuesto a hacer lo que fuera para que le dejaran sentarse en la mesa de los mayores.

De la Conveniencia de Ayer al Progresismo de Hoy

Y lo más delicioso de esta historia, como nos recuerdan análisis como el de [Euronews] sobre las raíces de esta relación, es cómo el tiempo lo cambia todo. Lo que en 1977 fue una jugada maestra de pragmatismo para un gobierno de derechas en transición, se ha convertido, 50 años después, en una bandera irrenunciable del progresismo para un gobierno de izquierdas.

Es la demostración de que, en geopolítica, no hay amigos, hay intereses. Y las alianzas, que a menudo se visten con el ropaje de la ideología y la solidaridad, casi siempre esconden en su armario el esqueleto de la conveniencia.

Cuando hoy oigan a nuestros políticos hablar de la «posición histórica de España» sobre Palestina, recuerden esta historia. Recuerden que esa posición «histórica» nació, no de un corazón sangrante de solidaridad, sino de la fría y calculadora mente de un régimen que necesitaba desesperadamente que le cogieran el teléfono.

Y esa, amigos, es la gran lección de nuestro archivo de hoy. Que en el gran teatro del mundo, los países no tienen principios. Tienen circunstancias. Y España, en 1977, tenía la circunstancia de estar más sola que la una.

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