Oferta del Siglo en Walmart: Llévate un Kilo de Gambas y, de Regalo, un Posible Superpoder (o un Tercer Brazo).

Caricatura satírica de una familia cenando gambas radiactivas que brillan en la oscuridad, desarrollando superpoderes.

Desde la consulta del Absurdólogo de Guardia, hoy tenemos que hablar de una de esas ofertas que solo se ven una vez en la vida. Olviden el Black Friday, las rebajas de enero y los «Días sin IVA». Walmart, esa catedral del consumismo y los pasillos infinitos, ha decidido democratizar el acceso a las mutaciones genéticas. En su sección de congelados, entre las pizzas y los helados de tamaño familiar, se ha colado un producto revolucionario: gambas de Indonesia con un toque de Cesio-137.

¡Sí, amigos! ¡Gambas radiactivas! La FDA, que es una especie de ministerio de Sanidad pero con más armas, ha emitido una alerta. Pobres ingenuos. No han entendido nada. Esto no es una crisis sanitaria, es el programa de los X-Men para la clase trabajadora. Es la oportunidad que todos estábamos esperando para trascender nuestra aburrida condición humana.

Piénsenlo. Te gastas un dineral en entradas de cine para ver a gente con superpoderes, ¿y ahora tienes la oportunidad de desarrollar los tuyos propios por el precio de una bolsa de marisco congelado y te vas a quejar? Es la globalización en su máxima expresión. Antes, para obtener superpoderes, tenías que caerte en una cuba de residuos tóxicos o ser picado por una araña de laboratorio. Un engorro. Ahora, basta con que te prepares unas gambas al ajillo. ¡El progreso es maravilloso!

Me imagino el prospecto del producto, si fueran sinceros: «Gambas Mutantes de Indonesia. Ingredientes: Gambas, agua, sal y una pizca de isótopo inestable (Cesio-137). Puede contener trazas de crustáceos y de un futuro apocalíptico.«

Los posibles efectos secundarios son un festival de la imaginación. Quizá desarrolles la habilidad de brillar en la oscuridad, lo que te supondría un ahorro considerable en la factura de la luz. Podrías convertirte en tu propia lámpara de noche. «¿Cariño, enciendes la luz del pasillo?». «No hace falta, querida, ahora voy yo». O podrías adquirir el poder de comunicarte con la vida marina, lo cual sería utilísimo para saber si el pescado de la pescadería es realmente fresco. Las posibilidades son infinitas: superfuerza, visión de rayos X, o, en el peor de los casos, un tercer brazo que te vendría de perlas para llevar las bolsas de la compra.

¿Que la FDA habla de «riesgo para la salud»? Menudos aguafiestas. Siempre centrándose en lo negativo. Que si «posibilidad de desarrollar cáncer», que si «alteraciones genéticas irreversibles»… Pura palabrería para asustar a la gente. Nadie se hizo superhéroe sin romper algunos enlaces de ADN por el camino. Peter Parker seguro que tuvo fiebre después de que le picara la araña, pero no se fue a quejar a la oficina del consumidor.

Esta noticia es, en realidad, un reflejo de nuestro maravilloso sistema de control alimentario global. Un sistema tan robusto que permite que un puñado de crustáceos con más radiación que el reloj de tu abuelo atraviese medio planeta, pase por aduanas y acabe en la sección de ofertas de un supermercado de Arkansas. Es un milagro logístico.

Así que, si usted ha comprado recientemente gambas congeladas en Walmart, no se alarme. No corra a tirarlas a la basura. Mírelo como una inversión en su futuro evolutivo. Cómase una. O dos. Y espere. Si por la noche empieza a emitir un tenue resplandor verdoso, ¡enhorabuena! Ha entrado en el sorteo de la lotería genética. Y si no, bueno, al menos habrá cenado barato. Aunque, por si acaso, yo no me pondría cerca de un contador Geiger durante una temporadita.

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