Motín a Bordo: Greta Thunberg se Tira del Barco de la Flotilla a Gaza, Presuntamente para no Morir de Vergüenza Ajena.

Caricatura de Greta Thunberg abandonando la Flotilla a Gaza, harta del postureo y los tiktoks de sus compañeros activistas.

Buenas tardes, feligreses del absurdo. Hay momentos en la historia del activismo que definen una era. Y la noticia de hoy es uno de ellos. Es el momento en que la activista más seria, más intensa y, probablemente, más auténtica del planeta, ha decidido que ya no puede más. Greta Thunberg ha abandonado la junta directiva de la «Flotilla de la Libertad» rumbo a Gaza.

La versión oficial, esa que sueltan los comunicados de prensa para no hacer sangre, habla de «desacuerdos internos sobre la estrategia de comunicación». Una excusa tan vaga y tan corporativa que podría usarla tu jefe para despedirte. Pero nosotros, que hemos desarrollado un detector de eufemismos de alta precisión, vamos a traducirles lo que realmente significa.

Significa que Greta, una chica que se ha enfrentado a presidentes, a petroleras y al mismísimo apocalipsis climático, no ha podido soportar el verdadero horror. El horror del activismo del siglo XXI: el postureo.

Crónica de un Viaje (Imaginario pero Realista) a Bordo del ‘TikTok Boat’

Para que entiendan la magnitud del drama, vamos a reconstruir lo que, con toda probabilidad, ha sido el día a día en ese barco. Una reconstrucción basada en los hechos y en un profundo conocimiento de la psique del «activista de Instagram».

Día 1: Zarpamos.
Greta, con su chubasquero amarillo y su mirada de acero, estudia las cartas de navegación y las corrientes del Mediterráneo. Su objetivo: llegar a Gaza lo antes posible.
El resto de la tripulación, mientras tanto, inaugura el viaje con un directo en Instagram. Pasan la primera hora debatiendo cuál es el mejor filtro para que el mar parezca más dramático y qué hashtag tendrá más alcance: #RumboAGaza o #SolidaritySeaVibes.

Día 5: La Crisis de los Contenidos.
Greta propone un plan de racionamiento de agua y turnos de vigilancia.
El comité de comunicación, liderado por nuestra querida [Ada Colau, de la que ya analizamos su peculiar sentido de las prioridades], propone algo mucho más urgente: grabar un baile viral de TikTok en la proa. «Será un mensaje potentísimo de solidaridad», argumentan. Greta se niega. La acusan de «no entender las nuevas narrativas».

Día 10: La Tragedia del Wifi.
El router satelital falla durante dos horas. El pánico se apodera del barco. No por la misión, sino porque no pueden subir las stories del atardecer. Se oyen frases como «si no lo publico, es como si no hubiera pasado». Greta, mientras tanto, intenta arreglar el motor con un alambre, murmurando en sueco algo sobre la estupidez humana.

Día 15: El Desacuerdo Final.
El barco se acerca a su destino. La tensión es máxima. Greta propone una estrategia de aproximación sigilosa para evitar a la marina israelí.
El resto de la directiva, según informa [El Mundo], tiene una idea mejor: hacer una parada técnica en una cala de Chipre «para generar contenido de calidad» y dar una rueda de prensa internacional vía Zoom. El objetivo ya no es romper el bloqueo, es conseguir un buen titular en The Guardian.

Y es en ese momento cuando Greta, harta de tanta gilipollez, decide que ya ha tenido suficiente.

El Motín de la Coherencia

La dimisión de Greta Thunberg de la directiva de la Flotilla a Gaza no es una simple anécdota. Es el choque de dos mundos. Es la colisión entre el activismo de verdad y el activismo de cartón piedra.

  • El Activismo de Greta: Es incómodo, es austero, es coherente hasta el extremo. Es una chica que cruzó el Atlántico en un velero para no contaminar. Su mensaje es su vida. No hay fisuras.
  • El Activismo de Postureo: Es un accesorio. Una forma de construir una marca personal. La causa es importante, sí, pero más importante es la foto. El objetivo no es tanto cambiar el mundo como que tus seguidores vean que estás intentando cambiar el mundo.

Greta ha abandonado el barco de los capitanes, pero sigue en la flotilla, en otro barco, probablemente uno más pequeño y con menos cobertura. Se ha auto-degradado a soldado raso. Ha decidido que prefiere ser una marinera anónima que la comandante de un crucero de influencers con causa.

Es una decisión que la honra. Y que, a la vez, es un retrato desolador de la izquierda biempensante y del activismo moderno. Un mundo donde, a menudo, la performance ha sustituido a la acción. Donde se dedican más horas a debatir el eslogan de la pancarta que a solucionar el problema que denuncia la pancarta.

Esta noticia es la prueba de que, a veces, el enemigo más peligroso para una causa justa no es el adversario, sino tus propios compañeros de viaje. Sobre todo, si están más preocupados por el ángulo de su selfie que por el rumbo del barco.

Disfruten de la comida. Y si suben una foto de su plato a Instagram, por favor, no le pongan el hashtag #FreePalestine. Un poco de coherencia, por favor.

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