Desde la consulta del Absurdólogo de Guardia, a menudo nos lamentamos de la complejidad del mundo moderno. Las crisis geopolíticas, las pandemias, la economía cuántica… es todo tan enrevesado que un ciudadano normal necesita tres másteres solo para entender el telediario. Pero no teman. Porque en estos tiempos de confusión, han surgido ellos. Los visionarios. Los simplificadores. Hombres con ideas claras, soluciones directas y una relación con la sutileza similar a la de un elefante con una cristalería.
Y el Miguel Ángel de este Renacimiento del disparate, el Leonardo da Vinci de la simpleza, no es otro que Donald J. Trump. Esta semana, su torrente de creatividad nos ha regalado varias obras maestras que merecen ser analizadas con la misma devoción con la que un experto en arte analiza un Goya. Bienvenidos a la galería de los horrores de la lógica aplastante.
Capítulo 1: El Ministerio de la Verdad (versión sin filtros).
Empecemos por el lenguaje, esa herramienta tan molesta que a veces oculta la verdad con eufemismos. Trump ha decidido acabar con esa tontería. Su propuesta: renombrar el «Departamento de Defensa» como «Departamento de Guerra».
¡Es una genialidad! ¡Por fin, un político que llama a las cosas por su nombre! Es marketing honesto. Durante décadas, nos han vendido que el Pentágono era una especie de ONG armada cuyo único propósito era proteger gatitos y repartir democracia en forma de misiles Tomahawk. «Defensa», decían. Una defensa tan proactiva que a veces empezaba a defenderse a 10.000 kilómetros de sus propias fronteras.
Trump, con su particular sinceridad, ha decidido dejarse de hostias. ¿Para qué andarse con rodeos? ¿Acaso el Ministerio de Sanidad se llama «Ministerio de a ver si no te mueres»? No. Pues esto, igual. Somos el Departamento de Guerra. Nuestro negocio es la guerra. Y el negocio, amigos, va bien. Es un acto de transparencia tan brutal que casi parece una parodia.
Y en esta cruzada por simplificar el lenguaje y, de paso, la realidad, se enmarca otra de sus «visionarias» propuestas: eliminar el español de los servicios federales. ¿Por qué? Porque hablar dos idiomas es de sospechosos. Es de gente que puede pensar en dos códigos distintos, y eso es complicarse la vida innecesariamente. Además, como todo el mundo sabe, hablar un idioma que no sea el inglés americano es el primer paso hacia el comunismo y la comida sin grasas saturadas.
Es la optimización llevada al extremo. Si un país solo necesita un idioma, ¿para qué gastar dinero en traductores? Es la misma lógica que si un mecánico, para arreglar un coche, decidiera que es más fácil quitarle el motor. Ya no dará problemas. El objetivo no es la integración ni la riqueza cultural. El objetivo es la eficiencia. Una eficiencia monolítica, monocorde y mononeuronal.
Capítulo 2: Ingeniería para Dummies (el Muro-Barbacoa).
Pero el genio de Trump no se limita a las palabras. También es un ingeniero, un inventor. Y su obra magna, el Muro Fronterizo, ha recibido una actualización que la acerca al arte conceptual. Su última orden: pintar el muro de negro.
La idea, de una simpleza que abruma, es que el metal negro absorba el calor del desierto y se ponga tan caliente que sea imposible escalarlo. ¡Es el muro-barbacoa! Una solución dos en uno: no solo detiene a los inmigrantes, sino que, de paso, les puede freír un huevo en la yema de los dedos.
Es una idea tan absurdamente cruel que parece sacada de un manual de la marca ACME para el Coyote. No le extrañaría a nadie que la siguiente fase del plan fuera instalar un yunque gigante suspendido de un globo para que les caiga encima. Es la demostración de que, para Trump, la política fronteriza no es un asunto humanitario, es un episodio de los Looney Tunes dirigido por un sádico.
Y mientras el muro se convierte en una parrilla gigante, la visión de la «salud pública» de este universo paralelo también se expande. En Florida, estado gobernado por uno de sus más fieles acólitos, se ha decidido eliminar la vacunación obligatoria para los niños. ¿Por qué? Porque, al parecer, el derecho a contraer el sarampión, la polio y otras enfermedades pintorescas del siglo XIX es un derecho constitucional inalienable. Es la libertad. La libertad de que tu hijo sea un riesgo biológico andante para el resto de la clase.
Es la misma lógica del muro. No se ataca el problema (la inmigración ilegal o las enfermedades), se ataca la solución (las leyes de asilo o las vacunas). Si no quieres ahogarte, la solución no es aprender a nadar, es vaciar la piscina.
Capítulo 3: El Cuerpo Político (y la Realidad Opcional).
En este universo de visionarios, hasta el cuerpo del líder se convierte en un campo de batalla semiótico. El «Handgate» ha sido la prueba. Unas simples manchas rojas en la mano de Trump desataron una crisis internacional. ¿Era un corte? ¿Una enfermedad? ¿Un mensaje secreto de los reptilianos? Dermatólogos del Mossad y expertos en manicura del MI6 analizaron las fotos con más intensidad que la Crisis de los Misiles. La salud de la democracia más poderosa del mundo pendiendo de una posible rozadura.
Es el síntoma de una era en la que ya no importa la política, sino el político. No importan las ideas, importa el cuerpo. Un cuerpo que, por cierto, parece inmune a la realidad. Y aquí llegamos a la joya de la corona de la semana: el «Caso Epstein».
Ante el escándalo que ha salpicado a la élite mundial, la reacción de Trump ha sido, de nuevo, de una simpleza genial: ha dicho que es un «engaño demócrata». ¡Claro que sí! No es una red de pederastia, es un complot de la oposición para hacerle quedar mal.
Es la culminación de su filosofía: la realidad no es un conjunto de hechos objetivos, es lo que yo digo que es. Si un hecho me incomoda, no lo debato, simplemente, lo declaro falso. Es el «yo tengo otros datos» elevado a la categoría de doctrina de Estado. Es el triunfo del solipsismo. El universo entero es una extensión de mi propia voluntad. Y si una isla llena de menores abusadas no encaja en mi narrativa, esa isla, simple y llanamente, no existe.
Conclusión: El Emperador no está Desnudo, es que Lleva un Traje de Realidad Alternativa.
Y esta, amigos, es la lección que nos dejan los visionarios. Su poder no reside en su inteligencia, ni en sus soluciones. Reside en su capacidad para crear una realidad paralela, mucho más simple, más visceral y más fácil de entender que este mundo tan complicado en el que vivimos.
Una realidad donde los problemas tienen culpables claros (los inmigrantes, las vacunas, los demócratas). Donde las soluciones son sencillas (un muro, prohibir un idioma, negar la evidencia). Y donde ellos, por supuesto, son los únicos héroes capaces de salvarnos.
No es que sean tontos. Es que han entendido, mejor que nadie, que en la era de la sobreinformación y la ansiedad, una mentira simple y contundente siempre será más atractiva que una verdad compleja y llena de matices. Y mientras nosotros intentamos entender el mundo, ellos, simplemente, lo están reescribiendo. Y lo más aterrador es que hay millones de personas dispuestas a comprar ese nuevo libro.