Desde la consulta del Absurdólogo de Guardia, a menudo me acusan de exagerado. De llevar las cosas al extremo para sacar punta a la realidad. Pero hay días, queridos lectores, en que la realidad se levanta por la mañana, se toma tres cafés bien cargados y decide dejar mi trabajo a la altura de un documental de La 2. Hoy es uno de esos días. Hoy tenemos que hablar de la historia de Marie Svenja Lieblich, un relato que, si no fuera porque es espantosamente real, estaría ahora mismo en una puja entre Netflix y los hermanos Coen.
Así que pónganse cómodos, porque voy a hacerles el pitch de la que podría ser la serie del año.
EL ‘PITCH’: NARANJA MECÁNICA CONTADA POR SACHA BARON COHEN
Logline: Imaginen esto: una activista neonazi alemana, de las de manual. De las que tienen un árbol genealógico más recto que una regla y un historial de delitos de odio más largo que un día sin pan. Nuestro personaje, llamémosle Marie, es condenada por la justicia de su país. Su destino: una cárcel de hombres alemana, un lugar que, imagino, no es precisamente un balneario con spa. Pero justo cuando el furgón policial está a punto de recogerla, Marie tiene una epifanía. Un momento de revelación, de autodescubrimiento. Y, en un acto de valentía sin precedentes, anuncia al mundo su verdad: se siente mujer.
No por convicción, claro. Sino por pura y destilada estrategia. Es la jugada maestra, el jaque mate definitivo a la lógica progresista. Es la historia de un villano de opereta que, para sobrevivir, decide envolverse en la bandera arcoíris que, ideológicamente, debería detestar.
Pero la historia no acaba ahí. Porque nuestra heroína, en lugar de ingresar en su nuevo y, presumiblemente, más confortable destino penitenciario, se da a la fuga. Y aquí la trama se convierte en un thriller de espías de pacotilla. ¿Su ruta de escape? A través de la Rusia de Putin, el supuesto bastión de los valores tradicionales y archienemigo de todo lo que representa Occidente. Y el giro final, el que te hace aplaudir con lágrimas en los ojos: reaparece en Estados Unidos, el corazón del imperio yanqui, y solicita asilo político. ¿Su argumento? Que es una «perseguida» en Alemania.
Es, sencillamente, el guion perfecto.
ACTO I: LA TRANSICIÓN ESTRATÉGICA
El primer acto de nuestra serie nos presenta a nuestro personaje. Marie Svenja Lieblich no es una villana cualquiera. Es una profesional del odio, una emprendedora de la xenofobia con varias condenas a sus espaldas por incitación y difamación. El sistema judicial alemán, conocido por su eficiencia y su poca tolerancia a estas cosas, finalmente la acorrala. La sentencia es firme: a la cárcel.
Y aquí es donde un villano normal se resignaría a su destino. Pero Marie es diferente. Marie ha estado leyendo. Ha estudiado. No el Mein Kampf, que ese ya se lo sabe de memoria. Ha estudiado el Boletín Oficial del Estado. Y ha descubierto una joya, una grieta en el sistema: la nueva y progresista ley de autodeterminación de género.
En un movimiento que roza la genialidad cínica, Marie inicia su transición legal. Es el viaje del héroe moderno: un viaje hacia el autodescubrimiento… y hacia una celda con, presumiblemente, mejores condiciones higiénicas y compañeros menos musculosos. La escena es maravillosa. Imaginen a esta mujer, cuyo discurso se basa en la pureza y la tradición, rellenando formularios para cambiar su identidad de género. Es como ver a un gato inscribiéndose en una escuela de perros para poder robarles la comida.
El debate que esto genera en Alemania es, por supuesto, un caos glorioso. La izquierda se encuentra en una posición imposible: si apoyan su derecho a la autodeterminación, están apoyando a una nazi. Si se lo niegan, están traicionando uno de los pilares de su propia ideología. Es la paradoja del progre, un bucle lógico diseñado por el diablo. Marie, desde su casa, debe de estar comiendo palomitas mientras ve cómo el sistema que la ha condenado se devora a sí mismo. No ha necesitado un ejército, solo ha necesitado un buen abogado y una falta de escrúpulos del tamaño de un portaaviones.
ACTO II: LA FUGA TRANSCONTINENTAL
Justo cuando todos esperaban verla ingresar en la prisión femenina de Baviera, nuestra heroína ejecuta el segundo acto de su plan. Desaparece. Se fuga. Y aquí la serie cambia de género. Pasamos de la comedia negra judicial al thriller de espías cutre.
¿Cómo se escapa una de las neonazis más conocidas de Alemania, con las autoridades, teóricamente, vigilándola? Los detalles son confusos, pero la ruta es una obra de arte de la ironía. Se cree que ha pasado por Rusia. ¡Rusia! Ese país que, según el ideario de nuestra protagonista, debería ser el faro de la civilización frente a la decadencia de Occidente. Ese país donde las leyes LGTBIQ+ que ella ha utilizado para su beneficio son perseguidas.
Es como si un fugitivo del FBI se escondiera en el despacho del director del FBI. La lógica ha abandonado el edificio. La coherencia se ha ido de fin de semana y no ha vuelto. Nuestra protagonista, envuelta en la bandera del ultranacionalismo, utiliza a sus supuestos enemigos ideológicos como peones en su partida personal. Demuestra que, para el pícaro de verdad, la ideología es solo una herramienta, un disfraz que se pone y se quita según convenga.
ACTO III: EL ASILO INESPERADO
Y llegamos al clímax. Al giro final que convierte una historia simplemente absurda en una obra maestra de la incoherencia. Marie Svenja Lieblich reaparece. ¿Dónde? En Estados Unidos. El corazón del «imperio yanqui», el epicentro del liberalismo que tanto detesta. Y no solo reaparece. Pide asilo político.
Repitamos esto para que se entienda bien. Una neonazi alemana, condenada por delitos de odio, que utiliza una ley trans para declararse mujer, se fuga a través de la Rusia de Putin y acaba pidiendo protección al gobierno de Estados Unidos, argumentando que es una «perseguida política».
Es imposible inventarse algo mejor. Es el guion definitivo. Es la prueba de que la realidad ha decidido que la ficción ya no puede competir con ella y se ha rendido.
CONCLUSIÓN (¿TEMPORADA DOS?)
Al final, esta no es solo la historia de una nazi con mucha cara dura. Es la historia de un mundo que se ha vuelto tan ridículamente complejo, tan lleno de leyes bienintencionadas pero ingenuas, que hasta los malos han aprendido a usar los trucos de los buenos para salirse con la suya. Es el reflejo de una era donde las ideologías ya no son convicciones, son herramientas de quita y pon. Un día eres un defensor de la tradición y, al siguiente, un icono involuntario de los derechos trans. Todo depende de lo que te convenga para no acabar en la cárcel.
¿Habrá temporada dos? Por supuesto. La realidad, a diferencia de Netflix, nunca cancela sus series más exitosas. Y esta, amigos, tiene pinta de que va para largo.