Informe desde las Profundidades del Absurdo: el Curioso Ritual de Apareamiento entre el Cuidador y la Orca.

Caricatura satírica de un político francés firmando una ley que prohíbe la masturbación de orcas, mientras un delfín en una piscina mira confundido.

Amigos de El No-Noticiario, bienvenidos una vez más a este rincón del planeta donde la naturaleza y la estupidez humana convergen en un abrazo tan tierno como perturbador. Hoy, nos adentramos en el exótico y artificial ecosistema del gran parque acuático, un lugar donde majestuosos gigantes del océano, las orcas, viven en lo que, para ellas, debe ser el equivalente a un apartamento de 30 metros cuadrados en Malasaña.

Observen. Aquí, en la quietud de la mañana, lejos de la mirada del público, se desarrolla un ritual fascinante, un comportamiento íntimo que ha desatado un debate tan profundo como el propio océano. El Homo sapiens, en su papel de guardián y carcelero, se acerca al gran macho, un ejemplar de varias toneladas llamado Keijo. Y entonces, amigos, ocurre la magia. El cuidador, con una técnica depurada por años de estudio y una vocación a prueba de bombas, procede a… bueno, a aliviar la tensión sexual del animal. Le hace una paja.

Sí, amigos. Han oído bien. Hemos llegado a un punto de nuestra civilización en el que «pajero de orcas» puede ser una descripción de puesto de trabajo que figure en el SEPE. Es un momento que nos obliga a hacernos preguntas trascendentales. ¿Es esto ético? ¿Es esto ciencia? ¿O es, simplemente, lo más raro que hemos visto desde que un político prometió bajar los impuestos y lo cumplió?

El parque acuático, por supuesto, ha salido al paso con una explicación llena de rigor científico. No es un acto de dudoso gusto, no. Es un «procedimiento veterinario estándar». ¡Claro que sí! Lo hacen, dicen, por dos motivos. Primero, para «obtener muestras de semen» para la inseminación artificial y así evitar que las orcas, en su aburrida vida de piscina, acaben liándose entre primos. Y segundo, para «aliviar la frustración y la agresividad» del macho en cautividad.

Es una lógica aplastante. El bicho está estresado porque vive en una bañera, lejos de su familia y de su hábitat. ¿La solución? ¿Liberarlo? No, hombre, no. ¡Hacerle una paja! Es la versión zoológica del «a ver si echas un polvo y se te quita esa mala leche».

Y aquí, amigos, reside la clave de este maravilloso disparate. Este vídeo, con su mezcla de comedia involuntaria y tragedia profunda, no nos habla de las orcas. Nos habla de nosotros. Nos muestra el callejón sin salida al que nos ha llevado la soberbia de creer que podemos poseer a la naturaleza.

Hemos sacado a uno de los depredadores más inteligentes y sociales del planeta de su hogar, el océano infinito, y lo hemos metido en un tanque de agua con cloro para que haga monerías a cambio de un cubo de pescado. Y cuando el animal, como es lógico, se deprime, se estresa y se vuelve agresivo, nuestra brillante solución no es devolverlo a su casa. Nuestra solución es convertir a un tipo en su terapeuta sexual.

Esto no es un problema de bienestar animal. Es un problema de bienestar humano. Es la prueba de que, a veces, en nuestro afán por controlarlo y exhibirlo todo, perdemos completamente el norte y acabamos creando situaciones tan absurdas que ni el mejor guionista de comedia podría haberlas imaginado.

Así que la próxima vez que visiten un parque acuático y vean a una orca saltando majestuosamente, recuerden a Keijo. Y recuerden al valiente cuidador que, por un sueldo a fin de mes, se adentra cada día en las procelosas aguas de la biología reproductiva de los cetáceos. Y pregúntense: en esta historia, ¿quién es el verdadero animal en cautividad?

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