Buenos y contusionados días, feligreses del absurdo. Si pensaban que el deporte era el último refugio apolítico que nos quedaba, si creían que el ciclismo era ese noble espectáculo de señores en licra sufriendo en silencio, la realidad les ha preparado una emboscada en la última curva. La etapa final de La Vuelta a España ha sido suspendida. No por la lluvia, no por una caída masiva. Ha sido suspendida por la irrupción de la geopolítica en su versión más cafre, y por la posterior masterclass de cinismo de nuestro Ministro del Interior.
La Crónica: una Batalla Campal en la Línea de Meta
La historia, que parece sacada de un manual de guerrilla urbana, es la siguiente: durante la última etapa, cientos de manifestantes pro-palestinos decidieron que el paso del equipo ciclista de Israel era una afrenta intolerable. Y en un acto de «protesta pacífica», procedieron a bloquear la carretera, a enfrentarse a las fuerzas del orden y, en general, a montar un pifostio de tal calibre que la organización no tuvo más remedio que decir «hasta aquí hemos llegado».
El resultado de esta jornada de «diálogo y reivindicación» ha sido, según informan fuentes policiales menos optimistas que el ministro, de 22 agentes de la Policía Nacional heridos. Veintidós. Imaginen el nivel de «pacifismo» necesario para mandar a más de una veintena de antidisturbios al hospital. Debió de ser un intercambio de poemas y flores de una virulencia inusitada.
Y con la carrera suspendida, los pobres ciclistas, que llevan tres semanas dejándose el alma por las carreteras de España, tuvieron que celebrar la victoria en un podio improvisado con neveras de playa, descorchando botellas de agua. Una metáfora perfecta de la cutrez y el disparate en el que se había convertido todo.
La Joya de la Corona: el Diccionario de Marlaska
Pero el verdadero espectáculo no estaba en la carretera. Estaba en el despacho del Ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska. Nuestro flamante guardián del orden, al ser preguntado por el caos, la violencia y los 22 policías heridos en las protestas en La Vuelta contra Israel, pronunció la frase que eleva esta noticia a la categoría de obra de arte del cinismo: la manifestación, dijo, se había desarrollado en un «tono general pacífico y reivindicativo».
Repitan conmigo: «tono general pacífico». Con 22 agentes camino del hospital.
Es una genialidad. Es la redefinición del lenguaje. A partir de ahora, gracias al «Diccionario Marlaska-Español», sabemos que «pacífico» es un término flexible que puede incluir, sin problemas, el lanzamiento de objetos contundentes, la agresión a la autoridad y, probablemente, el uso de cócteles molotov como «velas aromáticas reivindicativas».
Y aquí, amigos, es donde la hostia matutina se vuelve especialmente amarga. Porque todos sabemos que si esos manifestantes, en lugar de llevar banderas palestinas, hubieran llevado banderas de España protestando contra el Gobierno, el señor Marlaska no habría hablado de «pacifismo». Habría hablado de «terrorismo callejero», de «ataque a la democracia», de «hordas de ultraderecha». Y tendríamos un especial de 24 horas en la televisión pública sobre el auge del fascismo.
Es la doble vara de medir elevada a política de Estado. Es la doctrina del «depende de quién se manifieste».
- Si los manifestantes son «de los míos» (es decir, de izquierdas o de cualquier causa que le venga bien al Gobierno), entonces su violencia es «contextual», su rabia es «legítima» y los policías heridos son un «daño colateral inevitable» en la lucha por un mundo mejor.
- Si los manifestantes son «de los otros» (es decir, de derechas, agricultores, transportistas…), entonces son «fascistas», «violentos», «antidemócratas», y cualquier porrazo que se lleven está más que justificado.
Esta hipocresía es tan descarada que ya ni se molestan en disimularla. Lo que hemos visto con las protestas en La Vuelta contra Israel es la culminación de esta filosofía. Un ministro del Interior cuya principal función es proteger a sus propios agentes, minimizando las agresiones que han sufrido porque los agresores, ideológicamente, le caen bien.
Y mientras tanto, los pobres policías, esos a los que un día mandan a repartir estopa a unos jubilados y al día siguiente a recibirla de unos «pacifistas», deben de estar en sus casas, con sus brechas y sus contusiones, preguntándose si su jefe les defiende a ellos o al enemigo.
La Vuelta a España ha terminado. Pero la carrera de fondo, la de la degradación de nuestras instituciones y la perversión del lenguaje, continúa. Y en esa carrera, me temo, nuestros líderes van en cabeza, y sin intención de frenar. Que tengan un buen día. Y si ven una manifestación «pacífica», por si acaso, pónganse un casco.