Recibimos en la consulta una carta escrita en papel reciclado, con tinta biodegradable, pero manchada por las lágrimas de una profunda confusión existencial.
Estimado Absurdólogo,
Yo quiero salvar el planeta, de verdad que sí. Reciclo, apago las luces y siento una punzada de culpa cada vez que tiro una piel de plátano al contenedor equivocado. Pero mi fe se tambalea. El otro día vi en las noticias a unos activistas que, para protestar contra el petróleo, le tiraron una lata de sopa de tomate a un cuadro de Van Gogh. Y yo pensé: ¿qué coño tiene que ver el pobre Vincent con todo esto?
Mientras tanto, el Gobierno me dice que mi coche diésel de 15 años es un arma de destrucción masiva y que tengo que comprarme un eléctrico que cuesta un riñón, cuyas baterías se fabrican con minerales extraídos por niños en el Congo y que se recarga con electricidad generada en una central de carbón.
Doctor, ¿es esta la única forma de salvar el planeta? ¿Tengo que volver a las cavernas y comunicarme con señales de humo mientras los líderes mundiales vuelan en jet privado a una cumbre del clima para decidir de qué color serán las pajitas de papel?
Atentamente,Un Ecologista Confundido.
Estimado Ecologista Confundido,
Lo que usted padece no es confusión, es lucidez. Usted no ha perdido la fe en el planeta, ha perdido la fe en la nueva y flamante Iglesia del Cambio Climático, una religión global que ha surgido para llenar el vacío espiritual de Occidente. Y como toda buena religión, tiene sus dogmas, sus rituales, sus santos y, sobre todo, sus pecadores. Y adivine quién es el pecador. Exacto: usted.
Analicemos la estructura de esta nueva fe:
- Los Santos y Profetas: Tenemos a nuestra Santa Greta de Estocolmo, la profeta adolescente que nos echó la bronca a todos por robarle los sueños. Y a una legión de apóstoles-influencers que nos predican el evangelio de la sostenibilidad desde sus iPhones fabricados en condiciones dudosas, mientras promocionan ropa «eco-friendly» que viene en barco desde Bangladesh.
- Los Pecados: La lista de pecados es larga y crece cada día. Usar una bolsa de plástico es un pecado venial. Comer carne, un pecado grave. Coger un vuelo para ir de vacaciones, un pecado mortal que te condena a las llamas del infierno (o, peor aún, a ser cancelado en Twitter). El pecado original, por supuesto, es existir, porque tu mera respiración ya emite CO2.
- Las Penitencias y los Impuestos: Para redimir tus pecados, la Iglesia te ofrece varias penitencias. Pagarás más por la gasolina (impuesto al carbono), más por tu billete de avión (tasa ecológica) y más por la electricidad (peajes de transición). Son las nuevas indulgencias. No solucionan el problema, pero te alivian la conciencia (y las arcas del Estado).
- Los Rituales de Purificación: Aquí entran nuestros amigos de la sopa de tomate. Son los flagelantes de la nueva era. Realizan actos de un simbolismo tan profundo que nadie los entiende, pero que les garantizan un hueco en el telediario. Atacar una obra de arte para salvar el planeta es el equivalente a rezar mil padrenuestros para curar una pierna rota. No tiene ninguna lógica, pero demuestra un gran fervor.
- Las Indulgencias de Lujo (o la Bula Papal para Ricos): Y aquí, mi querido amigo, está la clave de su confusión. Porque esta religión, como muchas otras, no es igual para todos. Mientras a usted le atormentan por el reciclaje del brick de leche, las élites tienen su propia vía de salvación: las indulgencias.
- Comprar un Tesla: Es el acto de contrición definitivo. Te permite conducir un bólido de dos toneladas con la conciencia tranquila, ignorando el pequeño detalle del litio y el cobalto.
- Asistir a una Cumbre del Clima: Cientos de líderes y empresarios vuelan en sus jets privados (el medio de transporte más contaminante que existe) a lugares exóticos para discutir, con cara de profunda preocupación, sobre cómo usted debería usar menos el coche.
- «Compensar la Huella de Carbono»: El truco de magia definitivo. Contaminas lo que te da la gana y luego pagas a una empresa para que plante un árbol en un lugar que nunca visitarás. Es como pecar, confesarse y salir con el alma limpia y la tarjeta de crédito un poco más vacía.
Diagnóstico: Usted no sufre de eco-ansiedad. Sufre de «hipocresía-ansiedad manifiesta». Es la angustia que produce ver cómo la carga de salvar el mundo recae sobre sus hombros, mientras los que realmente tienen el poder de cambiar las cosas se dedican a celebrar el apocalipsis desde sus yates.
Tratamiento: Siga reciclando. Siga apagando las luces. Hágalo por sentido común, no por fervor religioso. Pero, por favor, libérese de la culpa. Usted no es el pecador. Usted es, simplemente, el que paga el diezmo.
Atentamente,
El Absurdólogo de Guardia.