Recibimos en la consulta una misiva lacónica, escrita con la energía de un perezoso en coma, que refleja el sentir de media nación.
Estimado Absurdólogo,
Perdimos. Ayer. El Clásico. Hoy es lunes. La oficina es un infierno. Mi jefe, que es del equipo rival, me ha dado los buenos días con una sonrisa que debería ser ilegal. Mi compañero de mesa ha venido con la camiseta del enemigo, como si esto fuera el carnaval. No puedo concentrarme. Todo me parece gris, absurdo y sin sentido. He mirado un informe de ventas y solo veía la repetición del segundo gol.
Doctor, mi pregunta es: ¿es normal que mi felicidad o miseria para toda una semana dependa del rendimiento de 22 millonarios en pantalón corto? ¿Estoy enfermo?
Atentamente,Un Hincha de Luto.
Estimado Hincha de Luto,
No, no está usted enfermo. Está usted vivo. Lo que padece no es una patología, es un «trastorno afectivo post-derbi», una dolencia estacional tan común en este país como la alergia primaveral. Es la resaca emocional más democrática que existe, porque afecta por igual a ricos y a pobres.
Usted se pregunta si es normal que su estado de ánimo dependa del fútbol. Permítame que le responda con otra pregunta: ¿qué sería de nosotros sin esa dependencia?
El fútbol, mi querido amigo, es nuestra gran catarsis colectiva. Es la válvula de escape que nos permite sobrevivir a una realidad a menudo gris, absurda y sin sentido (y no, no me refiero solo a su informe de ventas). La vida moderna es una sucesión de pequeñas frustraciones: el atasco de la mañana, la reunión inútil, la factura de la luz… Son enemigos difusos, contra los que no podemos luchar.
Pero el fútbol nos da un enemigo claro. Un rival. Un «otro». Nos da 90 minutos a la semana para odiar con toda nuestra alma a un árbitro, a un delantero contrario o al sistema en general. Y ese odio, canalizado y ritualizado, es increíblemente sano. Es mucho más saludable odiar a un tipo que no conoces por una falta en el centro del campo que odiar a tu jefe durante ocho horas seguidas por pedirte un informe a las cinco de la tarde. El fútbol es terapia.
Por eso, la derrota duele tanto. Porque no es solo un partido. Es la derrota de tu tribu. Es la victoria del mal. Y el lunes siguiente, la oficina no es una oficina. Es el territorio ocupado por el enemigo.
Para ayudarle a navegar por estas 24 horas críticas de duelo, he aquí la «Guía de Supervivencia para el Lunes Negro Post-Clásico»:
Regla nº1: El Camuflaje. Hoy, usted es invisible. No vista colores llamativos. No haga contacto visual con ningún miembro de la facción victoriosa. Conviértase en un ente gris. Su objetivo es llegar a su mesa sin ser detectado.
Regla nº2: La Comunicación Mínima. Responda a todo con monosílabos. «¿Qué tal el finde?». «Bien». «¿Mucho trabajo?». «Sí». Cualquier frase más larga puede ser una trampa para que le pregunten por el partido.
Regla nº3: Los Auriculares son su Escudo. Póngase los auriculares, aunque no esté escuchando nada. Son el símbolo universal de «no me toques las narices, estoy ocupado». Son su búnker personal.
Regla nº4: Evite la Máquina de Café. La máquina de café es el centro de operaciones del enemigo. Es donde se congregan los vencedores para regodearse, para analizar la genialidad de su entrenador y para recordarle, con una sonrisa de falsa compasión, que «el fútbol es así». Hoy, beba agua del grifo.
Regla nº5: Busque Refugio en su Tribu. Localice a sus compañeros de derrota. Un simple cruce de miradas llenas de dolor compartido puede ser suficiente. Un grupo de WhatsApp con los de su misma fe es el lugar ideal para lamerse las heridas, culpar al VAR y planificar la venganza para el partido de vuelta.
Diagnóstico y Tratamiento
Usted no es un dependiente, es un creyente. Y su fe, como todas, tiene sus días de gloria y sus valles de lágrimas.
Diagnóstico: Padece usted una crisis de fe, pero no se preocupe, es pasajera.
Tratamiento: Resista. Sobreviva al lunes. Mañana será martes. El recuerdo de la derrota empezará a desvanecerse y será reemplazado por la esperanza irracional en el próximo partido. Porque esa es la grandeza del fútbol. No importa cuántas veces te derroten, siempre te da la oportunidad de volver a creer la semana que viene.
Y recuerde: la miseria de hoy es el abono para la euforia de la próxima victoria. Ánimo. Y que el VAR le sea propicio.
Atentamente,
El Absurdólogo de Guardia.