Hermanos y hermanas del absurdo, buenos días. Siéntense, pónganse cómodos. Hoy, en nuestra homilía dominical, no vamos a analizar una noticia. Vamos a analizar la enfermedad. La patología de fondo que conecta todos los disparates que hemos presenciado esta semana. Porque lo que hemos visto no es una sucesión de eventos caóticos. Es una sinfonía. Una cacofonía perfectamente orquestada por la misma batuta: La Gran Desconexión.
Vivimos, amigos, en universos paralelos. Existe el universo de la gente normal, el nuestro. Un universo regido por leyes físicas como la gravedad, la termodinámica y la necesidad de pagar el alquiler a fin de mes. Y luego está el otro universo. El Universo Excel. El universo de nuestros líderes políticos, de los titanes tecnológicos, de los arquitectos de nuestra realidad. Un lugar mágico donde las consecuencias no existen, el dinero es infinito y la lógica es una simple sugerencia.
Esta semana, la brecha entre estos dos universos se ha hecho más grande y más visible que nunca. Acompáñenme en este viaje a través del cristal agrietado que nos separa.
Acto I: El Universo Político – Construyendo y Destruyendo el Mismo Edificio a la Vez
Empecemos por el epicentro de la ficción: la política. Esta semana hemos asistido a un espectáculo de una esquizofrenia sublime.
Por un lado, el Gobierno, en un acto de supervivencia heroica, ha conseguido salvar los Presupuestos Generales del Estado. ¿Cómo? Pagando el peaje habitual: engordando al monstruo. Ha cedido a las peticiones de sus socios y ha aprobado la creación de tres nuevas Agencias Estatales y un «Observatorio del Bienestar Emocional». Es la política del Monopoly: en lugar de invertir en las calles que ya tienes, compras nuevas propiedades para poner más hotelitos. Se construye más Estado, se crea más burocracia, se añaden más pisos al rascacielos. Nos lo venden como progreso, como atención a «nuevas realidades». Es, simple y llanamente, el precio de un puñado de votos.
Pero mientras en la planta de arriba están de fiesta, inaugurando despachos y colgando cuadros, en el sótano del edificio, la maquinaria revienta. Y aquí entra la segunda noticia: las filtraciones del ‘Caso Conexión’. Un nuevo capítulo en la interminable saga de la corrupción española. Una trama que salpica a tres ministerios. La constatación de que la maquinaria del Estado, esa que no paramos de engordar, está oxidada, corrompida y es un colador por el que se escapa el dinero de todos.
¿Ven La Gran Desconexión? En el mismo ciclo informativo, celebramos la creación de más estructura mientras descubrimos que la estructura que ya tenemos se está pudriendo por dentro. Es como si el capitán del Titanic, mientras el barco se hunde, decidiera que la solución es añadir una nueva cubierta con piscina. La clase política vive en el universo del Powerpoint, de la creación de «entes» y «observatorios». Viven en la ficción de que construir más es solucionar algo.
Acto II: El Abismo – Del Observatorio del Bienestar a la Habitación sin Ventanas
Y mientras este drama de construcción y deconstrucción se libra en las alturas, bajemos de golpe al universo de la realidad. A la jungla. Un informe de Fotocasa nos ha puesto las cifras de nuestra miseria: alquilar una habitación en el centro de Madrid ya cuesta 900 euros de media.
Contemplen el abismo. En el Universo Excel, se crea un «Observatorio del Bienestar Emocional» con un presupuesto de varios millones de euros. En el universo real, un joven con dos carreras y un máster destina el 80% de su sueldo a pagar por un zulo de 10 metros cuadrados que, con suerte, tiene una ventana que da a un patio interior donde la luz del sol es una leyenda urbana.
La Gran Desconexión es esto. Es un ministro mostrándose «profundamente preocupado» por los precios del alquiler desde su despacho de 200 metros cuadrados, mientras la gente a la que teóricamente sirve se ve obligada a elegir entre comer o tener un techo bajo el que dormir. La política se ha convertido en un ejercicio de cinismo performativo. Se crean observatorios para «estudiar» un problema que no requiere estudio, sino acción. Un problema que ellos mismos, con sus políticas o la ausencia de ellas, han ayudado a crear. El bienestar emocional, se lo digo yo gratis al Observatorio, mejora drásticamente cuando no tienes que compartir el baño con cuatro desconocidos hasta los 40 años.
Acto III: El Delirio Tecnológico – La Desconexión como Modelo de Negocio
Pero si creen que La Gran Desconexión es solo cosa de políticos, esperen, que la cosa mejora. Viajemos a Silicon Valley, ese otro universo paralelo donde la realidad es solo una sugerencia. Esta semana, Elon Musk, nuestro mesías particular del delirio, ha anunciado ‘X Premium Ultra’. Una suscripción de 100 euros al mes para que tus mensajes «tengan prioridad en el algoritmo de la verdad».
Es una obra de arte. Es la privatización de la relevancia. Es la culminación de un modelo en el que la verdad ya no es un hecho, es un producto de lujo. Musk no vive en nuestro universo. Vive en uno donde cree que la solución a la desinformación no es el fact-checking, sino un carril VIP de pago. Es la desconexión como modelo de negocio.
Está tan desconectado de las preocupaciones de un ser humano normal que su solución a un problema que él mismo ha creado es pedirte más dinero. Es como si un pirómano, después de prenderle fuego a tu casa, te ofreciera un extintor de diseño por una módica cuota mensual. Esta es La Gran Desconexión en su forma más pura: la de un multimillonario que ha pasado tanto tiempo en la estratosfera que se ha olvidado de cómo funciona el oxígeno aquí abajo.
Acto IV: El Epílogo Rural – La Desconexión a Pie de Calle
Y esta misma enfermedad, la de creer que la realidad se puede diseñar en un despacho sin contar con la gente, tiene su versión más cómica y, a la vez, más triste, en un pueblo de Teruel. El ayuntamiento, en un intento desesperado por ser «moderno» y atraer al turismo, ha decidido gastarse el dinero en una estatua de un famoso influencer.
La idea, en el Universo Excel del alcalde, era perfecta. Un monumento a un ídolo de la juventud. Saldría en las noticias. Atraería a hordas de adolescentes en busca de un selfie. Pero, ay, se toparon con el universo real. Con los jubilados del pueblo. Que, en un acto de pragmatismo sublime, han decidido que la estatua es el lugar perfecto para colgar sus boinas y sus bolsas de la compra. La han convertido en un perchero.
Es la metáfora definitiva de La Gran Desconexión. Un ayuntamiento que cree que la salvación de la España Vaciada está en el postureo digital, y un pueblo que le responde con la lógica aplastante de la vida real. Es la prueba de que, por muchas estatuas que pongas, si no hay un médico, una escuela o una puñetera carretera en condiciones, la gente se te va a seguir marchando.
La Homilía Final: Vivimos entre Fantasmas
Los presupuestos, la corrupción, el alquiler, Elon Musk, la estatua de Teruel. Son las cinco caras del mismo dado trucado. Son los síntomas de que vivimos gobernados por fantasmas. Personas que ocupan despachos, que mueven miles de millones, que diseñan nuestras vidas, pero que no viven en nuestro mismo plano de la realidad.
Están desconectados. De nuestras facturas, de nuestras ansiedades, de nuestro sentido común. Y el mayor peligro no es que sean malvados. Es que son, simple y llanamente, ajenos. Y no hay nada más terrorífico que ser gobernado por alguien que no te ve.
Que tengan un domingo reflexivo. Y recen para que, algún día, el cristal que nos separa se rompa del todo.