Diario de a Bordo: Mi Viaje con Ada Colau en la Flotilla «Los Problemas de Barcelona Pueden Esperar».

Caricatura satírica de Ada Colau capitaneando un barco de la Flotilla a Gaza mientras la ciudad de Barcelona se hunde detrás de ella.

Desde la bitácora del Absurdólogo de Guardia, corresponsal embarcado a la fuerza en la «Flotilla de la Libertad», procedo a narrar los acontecimientos de esta noble y, a su manera, surrealista travesía.

Día 1: La Partida.

Zarpamos. El ambiente es una mezcla de idealismo, olor a salitre y cierto postureo revolucionario. Nuestra pasajera más ilustre, la exalcaldesa de Barcelona, Doña Ada Colau, nos ha dirigido unas palabras desde el puente de mando. Ha hablado de «solidaridad internacional», «derechos humanos» y «romper el bloqueo». Ha sido muy emocionante. Justo después, he mirado mi móvil y he visto una noticia: «El precio del alquiler en Barcelona alcanza un nuevo máximo histórico, situándose a la par con el PIB de un país pequeño». He guardado el móvil. Hay que centrarse en los problemas importantes.

Día 3: La Charla Inspiracional.
La camarada Colau, incansable, nos ha reunido en cubierta para una charla sobre la crisis de la vivienda… en Gaza. Ha sido una ponencia brillante, llena de datos y soluciones audaces. Durante la ronda de preguntas, un activista noruego le ha preguntado su opinión sobre la gentrificación en el barrio de Gràcia. La camarada Colau le ha respondido que esa es una «pregunta malintencionada que desvía el foco de lo verdaderamente urgente». El noruego, confundido, se ha ido a pelar patatas.

Día 5: La Crisis de Seguridad (a Bordo).
Ha habido un pequeño altercado. Al parecer, el activista sueco y el italiano han tenido una disputa por el último trozo de queso vegano. La tensión era palpable. La camarada Colau ha intervenido con la maestría de una diplomática de la ONU. Ha propuesto crear una «mesa de diálogo para la gestión de los lácteos alternativos» y un «observatorio de la convivencia en la despensa». El conflicto se ha solucionado. Mientras tanto, me llega un WhatsApp de mi primo de Barcelona. Me cuenta que le han robado la bicicleta. Otra vez. En la puerta de casa. Me dice que la ciudad parece el plató de Mad Max pero con más turistas. Le he respondido que ahora no puedo atenderle, que estoy en medio de una misión de paz.

Día 7: Avistamiento de Delfines (y de la Realidad).
Hemos avistado delfines. Un momento mágico. Todos en cubierta, sacando fotos. La camarada Colau ha aprovechado para dar un discurso improvisado sobre la importancia de proteger nuestros ecosistemas marinos. Justo en ese momento, un tripulante griego, que tiene familia en Barcelona, le ha enseñado una noticia en su tablet: «Los niveles de contaminación en el puerto de Barcelona superan de nuevo los límites recomendados por la UE». La camarada Colau ha dicho que los delfines del Mediterráneo oriental son una prioridad y que no es momento de caer en «localismos».

Y aquí, en mitad del mar, uno empieza a entenderlo todo. Esto no es solo un viaje humanitario. Es una obra de arte de la gestión de prioridades. Es la política del «vecino solidario»: ese que se pasa el día ayudando en el comedor social del barrio de al lado, mientras su propia casa se cae a trozos, los niños comen pizza congelada y el perro no ha salido a pasear en tres días.

Queda muy bien en la foto, por supuesto. Es más agradecido, más épico, luchar contra un bloqueo militar en Oriente Medio que contra una plaga de ratas en el Raval. Da más prestigio internacional enfrentarse a la marina israelí que a una asociación de vecinos cabreada por el ruido de los pisos turísticos.

El viaje continúa. Navegamos hacia el epicentro del conflicto mundial, dejando atrás el pequeño y mundano «conflicto» de una ciudad que se debate entre ser un parque temático para turistas o un lugar donde la gente normal pueda, simplemente, vivir. Pero esas, claro, son batallas menores. Sin el glamour de una flotilla.

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