La Sobremesa Tóxica: Ayuso y la Justicia: Herramienta o Conspiración, según Convenga

Caricatura de Isabel Díaz Ayuso manipulando la balanza de la justicia, como sátira de la politización judicial y sus declaraciones.

El Bisturí del Día

La Cita:

Isabel Díaz Ayuso: «Cuando la justicia actúa a instancias del Gobierno, deja de ser justicia para ser una herramienta.»

La Traducción del Absurdólogo:

«Cuando la justicia investiga a los míos, es una conspiración. Cuando investiga a los tuyos, es el imperio de la ley.»

El Veneno:

Queridos lectores, hay frases que, por su gloriosa simpleza y su descarada honestidad, merecen ser enmarcadas y estudiadas en las facultades de ciencias políticas. La declaración de la presidenta Ayuso, pronunciada con la solemnidad de quien revela una verdad universal, es una de ellas. Es el alfa y el omega de la política española contemporánea. Es la piedra filosofal que explica, con una claridad meridiana, el circo en el que vivimos.

Porque lo que la presidenta ha formulado, sin saberlo, es la «Doctrina de la Justicia de Schrödinger». Un fascinante fenómeno de la física cuántica política según el cual el sistema judicial español existe, simultáneamente, en dos estados: es, a la vez, un pilar incorruptible de la democracia y una marioneta de las más oscuras cloacas del Estado. ¿De qué depende que observemos un estado u otro? Muy sencillo: de a quién esté investigando.

Si un juez, pongamos por caso, decide investigar a un político del Partido Socialista, la justicia se manifiesta en su forma más pura y heroica. Es el «imperio de la ley», la «separación de poderes», la prueba de que «nadie está por encima de la ley». Los titulares claman, los tertulianos aplauden y los políticos de la oposición (en este caso, el PP) ponen cara de profunda preocupación institucional y exigen que se deje trabajar a los jueces sin presiones. La justicia, en este estado, es buena. Es la que nos protege de los malos.

Pero, ¡ah, amigos! Si ese mismo juez, o uno de su misma calaña, osa dirigir su mirada inquisitiva hacia un miembro del Partido Popular, el universo colapsa. La función de onda se desploma. Y la justicia, que hace cinco minutos era la guardiana de nuestras libertades, muta instantáneamente en su forma maligna. Se convierte en una «herramienta», en una «cacería», en un «ataque a la democracia». Ya no es justicia, es «lawfare«. Una palabra maravillosa que hemos importado para darle un toque sofisticado a lo que antes llamábamos, simple y llanamente, «pataleta».

La genialidad de la frase de Ayuso reside en su plasticidad. Es un traje que le sirve a todo el mundo. Cambien «Gobierno» por «oposición», «Ayuso» por «Sánchez», «PP» por «PSOE», y la frase sigue funcionando a la perfección. Cuando el PP gobernaba y la justicia investigaba al PSOE, era el PSOE quien denunciaba la «instrumentalización» de la Fiscalía y la «policía patriótica». Ahora, los papeles se han invertido, pero el guion de la obra es exactamente el mismo. Solo cambian los actores que gritan «¡Injusticia!» desde el escenario.

Este concepto de la «Justicia de Schrödinger» es la piedra angular de la polarización. Permite a cada partido construir una realidad a medida para sus fieles. Una realidad en la que «los nuestros» son siempre víctimas inocentes de una conspiración, y «los otros» son siempre culpables de todo lo que se les acusa, e incluso de más. No importa lo que digan las pruebas, no importan los hechos. Lo único que importa es quién es el acusado. Es la tribalización de la toga.

Y así, hemos llegado a un punto en el que el debate ya no es sobre si alguien ha cometido o no un delito de tráfico de influencias. El debate es sobre si el juez que lo investiga es «de los nuestros» o «de los suyos». Hemos convertido el Código Penal en un derbi de fútbol. Y cada auto judicial es un penalti polémico que se discute en el VAR de las tertulias matutinas.

Lo más trágico de este espectáculo no es la hipocresía de los políticos, que ya la damos por descontada. Lo trágico es el daño irreparable que se le hace a la única institución que, en teoría, debería estar por encima de este lodazal. Cada vez que un político, del color que sea, grita «¡lawfare!» porque no le gusta una citación, le está diciendo a los ciudadanos que la justicia no es de fiar. Que todo es una farsa. Que todo depende de quién gobierne.

Y de tanto repetirlo, al final, conseguirán que nos lo creamos. Conseguirán que la confianza en el sistema judicial, ya de por sí bajo mínimos históricos gracias a espectáculos bochornosos como el bloqueo del CGPJ, se evapore por completo.

La frase de Ayuso, por tanto, no es una simple declaración. Es un diagnóstico. Es la autopsia en directo de la salud de nuestra democracia. Y el resultado del forense es claro: la separación de poderes, si alguna vez existió, es ahora mismo el último fiambre sobre la mesa de autopsias de la política española. Y lo peor es que cada partido, bisturí en mano, se pelea por ver quién se queda con los trozos más grandes.

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