El Gobierno se Pasa el Monopoly: Activa la Carta de «Perdón de Deuda» y la Fiesta la Pagamos Todos.

Caricatura satírica sobre la condonación de la deuda de Cataluña, con un político pagando la cuenta de otro en un restaurante.

Desde la consulta del Absurdólogo de Guardia, hoy tenemos que hablar de economía. Pero no de esa economía aburrida de la prima de riesgo y los tipos de interés. No. Hoy hablamos de la nueva y emocionante disciplina que ha inventado nuestro Gobierno: la economía mágica. Y su primer gran truco, que dejaría a Houdini a la altura de un trilero de las Ramblas, es la condonación de la deuda.

El truco es el siguiente. El Gobierno, en un acto de generosidad que no se veía desde que se inventó el 2×1, va a perdonarle a Cataluña la friolera de 17.000 millones de euros de deuda. ¡Puf! Desaparecidos. Como por arte de magia. Es el milagro de la multiplicación de los panes y los peces, pero al revés: la aniquilación de las deudas y los intereses.

Imagínese que usted va mañana a su banco y le dice al director, con su mejor sonrisa: «Buenos días, Manolo. Vengo a comunicarte que, tras una profunda reflexión, he decidido perdonarme la hipoteca. Ha sido una decisión difícil, pero creo que es lo mejor para nuestra convivencia. Ya te puedes ir cobrando del Espíritu Santo». La cara de Manolo sería un poema. Pues eso, pero con 17.000 millones.

La explicación oficial, por supuesto, es mucho más sofisticada. No es un «perdón», es una «reestructuración para aliviar la carga financiera y mejorar la singularidad de la financiación». Usan tantas palabras rimbombantes que al final parece que te están haciendo un favor. Es como si un ladrón, en lugar de decirte «dame la cartera», te dijera «voy a proceder a una redistribución de tus activos para optimizar mi flujo de caja». Suena mejor, pero el resultado es el mismo: te quedas sin pasta.

Porque, y aquí viene la segunda parte del truco, ese dinero no se evapora. La deuda no se va a un paraíso fiscal para deudas. No. La deuda cambia de nombre. Pasa de llamarse «Deuda de Cataluña» a llamarse «Deuda que pagarás tú, yo y el vecino del quinto con nuestros impuestos». El Estado, que somos todos, asume el pufo.

Para entenderlo mejor, usemos la analogía de la cena de amigos, que siempre funciona. Imaginen que salen a cenar diez amigos. Nueve de ellos se piden una ensaladita y un agua, porque la cosa está achuchada. Pero el décimo, llamémosle Carles, se lía. Se pide el chuletón de kilo, la langosta, dos botellas del vino más caro y remata con gin-tonics para toda la mesa. A la hora de pagar, mientras todos sacan la cartera, Carles anuncia que él, por su «singularidad gastronómica», no paga. Y el camarero (el Gobierno), para que Carles no se enfade y le monte un pollo, decide que no pasa nada, que la cuenta de Carles se reparte entre los otros nueve. Incluido el que solo se bebió un vaso de agua. ¿A que es un plan cojonudo? Sobre todo para Carles.

Y para que el resto de los comensales no se cabreen demasiado, el camarero les dice: «¡No os preocupéis! ¡Esta oferta de ‘paga tú la cuenta del otro’ es extensible a todos!». Y claro, ahora todos los demás amigos de la mesa, al ver el chollo, anuncian que en la próxima cena ellos también se van a pedir la langosta, que ya la pagará otro. Y así es como, en un par de cenas, el restaurante se va a la quiebra.

Esto, amigos, no es un plan económico. Es una patada hacia adelante. Es el resultado de unos pactos de investidura donde la aritmética parlamentaria ha pesado más que la aritmética a secas. Es la consagración del principio de que la responsabilidad fiscal es un concepto flexible, sobre todo cuando necesitas siete votos para seguir durmiendo en la Moncloa.

Así que no se preocupen. Su dinero está en buenas manos. Concretamente, en las manos que lo usan para tapar los agujeros de otros. Y mientras, nosotros seguiremos pagando nuestros impuestos religiosamente, como buenos ciudadanos, para que el gran truco de magia pueda continuar. ¡Abracadabra, la deuda ya no está! Lástima que nuestra cartera tampoco.

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