La Fiscalía del Supremo Pide Absolver al Fiscal General: Crónica del Día que la Justicia se Miró al Espejo y se Dijo «Guapo».

Caricatura de la Fiscalía del Supremo pidiendo absolver al Fiscal General, mostrándolo mirándose en un espejo.

Desde la consulta del Absurdólogo de Guardia, buenas tardes. Hay noticias que, por su perfecta y circular estupidez, deberían ser estudiadas en las facultades de Lógica como ejemplos de paradoja. La de hoy es una de ellas. Pone a prueba los límites de nuestro entendimiento y nos hace preguntarnos si no estaremos todos viviendo dentro de un sketch de Gila.

La noticia, que ya desgranan medios como [RTVE], es la siguiente: La Fiscalía del Tribunal Supremo, el organismo encargado de ejercer la acusación en el caso contra el Fiscal General del Estado, Álvaro García Ortiz… ha pedido su absolución.

Repitan conmigo, despacio, para saborear la ironía: el fiscal que acusa al fiscal… ha decidido que el fiscal no es culpable.

Es una genialidad. Es el «yo me lo guiso, yo me lo como» elevado a la categoría de principio del derecho. Es el equivalente a que te toque ser, a la vez, el jugador, el entrenador y el árbitro de tu propio partido. El resultado, como podrán imaginar, es bastante predecible.

«Hemos Investigado a Nuestro Jefe y es un Santo»

Para que entiendan la magnitud de esta obra de arte de la burocracia, vamos a traducir lo que ha pasado a un lenguaje que todos podamos comprender.

Imaginen que su empresa les acusa de robar folios. El caso llega al comité de disciplina. Y resulta que el presidente de ese comité de disciplina es… su mejor amigo, al que usted mismo nombró para el cargo. Tras una «exhaustiva investigación», su amigo convoca a la prensa y anuncia solemnemente: «Después de analizar las pruebas, he llegado a la conclusión de que mi amigo del alma es la persona más honrada que he conocido. No solo no ha robado los folios, sino que probablemente los compraba él de su propio bolsillo para el bien de la empresa. Caso cerrado».

Pues eso es, a grandes rasgos, lo que ha pasado. La Fiscalía del Supremo pide absolver al Fiscal General no porque sea una decisión de un ente imparcial, sino porque la fiscal encargada del caso fue, atención, la mano derecha del predecesor de García Ortiz y nombrada por el propio Gobierno. La endogamia es tan intensa que, si se miran muy fijamente, probablemente compartan hasta grupo sanguíneo.

Este movimiento es la culminación de la guerra de togas que llevamos meses presenciando. Como ya vimos en [nuestro análisis sobre el juicio al novio de Ayuso], cada bando utiliza las instituciones a su antojo.

El Argumento: un Giro Digno de un Contorsionista

El argumento legal para pedir la absolución es, en sí mismo, una pieza de orfebrería. Dice la fiscal que, aunque García Ortiz dio la orden de difundir la nota de prensa (el origen del presunto delito), él no podía saber que contenía datos secretos.

Es una defensa maravillosa. Es el «yo solo di la orden de disparar, pero no sabía que la pistola estaba cargada». Es el «yo firmé el contrato, pero no me leí la letra pequeña». Es la doctrina de la «ignorancia sobrevenida del superior jerárquico». El jefe, por lo visto, está ahí para dar órdenes, no para saber qué coño está ordenando.

Con esta decisión de la Fiscalía del Supremo de absolver al Fiscal General, el sistema judicial español ha entrado en un bucle. Se ha mordido la cola. Ha alcanzado un nivel de autorreferencialidad que ya querrían para sí los poetas más vanguardistas.

La pregunta que queda en el aire es: si el fiscal que te tiene que acusar pide tu absolución… ¿quién te acusa? La respuesta, por lo visto, es la «acusación popular», ejercida en este caso por la pareja de la presidenta Ayuso. Lo cual convierte todo este circo en algo aún más delicioso: la justicia, en España, ya no es el Estado contra el individuo. Es un partido del PP contra un partido del PSOE, con un juez como árbitro y el Código Penal como balón.

Así que no se extrañen de nada. A este ritmo, la próxima noticia será que el Tribunal de Cuentas se ha auditado a sí mismo y ha concluido que su gestión es impecable. O que el Gobierno se ha sometido a una moción de confianza a sí mismo y la ha ganado por unanimidad. Porque en el maravilloso mundo de nuestras instituciones, la autocomplacencia no es un defecto. Es el sistema operativo por defecto.

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