Buenas tardes, feligreses del absurdo. Hoy, en el quirófano de la realidad, vamos a realizar la autopsia de un cadáver legislativo. Un cuerpo que, a pesar de llevar apenas un año entre nosotros, ya presenta un avanzado estado de rigor mortis. Hoy abrimos en canal la Ley por el Derecho a la Vivienda, la gran panacea del Gobierno, el bálsamo de Fierabrás que iba a curar la herida abierta del alquiler en España. Y el diagnóstico forense es claro: el paciente no ha muerto de la enfermedad. Ha muerto del tratamiento.
El Diagnóstico: La Fiebre del Alquiler y las Promesas Mágicas
Hagamos memoria. Hace poco más de un año, el paciente (la sociedad española) presentaba un cuadro febril agudo. Los síntomas: precios del alquiler por las nubes, gentrificación galopante y una generación entera condenada a compartir piso hasta la edad de la jubilación. El diagnóstico era evidente: una crisis de vivienda de caballo.
Y entonces, apareció el Doctor Gobierno. Con una sonrisa radiante y la seguridad de un curandero con un tónico milagroso, nos presentó la cura: una Ley de Vivienda «histórica». ¡Una ley valiente! Las promesas eran música para los oídos de cualquier inquilino desesperado:
- «¡Será el fin de la especulación!», proclamaban desde el atril.
- «¡Por fin, la vivienda será un derecho garantizado y no un bien de lujo!», aseguraban.
- «¡Vamos a poner coto a las subidas abusivas!», sentenciaban.
Era la promesa de un futuro donde encontrar un piso no sería una misión digna de Indiana Jones. Nos vendieron un antibiótico de amplio espectro. Pero lo que nos recetaron, como demuestra el fracaso de la Ley de Vivienda, fue una simple pastilla de azúcar. Un placebo.
La Causa de la Muerte: Tres Efectos Secundarios Letales
Un año después, el paciente no solo no ha mejorado, sino que está en la UCI. La fiebre se ha disparado. ¿Qué ha salido mal? La autopsia revela tres causas principales del fracaso de la Ley de Vivienda.
1. El «Efecto Retirada»: Pánico en el Lado Propietario.
La primera reacción del «mercado» (ese ente sin rostro al que siempre le echamos la culpa de todo) a la nueva ley fue el pánico. Cientos de pequeños propietarios, gente que tenía un piso como complemento a su pensión, oyeron las palabras «control de precios», «zonas tensionadas» y «okupas», y les entró el sudor frío. ¿Y qué hicieron? Lo que haría cualquiera con dos dedos de frente: retiraron su producto del mercado.
El resultado, como confirman todos los portales inmobiliarios como [Idealista], fue una contracción brutal de la oferta de alquiler tradicional. Menos pisos disponibles. Y, por la sagrada e inmutable ley de la oferta y la demanda, los pocos pisos que quedaban se volvieron aún más caros. La ley, en su intento de controlar los precios, consiguió que hubiera menos casas para controlar. Una genialidad.
2. La Metástasis del «Alquiler de Temporada»: La Picaresca como Motor del Mercado.
Pero el verdadero tumor, la metástasis que ha devorado el sistema, ha sido el alquiler de temporada. La ley, en su infinita sabiduría, solo regulaba los alquileres de vivienda habitual (más de un año). Dejaba un agujero, un vacío legal del tamaño de un cráter. Y por ese cráter se ha colado toda la picaresca nacional.
De repente, ya nadie alquila un piso para vivir. Ahora, todo son «alquileres de temporada» de 11 meses. Para «estudiantes», para «trabajadores desplazados», para «nómadas digitales en un viaje de autodescubrimiento». Hemos convertido a familias enteras en turistas en su propia ciudad, obligadas a vivir con la maleta a cuestas, sin derechos, sin la protección de la LAU y con la certeza de que, en 11 meses, les volverán a subir el precio o les echarán a la calle. Es el «Erasmus» perpetuo para gente de 40 años con dos hijos. El fracaso de la Ley de Vivienda ha creado un nuevo monstruo.
3. La Fragmentación del Problema: el Auge del Alquiler por Habitaciones.
Ante la imposibilidad de alquilar un piso entero, la demanda se ha desplazado masivamente al alquiler por habitaciones. Y ahí, amigos, no hay ley que valga. Es la ley de la selva. Zulos de 8 metros cuadrados a 600 euros, «pisos colmena», contratos verbales y caseros que se creen señores feudales. La ley quería proteger al inquilino, y lo que ha conseguido es empujarlo a un mercado aún más desregulado y salvaje.
Informe Forense: Una Ley Escrita de Espaldas a la Realidad
El veredicto de esta autopsia es claro. El fracaso de la Ley de Vivienda no es un accidente. Es el resultado inevitable de una ley diseñada desde un despacho, basada en una ideología y completamente desconectada de la realidad del mercado.
Los arquitectos de esta ley cometieron el error de principiante: trataron un síntoma (los precios altos) sin atacar la enfermedad (la falta crónica de oferta de vivienda). Y, como cualquier mal médico, no solo no curaron al paciente, sino que le provocaron una reacción alérgica que ha agravado su estado.
Esta ley no se hizo para solucionar un problema. Se hizo para ganar un titular. Para que un político pudiera salir en rueda de prensa y decir que «está del lado de la gente». Es una ley-placebo. Una ley-pancarta. Un monumento a la política del gesto, esa que prefiere un buen eslogan a una solución eficaz.
Y mientras tanto, usted, querido lector, sigue actualizando Idealista con la misma fe con la que se compra un décimo de lotería, esperando el milagro. Un milagro que, me temo, no llegará en forma de Real Decreto. Porque la única herencia que nos ha dejado esta chapuza es un mercado más pequeño, más caro y mucho más cabrón. Y esa, amigos, es la única verdad que no necesita un informe para ser demostrada.