La Sobremesa Tóxica: El Gobierno responde a la masiva manifestación contra la reforma de las pensiones.

Caricatura del Portavoz del Gobierno llamando "alarmismo" a la manifestación por las pensiones mientras un volcán entra en erupción.

El Bisturí del Día

El Contexto: La Mañana Siguiente a la Batalla

La batalla de ayer fue épica. Decenas de miles de personas, como ya analizamos en [nuestro artículo sobre la Gran Guerra de las Pensiones], tomaron las calles de Madrid en la primera gran protesta contra la reforma que amenaza con alargar la vida laboral hasta el infinito. La imagen fue contundente. El grito, unánime. Y hoy, como era de esperar, ha llegado la resaca. La resaca en forma de rueda de prensa. El Gobierno, a través de su portavoz, ha salido a valorar la «jornada de reflexión cívica». Y nos ha regalado una de esas frases que merecen ser esculpidas en mármol en el gran museo de la desfachatez política.


La Cita:

Portavoz del Gobierno (sobre la manifestación): «Respetamos el derecho a la manifestación, pero no compartimos el alarmismo. La reforma garantiza la sostenibilidad del sistema.»

La Traducción del Absurdólogo:

«Hemos visto las fotos. Hemos oído los gritos. Y, sinceramente, nos parece que estáis exagerando un poquito. Entendemos que la idea de trabajar hasta que vuestras articulaciones se conviertan en polvo os genere cierta inquietud, pero os pedimos, por favor, que no os quejéis tan alto, que se os oye desde Bruselas y nos fastidiáis el Powerpoint. La reforma es cojonuda, confiad en nosotros. Ahora, si nos disculpan, tenemos que ir a una reunión para decidir el color de los coches oficiales. Un besito.»

El Veneno: Autopsia de la Palabra «Alarmismo»

Hay palabras que la política prostituye hasta dejarlas sin significado. «Sostenibilidad» es una de ellas. «Diálogo» es otra. Pero la reina indiscutible del cinismo es, sin duda, «alarmismo».

Llamar «alarmista» a quien se manifiesta por su futuro es una jugada de una soberbia exquisita. Es el movimiento definitivo del poder para invalidar la emoción del pueblo. No te están diciendo que no tengas razón. Te están diciendo que tus sentimientos son desproporcionados. Que eres un histérico. Que estás montando un drama por una tontería. Es una forma sutil y elegante de llamarte imbécil a la cara.

Analicemos la genialidad de la estrategia del Gobierno ante la manifestación de pensiones:

  1. «Respetamos el derecho a la manifestación…»: Esta es la anestesia. La frase de apertura obligatoria para parecer un demócrata. Se traduce como «Os dejamos patalear un rato porque no tenemos más remedio, pero no nos tomamos en serio nada de lo que decís».
  2. «…pero no compartimos el alarmismo.»: Y aquí llega el veneno. Con esta simple palabra, convierten un problema real y tangible (la pérdida de derechos, la incertidumbre, el miedo al futuro) en una simple «percepción exagerada». No es que te estén robando el futuro, es que eres un «alarmista» por pensar que te lo están robando. La culpa ya no es de la reforma, es de tu ansiedad. Te transfieren la responsabilidad de tu propio malestar.
  3. «La reforma garantiza la sostenibilidad del sistema.»: El remate final. La palabra mágica. «Sostenibilidad». Una palabra tan abstracta y tan positiva que nadie se atreve a discutirla. ¿Quién va a estar en contra de la sostenibilidad? Es como estar en contra de los cachorritos o del helado de chocolate.

La jugada es perfecta. Con una sola frase, el Gobierno ha conseguido tres cosas: parecer democrático, insultar a los manifestantes y presentarse a sí mismo como el único adulto responsable en la sala.

La realidad, por supuesto, es que llamar «alarmismo» a la preocupación de millones de personas por su jubilación es como llamar «pequeña fuga de agua» al hundimiento del Titanic. Es una tomadura de pelo. Lo que la gente gritaba ayer en la calle no era alarmismo. Era una profecía. La profecía de una vejez precaria, de un sistema roto y de una promesa social traicionada.

Pero esa verdad es demasiado incómoda. Es mucho más fácil despacharla con una palabra condescendiente y seguir adelante, confiando en que, para la semana que viene, un nuevo escándalo, un nuevo partido de fútbol o una nueva polémica en Twitter haya sepultado esta pequeña molestia.

Así que ya lo saben. La próxima vez que salgan a la calle a protestar por algo, no griten. No hagan ruido. No sean «alarmistas». Simplemente, asuman su destino con una sonrisa y piensen que todo es por un bien mayor: la «sostenibilidad» del sistema que, casualmente, siempre se sostiene sobre sus espaldas.

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