Desde la consulta del Absurdólogo de Guardia, hoy tenemos que informar de una noticia que nos ha llenado de una sensación vertiginosa, un viaje en el tiempo a una era de promesas y debates que creíamos olvidados. Agárrense fuerte, porque el Gobierno de España, en un alarde de celeridad que dejaría en ridículo al Correcaminos si este fuera un caracol con gota, ha anunciado que está «ultimando» los papeles para ilegalizar la Fundación Nacional Francisco Franco.
«Ultimando». Qué palabra tan bonita. Tan llena de acción, de inminencia. Suena a que hay un equipo de operaciones especiales a punto de asaltar la sede de la fundación. Pero en el glorioso dialecto de nuestra administración, «ultimando» tiene un significado ligeramente diferente. Para entenderlo, hemos conseguido en exclusiva la transcripción de una conversación en un despacho ministerial cualquiera.
LA ESCENA: Un lunes por la mañana. Un despacho ministerial. Polvo en suspensión. Un funcionario veterano, MANUEL (60), con cara de haberlo visto todo, juega al solitario en un ordenador con Windows 98. Entra RAÚL (24), un becario con gafas de pasta y un entusiasmo que aún no ha sido aplastado por la realidad.
RAÚL: (Agitando un expediente polvoriento)
¡Jefe, jefe! ¡No se lo va a creer! Estaba en el archivo Z, buscando el censo de cabras montesas de 1985, y he encontrado esto detrás de una caja de polvorones de Felipe González. ¡Es un expediente que pone «Ilegalizar Fundación Franco»! ¡Y lleva una grapa con una nota que dice «MUY URGENTE»!
MANUEL: (Sin levantar la vista de la pantalla, arrastra una carta con el ratón)
Ah, sí. «Lo de Franco». Déjalo ahí en la pila de «cosas que ya haremos si eso». Justo encima del expediente para arreglar las goteras del Valle de los Caídos y debajo del de buscar las fosas que nos pidió el juez.
RAÚL:
¡Pero jefe, es que el Ministro Urtasun ha dicho en la tele que lo estamos «ultimando»! ¡Ha dicho que es inminente!
MANUEL: (Suspira. El suspiro de un hombre que ha visto caer imperios y levantarse rotondas. Se ajusta las gafas y mira a Raúl con una mezcla de pena y condescendencia)
Mira, chaval. Siéntate, que te voy a explicar un par de cosas sobre este ecosistema. En la administración pública, las palabras no significan lo que tú crees que significan.
«Inminente» puede significar cualquier cosa entre «esta legislatura» y «el próximo alineamiento planetario».
«Lo estamos estudiando» significa «hemos perdido el expediente y esperamos que nadie vuelva a preguntar».
Y «ultimando», mi palabra favorita, es una joya. «Ultimando» significa «hemos encontrado el puto expediente y ahora tenemos que averiguar quién era el que lo llevaba hace quince años para poder pasarle el marrón».
RAÚL:
¿Entonces no es para ya?
MANUEL:
Chaval, esto no es Twitter. Esto es el Boletín Oficial del Estado. El BOE tiene sus propios plazos. Concretamente, el plazo geológico. Llevamos casi 50 años de democracia. Cincuenta. Y ahora, de repente, nos entran las prisas. ¿Por qué? Porque la política es el arte de la oportunidad. Y ahora, por lo que sea, es «oportuno».
RAÚL:
Pero… es una fundación que ensalza a un dictador. ¿No es un poco antidemocrático?
MANUEL:
(Una sonrisa cansada asoma en su rostro)
La democracia, Raúl, es un sistema muy paciente. Exasperantemente paciente. Tan paciente que es capaz de convivir durante medio siglo con una fundación dedicada a su propio verdugo. Es como si una viuda decidiera mantener un club de fans de su difunto marido maltratador. Es raro, sí. Pero aquí lo hemos hecho.
Ahora, si me disculpas, tengo que archivar estos memes sobre la última polémica del Congreso. Es lo único que avanza a buen ritmo en este país. Y, por favor, vuelve a meter ese expediente en la caja. Si lo dejamos a la vista, igual a alguien le da por pensar que de verdad vamos a hacer algo.
(Manuel vuelve a su partida de solitario. La carta del rey de picas cae sobre la reina. Raúl mira el expediente, luego a su jefe, y una parte de su juvenil entusiasmo muere para siempre. Fin de la escena.)
Y esta, amigos, es la gloriosa realidad de nuestro país. No es una cuestión de ideología, es una cuestión de inercia. Es la prueba de que el mayor legado de la dictadura no fueron los edificios ni las leyes, fue una burocracia tan inmensa, tan pesada y tan lenta que ha conseguido ralentizar hasta la propia historia.
Así que no se emocionen demasiado. No descorchen el cava todavía. Porque puede que el Gobierno esté «ultimando» los papeles. Pero entre «ultimar» y «firmar», en este país, a veces hay un mundo. O, para ser más exactos, un par de legislaturas.