Arranca el Gran Premio de la Ceniza: Las Comunidades Autónomas Compiten por Ver Quién Promete Más Millones sobre Tierra Quemada.

Caricatura satírica de políticos compitiendo en una carrera de F1 sobre tierra quemada, representando las promesas por los incendios.

Desde la cabina de retransmisión del Absurdólogo de Guardia, ¡muy buenas tardes y bienvenidos al evento deportivo más esperado del verano! Olviden la Fórmula 1, olviden el motociclismo. Hoy, en el circuito improvisado de la España calcinada, se celebra el Gran Premio de la Ceniza. Nuestros valientes pilotos, los presidentes autonómicos, compiten en una carrera frenética. ¿El objetivo? No es la velocidad, amigos. Es la generosidad. O, para ser más exactos, la apariencia de generosidad. La competición consiste en ver quién promete la mayor millonada en ayudas para los damnificados por los incendios. ¡Hagan sus apuestas!

¡Y arranca la carrera! El primero en salir de la parrilla es el bólido de Castilla y León, pilotado por un audaz Mañueco. Pone sobre la mesa un «plan integral» con una cifra jugosa, adelantando por la derecha y tomando la primera curva con decisión. ¡Qué salida! Pero… ¡un momento! ¡Parece que el coche echa humo! El motor tose. Nuestros mecánicos en el paddock de la hemeroteca nos informan de que el equipo de CyL, en la pretemporada, decidió que era más importante invertir en la pintura del alerón —dando jugosas subvenciones a festejos taurinos— que en el sistema de refrigeración del motor, es decir, en el presupuesto de prevención de incendios y en los agentes forestales. Un error de estrategia que ahora, con el asfalto a 500 grados, se paga caro.

¡Atención por el interior! El piloto gallego, Rueda, ve el hueco y no se lo piensa. ¡Acelera y sube la apuesta! Anuncia un paquete de ayudas aún mayor para los afectados de Ourense. ¡El público enloquece! Pero… ¡otro coche con problemas mecánicos! Parece que la escudería gallega también estuvo ahorrando en mantenimiento. Decidieron que tener a los equipos de extinción con contratos precarios durante el invierno era una buena forma de ahorrar costes. Ahora, con el coche en llamas, se dan cuenta de que lo barato, a veces, sale ardiendo.

¡La carrera es un manicomio! Por el sur, el bólido andaluz de Moreno Bonilla, con el patrocinio de «Sol y Playa», pisa a fondo y se pone en cabeza. ¡Promete no solo ayudas, sino también un plan de reforestación con pinos de crecimiento rápido! ¡Una maravilla! Lástima que nuestros datos indiquen que su equipo también anduvo recortando en el Plan Infoca, el equivalente a ir a una carrera con las ruedas lisas.

Y en medio de esta batalla de chequeras humeantes, cuando parecía que la carrera se iba a decidir en un photo finish de la demagogia, ocurre algo inesperado. El Safety Car, pilotado por un sonriente Pedro Sánchez, que ha estado observando la carrera desde la distancia, apaga las luces y se retira de la pista.

Los pilotos autonómicos se miran, extrañados. Y entonces, desde el pit lane del Gobierno central, llega la jugada maestra. Sánchez no se une a la carrera. Sánchez la revienta. Coge el micrófono y, con la solemnidad de quien anuncia un día de asuntos propios, dice: «¿Ah, sí? ¿Ustedes ponen 200 millones? Pues yo veo la apuesta… ¡y la doblo! ¡ALL-IN! ¡El Gobierno de España pone sobre la mesa un paquete de ayudas que deja las suyas en mera calderilla!».

¡Jaque mate! Es la jugada definitiva. No es por la gente, no es por los árboles. Es para que nadie pueda decir que él no es el más generoso, el más solidario, el más comprometido. Ha esperado a que todos enseñaran sus cartas para luego sacar un as de la manga que nadie sabía que tenía. Ha ganado el Gran Premio de la Ceniza sin ni siquiera haber dado una vuelta.

Y así termina otra emocionante jornada de nuestro deporte nacional favorito: la política post-catástrofe. En el podio, todos se bañan, no en champán, sino en una densa nube de hipocresía. Celebran su «victoria», sus «compromisos», sus «ayudas». Mientras, en las gradas, los damnificados, los que han perdido sus casas, sus tierras y sus recuerdos, miran el espectáculo con la cartera vacía y el corazón lleno de humo.

Y lo mejor de todo es que esta carrera, amigos, no acaba aquí. Esto es solo el campeonato de verano. Estén atentos, porque el año que viene, sobre el mismo circuito carbonizado, volveremos a ver a los mismos pilotos, con los mismos coches averiados, compitiendo en la misma carrera absurda. Y nosotros estaremos aquí para contárselo.

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