España, Verano de 2025: El Gobierno Descubre que el Fuego Quema y lo Clasifica como «Inextinguible». Gracias por la Aclaración.

Caricatura de un político haciéndose un selfie delante de un bosque en llamas, representando la gestión de los incendios en España.

Desde la consulta del Absurdólogo de Guardia, hoy tenemos que hablar de nuestra nueva estación del año favorita, esa que no sale en los libros de texto pero que todos reconocemos: la temporada de barbacoa nacional. Este año, el menú viene más cargado que nunca. Más de 300.000 hectáreas convertidas en chicharrón solo en agosto, 40 incendios activos y nuestros valientes gobernantes, en un despliegue de perspicacia que haría sonrojar a un lince, han llegado a una conclusión revolucionaria: algunos de estos fuegos son «inextinguibles».

 

¡No me digan! Yo que pensaba que se apagaban con un soplido, como las velas de la tarta de cumpleaños. Es un alivio saber que quienes nos dirigen tienen un dominio tan profundo de la termodinámica. Ahora, en lugar de llamarlos «incendios descontrolados», los llamamos «incendios de sexta generación». Suena mucho más cool y tecnológico. Es como llamar «reestructuración de plantilla» a un despido masivo. No soluciona el problema, pero queda de lujo en la rueda de prensa.

La coreografía del desastre es siempre la misma, un ballet perfectamente sincronizado que se repite cada verano. Primero, arde el monte. Segundo, llegan los políticos a hacerse la foto con cara de compungidos, ataviados con un chaleco de emergencias que les queda dos tallas grande, pareciendo figurantes de una película de catástrofes. Prometen ayudas, hablan de «desolación», «tragedia» y «unidad». Tercero, cuando las cámaras se van, la culpa empieza a volar más rápido que las cenizas.

Unos culpan al cambio climático. Y tienen razón. El planeta tiene más fiebre que yo un lunes por la mañana. Otros culpan al abandono del medio rural, que ha convertido nuestros bosques en un polvorín de maleza. Y tienen razón. Nuestros montes tienen más combustible acumulado que el depósito de un superpetrolero. Otros culpan a los pirómanos. Y también tienen razón, porque el nivel de gilipollez por metro cuadrado en este país a veces alcanza cotas históricas.

El problema es que, mientras todos tienen razón, el bosque sigue ardiendo. Los silvicultores, esos señores que saben de árboles más que un castor, dicen que se necesitan 1.000 millones de euros al año para una gestión forestal decente. Mil millones. Con esa cifra, el Gobierno actual se gasta la mitad en asesores y la otra mitad en imprimir folletos sobre lo bien que lo están haciendo. Es más fácil y da más votos cortar una cinta en la inauguración de una rotonda que limpiar un sotobosque. La rotonda sale en el telediario. El sotobosque limpio no, pero evita que tu pueblo acabe pareciendo el escenario de Mad Max.

Y en medio del drama, el heroísmo. Bomberos, agentes forestales, la UME, voluntarios… gente dejándose la piel (a veces, literalmente) para intentar parar lo imparable, luchando con medios insuficientes contra monstruos de fuego que generan sus propias tormentas. Son la prueba viviente de que, incluso cuando la gestión es un desastre, el coraje individual sigue siendo admirable.

Así que aquí estamos, en pleno agosto, mirando el mapa de España y viendo cómo las manchas rojas se expanden como una enfermedad. Escuchamos a los expertos hablar de «interfaces urbano-forestales» y «pirocúmulos» mientras nosotros solo vemos las casas de nuestros abuelos amenazadas. Nos consuelan diciendo que la situación es «compleja». Y no les falta razón. Es tan compleja que llevamos décadas sin solucionarla. Quizá el año que viene, en lugar de calificar los incendios como «inextinguibles», podríamos empezar a calificar la inacción política como «inaceptable». Solo es una idea.

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