Desde la consulta del Absurdólogo de Guardia, hoy tenemos que hablar de una de esas crisis que definen a una nación. No, no me refiero a las inundaciones catastróficas que han dejado a miles de personas en la ruina. Me refiero a una crisis mucho más profunda, mucho más existencial: la crisis del calendario.
La historia es de una belleza trágica que roza lo cómico. El PSOE, en un alarde de celeridad que ya quisiéramos para las ayudas de los incendios, ha propuesto celebrar un pleno extraordinario en el Congreso para hablar de los estragos de la DANA. Una idea loable, sin duda. El problema, amigos, es la fecha elegida para tan solemne acto: el 11 de septiembre.
¡Once de septiembre! ¡La Diada! ¡El día nacional de Cataluña!
Al oír esto, en la sede del Partido Popular han saltado todas las alarmas. Se han encendido las luces rojas, han sonado las sirenas y, me imagino, se habrán puesto el casco de «defensores de las tradiciones ajenas». De repente, al PP le ha entrado un respeto reverencial por la Diada que no se le conocía. Han acusado al PSOE de «provocación», de «insensibilidad» y de «pisotear los sentimientos del pueblo catalán».
Es una escena maravillosa. Ver al Partido Popular, ese partido que normalmente celebra la Diada con la misma alegría que una inspección de Hacienda, erigirse en el máximo defensor de la festividad catalana es un espectáculo digno de verse. Es como si el lobo se hiciera presidente de la asociación de amigos de las ovejas.
Por su parte, el PSOE, con la inocencia de un niño que ha roto un jarrón, dice que no había mala intención, que ha sido «casualidad», que era el único día que les venía bien a todos. ¡Claro que sí! Poner un pleno sobre una tragedia nacional el día nacional de Cataluña, en medio de unas negociaciones de investidura que penden de un hilo independentista, es una «casualidad». Como tropezar y caer «casualmente» sobre un botón de autodestrucción.
Y así es como, una vez más, nuestros políticos demuestran su increíble talento para convertir un problema real en una pelea de bar. Tenemos a media España con el agua al cuello, con gente que lo ha perdido todo, esperando soluciones, ayudas, un plan. ¿Y qué hacen sus señorías? Se enzarzan en una guerra de fechas, en una competición de a ver quién se ofende más.
Esto no es política. Es una partida de mus. El PSOE se ha tirado un órdago. El PP ha respondido con un «envido». Y los independentistas miran las cartas de reojo, esperando a ver quién les pone el muslo de pollo más grande en el plato.
Y mientras ellos juegan, la gente sigue con el barro hasta las rodillas.
Lo más triste de todo es que a la mayoría de la gente, tanto en Cataluña como en el resto de España, esta polémica se la trae al fresco. El ciudadano afectado por la DANA no quiere un pleno, quiere que le arreglen la casa. Y el catalán medio, el 11 de septiembre, lo que quiere es disfrutar de su día festivo, no ver a dos partidos de Madrid usando su fiesta nacional como si fuera un cromo para intercambiar.
Pero a nuestros líderes les da igual. Han encontrado un nuevo hueso que roer, una nueva trinchera desde la que dispararse. Y lo explotarán hasta la saciedad. Porque en la política española, lo importante no es solucionar los problemas. Lo importante es crear otros nuevos para que no se hable de los de verdad.
Así que, mientras ellos deciden si se ofenden el día 11 o lo dejan para el 12, el resto de nosotros seguiremos aquí, esperando. Esperando a que dejen de jugar con el calendario y se pongan a trabajar. Aunque, sinceramente, creo que es más fácil que llueva hacia arriba.