Desde la consulta del Absurdólogo de Guardia, hoy tenemos el inmenso honor de informarles de un acontecimiento histórico. Dos estadistas, dos líderes separados por el destino y unos cuantos kilómetros de autopista, se han reunido en la neutral y lluviosa Bruselas. Pedro Sánchez, presidente del Gobierno de España, y Carles Puigdemont, expresidente de la Generalitat y residente más ilustre de Waterloo, se han sentado a una mesa. ¿El motivo oficial? «Normalizar las relaciones» y «avanzar en la resolución del conflicto político».
¡Qué maravilla! ¡Qué altura de miras! ¡Qué solemnidad! Uno lee los titulares y casi puede oír los violines de fondo. Imaginen la escena. Silencio en la sala. Dos hombres, dos destinos, una mesa. Sobre el mantel de hilo, no hay armas, solo la promesa de un futuro mejor, un futuro de «convivencia» y «reencuentro».
Pero como en esta consulta nos dedicamos a la autopsia de la realidad, vamos a coger el bisturí y a diseccionar un poco esta escena. Porque debajo de esa capa de retórica grandilocuente, lo que hay en realidad no es una cumbre de paz. Es un regateo. Un mercadillo persa. Un «¿tú qué me das y yo qué te doy?».
Para que no se pierdan en el laberinto de las buenas palabras, hemos elaborado un pequeño «Traductor de Politiqués a Cristiano», edición especial «Cumbre de Bruselas»:
«Diálogo»: Proceso por el cual yo te repito mis exigencias hasta que tú cedes.
«Convivencia»: Término abstracto y etéreo que se usa para describir el acuerdo al que llegaremos sobre cosas muy concretas, como el control de los trenes de Cercanías, la gestión de los impuestos y la financiación de la nueva temporada de Polònia.
«Normalizar las relaciones»: Reconocer que te necesito para seguir durmiendo en la Moncloa.
«Avanzar en la resolución del conflicto»: Aprobar los Presupuestos Generales del Estado.
«Punto de partida para la negociación»: No has aceptado mis condiciones… todavía.
«Acuerdo histórico»: Has aceptado mis condiciones.
«Lealtad institucional»: Vótame a favor y luego ya veremos.
Una vez que tenemos el traductor, la conversación real, la que se intuye por debajo de la mesa mientras por encima se dan la mano para la foto, podría haber sido algo así:
—Pedro: Carles, qué alegría verte. Hablemos de convivencia, de restañar heridas…
—Carles: Déjate de hostias, Pedro. Sabes a lo que he venido. Hablemos de la lista de la compra. Primero: la gestión íntegra del aeropuerto de El Prat. Quiero poder decidir yo si Ryanair puede poner un puesto de butifarra en la T1.
—Pedro: Uf, Carles, eso es complicado. ¿Y un ministerio de «Asuntos de la Convivencia Plurinacional» con coche oficial y tres asesores no te sirve?
—Carles: No me tomes el pelo. Segundo: el traspaso de la Seguridad Social. Quiero que las pensiones de los catalanes se gestionen desde aquí. Con nuestro propio sistema informático, que seguro que funciona mejor que el vuestro.
—Pedro: ¡Pero Carles, eso rompería la caja única! ¡Sería un lío! Mira, te ofrezco la capitanía general de los Mossos d’Esquadra y el control de la denominación de origen del fuet.
—Carles: Y tercero, y esto no es negociable: el próximo astronauta español tiene que ser de Amer. Y tiene que llevar una estelada cosida en el traje espacial.
—Pedro: … ¿y si empezamos por subir un 20% la inversión en infraestructuras y ya vamos viendo lo del astronauta?
Y así, durante horas. No están hablando de la paz mundial. Están regateando. Están intercambiando cromos. Y los cromos son nuestros impuestos, nuestras infraestructuras, nuestro futuro.
Al final, como siempre, habrá un acuerdo. Saldrán ambos en rueda de prensa, con cara de haber solucionado los problemas de la humanidad. Lo llamarán «El Pacto de Bruselas por el Reencuentro y la Convivencia». Sonará a algo histórico, a un tratado de paz.
Pero la verdad, la cruda realidad, vendrá detallada en la letra pequeña de los Presupuestos Generales del Estado. La «convivencia» se traducirá en miles de millones de euros que irán a un lado en lugar de a otro. Y la «normalización», como siempre, la pagaremos entre todos. Que, pensándolo bien, es la forma más retorcida y española de convivir que existe.